INSTALADOS EN LA ORDINARIEZ POPULISTA
Se ha instalado la ordinariez estratégica, la ludopatía social y nos desinforman para que el miedo no deje de crecer. Estamos en plena biopsia
Este glorioso país con una mayoría aplastada desde el abrazo de los osos y los besos de Yolanda a Pedro S. se ha instalado en la ordinariez nada opacada. Desde los diarios de papel con sus predicadores de todo, profetas de nada, de firmas que aburren a muertos, a las televisiones catastróficas con chorros negros de sucesos violentos y frivolidades horteras, bipoladas todas, privadas y gubernamentales, y tertulianos, los mismos de todos los días y todas las horas, desmadrados escupiendo adjetivos sin controles de unos moderadores sin sentido común.
Solo las emisoras de radio, especialmente Onda Cero, se salvan de esa guerra inventada por el populismo latino desde la conferencia de PUEBLA. También algunos digitales que no cobran de los políticos, los tesoreros del poder.
Ya somos pocos los crédulos con la DEMOCRACIA VIOLADA grupalmente. Vivimos bajo la falacia de que poseen, ellos, el control de nuestra existencia cuando la más leve insignificancia nos parte en dos.
Es muy difícil vivir así, acosados por los que hemos votado, pero entretanto nuestras facultades mentales, sobre todo las intelectuales y de la cultura, se atrofian al calor de políticos y políticas con el alma seca, atrapados en la jaula del Parlamento con música de fondo del grito con un tráfago de banalidades y del garrafón ideológico que contagia al pueblo, que en un pispas huye de la jaula, del zulo o del bunquer familiar.
Hasta el feminismo histérico nos castiga, y se pronuncia derrochando vulgaridades como la tal Daniels que declara en una conocida revista conservadora «digo que el sexo con Trump duró dos o tres minutos. Puede que haya sido el sexo menos impresionante que he tenido».
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Error y grave, a ninguna mujer normal, en sus cabales, salvo dinero, se le ocurriría fornicar con un tipo como el bruto yanqui, que pagó una eyaculación precoz, fulminante.
Hoy, como ayer, en el escenario del SENADO, nuestros trescientos cincuenta políticos bien pagados, demostraron que los debates de bajo estilo demuestran fehacientemente que hemos tocado fondo, hundidos por ese ancla del maniqueísmo histórico, la incultura y el sistema, que lo permite en nuestro caso la UNIÓN EUROPEA y sus jueces corrompidos que administran veneno a Puigdemont, en el Waterloo belga, flamenco, de triste recuerdo desde siglos.
El denigrante espectáculo parlamentario, indigna, pero no más allá, cuando en plena cuesta de enero empiezan los «madresmias!», aparecen las mascarillas, pasillos con enfermos, mayores atosigados en un clima de indiferencia, el paro crónico de gente joven y cincuentones y las tiendas de nuestros barrios se apagan y desaparecen 78.329 autónomos en una sola región y cientos de miles a escala nacional a la sombra de una inflación que no deja de castigar.
En el patio de butacas y hasta en los gallineros del teatro español los separatistas se ríen del Gobierno, ahora algo, mañana más. Se ha instalado la ordinariez estratégica, la ludopatía social y nos desinforman para que el miedo no deje de crecer. Estamos en plena biopsia.
EPÍLOGO.- Si el caso TRUMP y su débil orgasmo pagado a buen precio es motivo de polémica, el Vaticano tiene otro problema, el del orgasmo teológico, casi una éxtasis divino –que lo es, evidentemente comprobado– y lo explicaba en su juventud el hoy cardenal y asesor del Papa Francisco –también argentino– VICTOR MANUEL FERNANDEZ, en un libro de éxtasis religioso titulado LA PASION MISTICA, ESPIRITUALIDAD Y SENSUALIDAD, todo un tango agarrado bailado y aireado por el ala conservadora de la ortodoxia católica, desde que el santo padre admitiera bendiciones mimosas a los llamados matrimonios homosexuales, y a los divorciados, esa casta de héroes anónimos.
La crisis argentina no solo se ha instalado en Buenos Aires,, también en la Roma de los emperadores que en aquellos tiempos el fornicio era considerado como un manjar de dioses. Total, que la crisis no es solo cuestión de dos sino de esa espiritualidad que puede llegar en las alas del espíritu más o menos santo.
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