Tomás Gómez: "Pedro Sánchez puede que huya del país"

Tomás Gómez augura una huida de Pedro Sánchez y vincula su futuro político a la corrupción
El exsecretario general del PSOE en la Comunidad de Madrid, Tomás Gómez, ha elevado el tono de sus críticas contra Pedro Sánchez, llegando a afirmar que no descarta que el actual presidente del Gobierno “huya del país” cuando abandone el poder. Gómez sostiene que Sánchez “pasará a la historia como el Bettino Craxi español”, en referencia al ex primer ministro italiano que terminó sus días fuera de su país tras verse acorralado por escándalos de corrupción.

Según Gómez, la trayectoria política de Sánchez estaría marcada por una acumulación de decisiones y alianzas que, a su juicio, acabarán teniendo consecuencias judiciales y políticas. En ese contexto, afirma que el presidente “sabe que dejará tierra quemada” y que su salida del poder no será ordenada ni normalizada dentro del sistema institucional.

El exdirigente socialista vincula esa posible huida a lo que considera una deriva corrupta del sanchismo, no solo en términos económicos, sino también —según sus palabras— en el plano moral e institucional. Gómez sostiene que Sánchez ha degradado los estándares éticos del poder, utilizando las instituciones del Estado como instrumentos al servicio de su supervivencia política.

Estas declaraciones se enmarcan en una crítica más amplia de Tomás Gómez al actual liderazgo del PSOE, al que acusa de haber destruido el legado histórico del partido y de haberlo convertido en una organización sometida a los intereses personales de su secretario general. Gómez insiste en que Sánchez “no es distinto al político que conoció hace décadas”, al que describe como ambicioso y sin límites éticos claros.

Las palabras del exlíder socialista reflejan el grado de fractura existente entre el PSOE histórico y la actual dirección del partido, así como el nivel de confrontación interna que, aunque silenciado orgánicamente, sigue manifestándose a través de antiguos dirigentes que ya no se sienten representados por el proyecto de Pedro Sánchez.

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El Partido Socialista Obrero Español vive bajo el liderazgo de Pedro Sánchez Pérez-Castejón una de las etapas más controvertidas de sus más de 140 años de historia. No se trata únicamente de una discusión ideológica entre izquierdas y derechas, sino de una transformación profunda del papel del partido en el sistema democrático español, de su relación con el Estado y de su propia identidad política.

Lo que fue el partido de Pablo Iglesias Posse, de Indalecio Prieto, de Felipe González o de Alfredo Pérez Rubalcaba, se ha convertido en una organización crecientemente subordinada a los intereses, estrategias y supervivencia política de un solo dirigente. El PSOE de Pedro Sánchez ya no se define tanto por un proyecto socialdemócrata reconocible como por una lógica de poder que ha desdibujado principios históricos y ha erosionado consensos fundamentales.

De la derrota interna al control absoluto del partido
Tras ser forzado a dimitir en 2016 por su propio partido, Pedro Sánchez regresó a la secretaría general en 2017 mediante un proceso de primarias que presentó como una rebelión de las bases frente al aparato. Aquella victoria, sin embargo, no inauguró una etapa de pluralismo interno, sino todo lo contrario: el inicio de un proceso sistemático de depuración política interna.

Dirigentes como Susana Díaz, Javier Lambán, Emiliano García-Page, Felipe González o Alfonso Guerra han expresado, con distintos tonos, su preocupación por el rumbo del partido. Otros, como Tomás Gómez, Nicolás Redondo Terreros o Joaquín Leguina, fueron directamente apartados o empujados a la irrelevancia. El mensaje ha sido claro: la discrepancia no tiene cabida en el nuevo PSOE.

El partido ha dejado de ser un espacio de debate político para convertirse en una estructura vertical, donde la lealtad al líder prima sobre la reflexión ideológica o el interés general.

Pactos sin líneas rojas: de Bildu a Puigdemont
Uno de los elementos que más ha dañado la credibilidad institucional del PSOE ha sido la política de alianzas impulsada por Pedro Sánchez. Bajo su mandato, el partido ha normalizado acuerdos con EH Bildu, formación heredera del entorno político de ETA, rompiendo un consenso ético que el propio PSOE defendió durante décadas junto a figuras como Ernest Lluch o Fernando Buesa.

A ello se suman los pactos con el independentismo catalán, incluyendo ERC y Junts per Catalunya, liderada en la práctica por Carles Puigdemont, un dirigente fugado de la justicia española durante años. La aprobación de medidas como la eliminación del delito de sedición o la controvertida ley de amnistía han sido justificadas como necesarias para la “convivencia”, pero percibidas por amplios sectores sociales como concesiones políticas a cambio de apoyo parlamentario.

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El PSOE que defendió la Constitución de 1978 y el Estado autonómico como marco de cohesión nacional ha pasado a depender de fuerzas que cuestionan abiertamente ese mismo marco.

Un gobierno sostenido por la polarización
Pedro Sánchez ha hecho de la polarización una herramienta de supervivencia política. La confrontación permanente con la oposición, especialmente con el Partido Popular y Alberto Núñez Feijóo, ha sustituido al diálogo institucional. La estrategia consiste en dividir el tablero político entre “progresistas” y “reaccionarios”, reduciendo cualquier crítica a un ataque ideológico o a una supuesta conspiración mediática.

Figuras clave del sanchismo como María Jesús Montero, Félix Bolaños, Óscar Puente o Patxi López han asumido ese marco discursivo, priorizando la defensa cerrada del líder frente a cualquier autocrítica. El resultado es un empobrecimiento del debate público y una creciente desafección ciudadana.

El abandono del PSOE como partido de Estado
Durante décadas, el PSOE fue un pilar del sistema democrático español. Gobernó con sentido de Estado, respetó la separación de poderes y contribuyó a grandes consensos nacionales. Ese legado, construido por dirigentes como Felipe González, Rubalcaba o José Luis Rodríguez Zapatero en sus primeras etapas, ha quedado profundamente erosionado.

Hoy, muchos votantes socialistas históricos no reconocen al partido. No porque haya girado ideológicamente, sino porque ha abandonado la coherencia. El PSOE de Pedro Sánchez parece dispuesto a reescribir su propia historia con tal de justificar cada decisión tomada para mantenerse en el poder.

Un balance político marcado por el cortoplacismo
Pedro Sánchez ha demostrado una notable capacidad para resistir políticamente. Ha sobrevivido a derrotas electorales, crisis internas y escenarios adversos. Pero esa resistencia tiene un coste. El debilitamiento institucional, la fractura territorial, la pérdida de confianza en las reglas del juego y la conversión del PSOE en una herramienta personal son consecuencias que no pueden ignorarse.

La historia no juzga únicamente quién se mantiene más tiempo en el poder, sino cómo lo hace y qué deja detrás. El PSOE sobrevivirá a Pedro Sánchez, como ha sobrevivido a muchos otros líderes. La pregunta es si lo hará con su identidad intacta o si necesitará años para reconstruir la credibilidad, la unidad interna y la vocación de servicio público que lo definieron durante gran parte de su trayectoria.

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