El poder político del islam en crecimiento en Europa

Europa, tierra de la democracia, la cultura y los derechos humanos, está sucumbiendo ante un proceso de autodestrucción que se disfraza de progresismo y tolerancia multicultural. La creciente influencia del islam político no es una casualidad ni un accidente. Es un proyecto ideológico que, apoyado por gobiernos como el de Pedro Sánchez, avanza de forma acelerada mientras el continente mira hacia otro lado, incapaz de reconocer que está siendo devorado desde dentro.

 De la integración a la sustitución cultural
Lo que comenzó como un proceso de integración pacífica de minorías religiosas, ha terminado siendo una invasión de valores opuestos a la esencia misma de Europa. Países como Francia, Bélgica, Alemania o Suecia han sido laboratorios de la multicultura, donde la inmigración musulmana masiva no ha generado una integración genuina, sino guetos sociales y políticos que, a medida que crecen, exigen más espacio, más derechos y más poder, mientras debilitan la identidad europea.

En Bélgica, por ejemplo, partidos islamistas ya piden la instauración de la sharía, proponiendo una sociedad donde la ley islámica sea superior a la ley del Estado. Esto no es una "nueva normalidad", es una invasión ideológica encubierta que pone en peligro los principios democráticos que Europa dice defender.

  Reino Unido: la primera línea del islamismo político
El Reino Unido ya ha cruzado la línea roja. Las políticas de inmigración y la falta de integración real han permitido que en muchas ciudades como Birmingham, Leicester y Bradford, los islamistas se conviertan en la fuerza política dominante.

Los políticos de origen musulmán no sólo representan a sus comunidades, sino que están transformando las ciudades en espacios regidos por una lógica islamista, donde la ley y el orden europeo se subordinan al poder de la comunidad musulmana.

Lo que empezó como un proceso electoral legítimo ha dado paso a un verdadero pacto clientelista entre los partidos tradicionales y las comunidades musulmanas, donde el voto se compra a través de favores, no por ideologías comunes. Las políticas locales favorecen una segregación cada vez mayor en todos los aspectos de la vida social, cultural y educativa, mientras las voces críticas son silenciadas.

 España: la traición del progresismo y la política de puertas abiertas
En España, el gobierno de Pedro Sánchez no sólo ha traicionado a sus ciudadanos, sino que está llevando a todo el país hacia la ruina cultural y económica.

Mientras Europa cierra sus puertas a la inmigración ilegal, el presidente español sigue con las puertas abiertas y las llaves en la mano. Sánchez no solo permite la entrada descontrolada de miles de inmigrantes ilegales, sino que además está nacionalizando musulmanes a una velocidad sin precedentes, ofreciéndoles subvenciones y derechos sociales a cambio de votos.

Esta política clientelista es una insultante manipulación electoral, porque, aunque Sánchez no lo admite, está utilizando a los inmigrantes ilegales como un instrumento para asegurar su poder político. Nacionaliza a miles de inmigrantes, muchos de ellos musulmanes, con el único propósito de asegurarse de que voten por él y sus aliados a cambio de más ayudas públicas y derechos, sin exigirles ninguna responsabilidad cívica, social o cultural.

 El coste económico y social de la inmigración ilegal
Las consecuencias de esta política criminal son devastadoras. Mientras Sánchez se asegura un voto cautivo y una base electoral cada vez mayor, el pueblo español paga el precio:

Miles de millones de euros en gasto público para sostener a una población de inmigrantes ilegales que no contribuyen a las arcas del Estado.

Servicios públicos colapsados: hospitales, escuelas y servicios sociales son sobrecargados, mientras los recursos destinados a los ciudadanos españoles se ven diezmados.

El empleo desaparece para los locales, mientras los inmigrantes ilegales se benefician de subsidios sin haber trabajado ni un solo día en el país.

Lo más indignante de todo esto es que no se pide nada a cambio. Estos inmigrantes, muchos de ellos musulmanes, no están comprometidos con la integración en la sociedad española, sino que a menudo refuerzan sus propias estructuras paralelas en guetos urbanos que promueven una visión radical del islam. Al final, se gasta una fortuna pública solo para asegurar un grupo de votantes clientelistas para un gobierno que busca perpetuarse en el poder.

 Delincuencia en aumento: ¿y el gobierno qué hace?
El otro gran problema es el aumento de la delincuencia, especialmente entre ciertos sectores de la población musulmana. Los crímenes violentos, violaciones, agresiones sexuales y ataques a la policía se han incrementado a una velocidad alarmante. Y lo peor de todo es que la justicia y la ley no protegen a las víctimas:

Violadores y delincuentes son protegidos por un sistema que parece tener miedo de enfrentarse a los culpables.
Los agentes de policía son castigados por defenderse, mientras que los delincuentes son liberados bajo pretextos ideológicos.

El sistema judicial se ha plegado a la presión mediática y al miedo a ser tachado de "racista" o "islamófobo", cuando la realidad es que el islam político ha traído consigo una cultura de intolerancia y violencia que va en contra de los valores democráticos fundamentales de Europa. El policía que se defiende en su trabajo es el que acaba en prisión, mientras que el delincuente sigue haciendo lo que le place, gracias a un sistema legal que no actúa con firmeza.

 ¿Hasta cuándo vamos a permitir esto?
Es el momento de decir basta. Europa está perdiendo su alma, su identidad y su futuro en nombre de una supuesta tolerancia que, en realidad, ha traicionado todo lo que defendemos. La inmigración ilegal masiva y descontrolada no es una riqueza cultural, sino una carga social y económica que no estamos preparados para soportar.

Los partidos como el de Sánchez juegan con el futuro de toda una nación, asegurando su permanencia en el poder a costa de destruir los cimientos de la cultura, la economía y la cohesión social.

Europa debe despertar y empezar a defender lo que realmente le pertenece: su cultura, su historia y su soberanía. Si no lo hace, no solo perderá su identidad, sino que condenará a sus hijos y nietos a vivir bajo un régimen político-religioso que no tiene cabida en un sistema democrático.

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