El Ayuntamiento de Bezas optó por acatar el informe técnico del Gobierno de Aragón

La traición a los símbolos cristianos y a nuestras raíces vuelve a hacerse visible, esta vez de la mano del Partido Popular en Aragón. En un nuevo y vergonzoso episodio, el Gobierno regional liderado por Jorge Azcón del PP, ha ordenado el derribo de la histórica cruz de Bezas, ubicada en la majestuosa Sierra de Albarracín, alegando absurdamente un «peligro medioambiental».

Una excusa ridícula que esconde la cobardía y la complicidad del PP con la izquierda en su obsesión por borrar los vestigios de nuestra historia y fe cristiana.

El PP aragonés se ha arrodillado ante la izquierda
Lejos de defender los valores que dice representar, el PP aragonés se ha arrodillado ante el discurso laicista y destructivo, dejando desprotegidos a los vecinos de Bezas y consintiendo la eliminación de un símbolo que lleva 80 años presidiendo ese enclave natural.

La cruz, dañada tras la caída de un rayo el pasado septiembre, habría sufrido desperfectos en una esquina del extremo superior, dejando a la vista un trozo de metal. A partir de ahí, el informe del Servicio Provincial de Teruel, dirigido por Emilio Pérez, se limita a justificar su demolición con el pretexto de que podría atraer más rayos, a pesar de que existe un pararrayos a poco más de un metro de distancia.

Lejos de plantear la reparación de la cruz, como cabría esperar de cualquier administración que respete la historia y el sentir popular, la consejería de Medioambiente del PP optó por la vía más cómoda y cobarde: la destrucción del monumento. Un gesto que demuestra que el PP no solo es cómplice de la izquierda, sino que es incapaz de defender aquello en lo que dice creer. Un partido que actúa así no merece gobernar a nadie.

Amenazas y chantaje para que fuera aprobado
El informe técnico, elaborado sin consulta previa ni con el alcalde ni con los vecinos, llegó al Ayuntamiento de Bezas acompañado de un ultimátum: 13 días de plazo para proponer alguna alternativa o asumir la demolición.

El pasado martes, en sesión extraordinaria del pleno del Ayuntamiento, los vecinos —reunidos en concejo abierto— votaron qué hacer con la cruz. Pero lo que debería haber sido un ejercicio de participación democrática se convirtió en una farsa, condicionada por la presión de las autoridades.

Según denuncian los propios vecinos, la votación se celebró en un ambiente de coacción. “Si ocurría algún incidente o moría alguien, no se iría sólo contra el Ayuntamiento, sino por la persona física que votó a favor”, amenazaron el técnico provincial y la secretaria municipal. Además, la votación no fue anónima y algunos vecinos votaron incluso por familiares ausentes, agravando la falta de garantías.

El resultado: se acata la orden de derribo. Pero en el pueblo no hay consenso, ni mucho menos. Vecinos molestos recuerdan que “la cruz ya estaba descorchada al menos desde los años 70 del pasado siglo”, como demuestran fotografías antiguas. “Han puesto la excusa de derribarla por motivos de seguridad, pero el motivo es que es una cruz de posguerra”, señalan con claridad.

Un Gobierno de Aragón cobarde
El miedo a enfrentarse al Gobierno de Aragón pesa más que el deber de defender la historia y el patrimonio. Desde el propio Ayuntamiento admiten que no quieren asumir ninguna responsabilidad “por lo que pudiera ocurrir en caso de un incidente” y lamentan “nosotros somos los que menor capacidad de reacción tenemos”.

La realidad es tan clara como dolorosa: el PP, una vez más, se muestra como un partido cobarde, incapaz de plantar cara a las imposiciones ideológicas y culturales de la izquierda.

Es cómplice por acción y por omisión. Mientras se llenan la boca de palabras como libertad y defensa de la tradición, en la práctica traicionan esos principios y dejan indefensas a las poblaciones que gobiernan.

Un partido político que no defiende sus valores ni a sus votantes no merece gobernar. Y lo que ha sucedido en Bezas es la prueba palpable de que el Partido Popular está dispuesto a sacrificar nuestras cruces, nuestra historia y nuestra fe por miedo a asumir responsabilidades. Y eso tiene un nombre: traición.

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