«YO NO SOY ESTADO, PRESIDENTE: TÚ SÍ»
Pero él sí que sabe quiénes son ignorantes: todos los que se dejan embaucar. Los que le votan, porque estando él no está la derecha en el poder. Pero yo les preguntaría a esos votantes de fidelidad canina: ¿están ustedes seguros?
Algo ha llovido desde que Luis 14 dijera en su parlamento aquello de que El estado soy yo (L’État c’est moi!). Ahora el Presidente de nuestro Gobierno nos viene con que todos somos estado. Y un rábano.
No le supongo a don Pedro ignorancia. Me da la impresión de que es un señor que sabe lo que quiere y mueve los hilos de forma que casi siempre le sale bien: lo echaron de su partido, y ahora es el señor absoluto del mismo, de modo que cada vez que cambia de opinión no hay voz alguna en su formación que se atreva a recordarle los argumentos que usó antes para no hacer lo que hace ahora:
se junta con PODEMOS, pacta con terroristas y delincuentes, y no se ocupa del bien de España, o al menos lo parece. No, don Pedro Sánchez Pérez-Castejón puede ser muchas cosas, pero no ignorante.
Pero él sí que sabe quiénes son ignorantes: todos los que se dejan embaucar. Los que le votan, porque estando él no está la derecha en el poder. Pero yo les preguntaría a esos votantes de fidelidad canina:
¿están ustedes seguros? Porque la derecha siempre quiere dejar las cosas como están, mientras que la izquierda tiene fama de querer cambiar las cosas, se supone que a mejor, aunque hace mucho que eso no les sale bien. Estoy dispuesto, sí, a pensar que es por torpeza, falta de miras, no saber hacer…
Porque la alternativa a eso sí que da miedo. Pero los que votan para que todo siga igual, o sea Sánchez en el poder, están haciendo política de derechas, que no de izquierdas.
El estado está formado por el Rey, que lo preside y representa, aunque no tenga poder ejecutivo, el Gobierno y todos los funcionarios que dependen de él. Y pare usted de contar. En las autonomías el estado son los gobiernos autonómicos y todos sus funcionarios, que en realidad dependen del gobierno central, que les ha ido dando competencias, pero que por la misma razón que se las dio se las puede quitar.
Sí, tenía razón aquel jovencito de 16 años, Luis 14, cuando dijo aquella famosa frase en el Parlamento de París el 13 de abril de 1655. En aquel momento él era el poder, que delegaba en sus ministros, porque una persona no puede abarcarlo todo. Los ministros actúan en nombre del rey, que los puede deponer igual que los puso: a su arbitrio. Según los franceses de aquella época, al Rey lo asistía el designio divino, y el pueblo no tenía más remedio que tragar.
En España, en cambio, y aunque a la gente se le olvide porque no quiere hablar de política, que es malo y sirve solo para pelearse la gente resulta que desde tiempo inmemorial es el pueblo el que recibe de Dios el poder soberano, que a su vez delega en el rey, desde las cortes de León en el siglo 12, y por eso el monarca ha de contar con ellas.
Pero desde hace algunos siglos la dejación de responsabilidades por parte del pueblo nos ha causado perder muchas cosas, desde el Imperio hasta la vergüenza al dejarse embaucar por estos partidos políticos de ahora que dicen que nos representan aunque ellos saben —y algunos de nosotros también— que eso es mentira.
Cuando uno se mete en un juicio y necesita a un abogado, elige a uno de ellos, y le firma un poder. Si otra persona tiene que actuar legalmente en algún sitio en nuestro nombre, nosotros elegimos bien a esa persona, y si no nos representa bien, le retiramos el permiso para representarnos. ¿Recuerda usted, lector, cuándo le firmó al gobierno actual el derecho a evadir sus responsabilidades en una catástrofe nacional? ¿Recuerda usted siquiera cuándo eligió a diputado alguno para que nombrase a este gobierno? ¿Recuerda usted haber elegido a don Pedro Sánchez para la primera magistratura de este país?
Nosotros, el pueblo de España, somos la nación española. Todos somos la nación, incluso don Pedro y todos los socialistas, mal que les pese. Hasta los de PODEMOS, en tanto no renuncien a su pasaporte y DNI, se busquen otro o no.
La nacionalidad no es un papel, cierto, uno no es nación porque tenga o no un papelito, sino porque ha nacido aquí, vive aquí, también porque debería de interesarse por lo que ocurre aquí. Pero parece que a nadie le interesan los dislates que comete el gobierno. Hasta que aparece una catástrofe como la de Valencia, y entonces se tira uno de los pelos de la cabeza.
Y ahora los representantes del estado —que no de la nación— andan tirándose la pelota unos a otros, eludiendo responsabilidades. Pero esto tiene unas causas. Que el auxilio inmediato debido que no tuvieron los valencianos sea culpa de Mazón o de Sánchez y Marlaska no es tan importante, a mi juicio, como las causas de que haya ocurrido esta desgracia. Y Mazón no estaba cuando había que arreglar los cauces de ríos y barrancos en la Comunidad Valenciana.
Estaban Zapatero, Rajoy y Sánchez. Y Ximo Puig, socialista, por cierto. Aquellos trescientos millones que ahora nos parecen calderilla se dedicaron a otra cosa en lugar de arreglar cauces y barrancos. Y ahora hay que invertir miles de millones. O sea, el pan de ayer es hambre de hoy.
No, no exculpo a los dislatadores actuales, pero quiero soluciones para el futuro. Ahora el gobierno ofrece miles de millones, que ya veremos si los da. Pero no los da, sino que los presta. A devolver en un plazo de apenas tres años. Pues vaya una ayuda. A la gente que lo ha perdido todo por la inoperancia de los políticos del estado por lo visto no se les compensa, sino que solo se les presta el dinero.
Don Pedro, yo no soy estado. Mis conciudadanos tampoco lo son, excepto aquellos que trabajan para el gobierno. Y el responsable máximo del estado es usted, don Pedro. O se gana el sueldo, o dimite. No nos tragamos más sus bulos.
Que usted lo pase bien.
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