SEGUIMOS EN LA BRECHA
De ello, ante la nueva Ley de la Restauración de la Naturaleza deseamos que, al menos, nos escuchen. Embalses, presas, turberas, bosques, brazales, matorrales, pastizales, ríos, lagos, hábitats marinos, ganadería, aluviales
Cada día vamos siendo más los que desde la sociedad civil, observando la tontuna que se llevan entre manos políticos de diversos colores, atienden más al mundo ideológico que al científico o al del sentido común y, no solamente España; la Unión Europea en el último año, se lleva la palma a la insensatez, a los gritos de los diferentes lobbies y a lo políticamente correcto.
Esa sociedad civil de la que hablamos dio un paso más allá y se convirtió de pleno en partido político. En los pocos años que lleva hemos expuesto sobre la mesa más de quinientas editoriales y artículos de prensa en torno a biomedicina, medio ambiente, mundo woke, industria, geopolítica del mediterráneo, inmigración, familia, vida, filosofía de la política, etc, pero sin duda, el sector primario por el que andamos pasando, sea la que más les hemos invertido en horas.
De ello, ante la nueva Ley de la Restauración de la Naturaleza deseamos que, al menos, nos escuchen. Embalses, presas, turberas, bosques, brazales, matorrales, pastizales, ríos, lagos, hábitats marinos, ganadería, aluviales y humedales costeros da la impresión de que antes o después tienen los días contados. Pero no hemos de ser sumisos ante apuestas de tan bajo calado. Les pongo un ejemplo clave y temas a tener en cuenta.
Existe un ave australiano “el ibis blanco”, parece haber añadido a su dieta un cierto tipo de sapo y sabemos que, nuestra naturaleza, ante ejemplos concretos de desastres que pueden darse con las alteraciones de ecosistemas naturales, el tema puede ser puntiagudo.
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El sapo de la caña de azúcar fue introducido en el continente australiano a partir de 1930 aproximadamente. Aparte de comer escarabajos, dicho ibis, también posee sus mecanismos de defensa ante posibles depredadores: genera toxinas venenosas mediante unas glándulas situadas en sus lomos. El resultado que ha llevado a ello ha sido una gran mortalidad entre los posibles depredadores y el consiguiente boom demográfico del sapo.
A fecha de hoy estimamos que son cientos de millones de este anfibio donde ha alcanzado dimensiones de plaga. Todo ello posee tintes dramáticos si observamos que, además, su introducción en este continente no lograría exterminar los escarabajos que debía combatir.
He aquí uno entre los muchos ejemplos de la literatura científica que ilustran el delicado equilibrio en el que se encuentran los ecosistemas, formados por tal cantidad de elementos e interacciones que resulta difícil predecir lo que pasará si se elimina o se introduce una nueva variable. Así, el ibis blanco entra en escena. Casi cien años tras la entrada del sapo, estas aves han comenzado a comérselos enteros sin sufrir los efectos tóxicos del veneno.
No estamos ante una adaptación evolutiva clásica, una mutación, sino que tales aves han desarrollado una estrategia de caza mediante la cual fuerzan a los sapos a soltar sus venenos, después los lavan y los ingieren sin sufrir daño alguno.
Aparte de mejorar la imagen del ibis en Australia, esta potencial historia nos recuerda la forma de actuar de los sistemas naturales, lecciones que pueden ser útiles cuando la salud del planeta es cada vez más precaria. La Naturaleza es una realidad sistemática y por tanto compleja e impredecible.
Nosotros la descomponemos cuando deseamos estudiarla, centrando la atención en un elemento o sistema concreto. Por ello, este paradigma ha ido dando paso en las últimas décadas, a otro en el que se estudia la Naturaleza como un “gran sistema de sistemas” en el que todo parece estar realmente interconectado, formando parte de un único proceso en el que se integran un sinfín de elementos cuyas interacciones es difícil entender en profundidad.
Así, la sencilla historia de nuestro sapo y el ibis blanco ilustra de maravilla algo que puede arrojar un poco de optimismo ante la crisis medioambiental que padecemos desde los semidioses de la Unión Europea: la Naturaleza, al igual que la persona, tiene una increíble capacidad de curación, hasta ciertos límites, de recuperación, si dejamos que actúe según sus propias dinámicas internas y a su propio ritmo y, no la de los lobbies europeos que mangonean a su libre proceder sin haber estudiado lo suficiente al respecto. Difícilmente podemos arreglar la salud del planeta nosotros solos y ello lo deberían de saber Úrsula Von der Leyen, Margaritis Schininas , Josep Borrell o el mismo Charles Michel.
Es la hora de dejar espacio para que los sistemas naturales puedan regenerarse; es la hora de la Naturaleza y no es la hora, sin duda, de la Ley de la Restauración de la Naturaleza que se desea imponernos por bemoles. Sí es la hora, todo lo contrario, de saber hasta dónde se puede llegar y ello, los hombres y mujeres sencillos saben mucho más que los cuatro galimatías que se sientan a diario en sus poltronas de Bruselas.
VALORES, el partido político en el que andamos algunos jugamos de lleno en estos torneos, torneos que parten desde la buena argumentación, de la razón, desde el sentido común que impregna el Humanismo Cristiano.
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