La entidad financiada por Sánchez que está introduciendo el hiyab y el menú halal en los colegios

Lo que resulta particularmente paradójico es que este mismo Ejecutivo ha promovido la retirada de símbolos cristianos de los centros escolares, ha cuestionado la presencia de la asignatura de religión en el currículo y ha apostado por un enfoque de laicidad

Pedro Sánchez

A comienzos del actual curso escolar, la Comisión Islámica de España (CIE) publicó un informe solicitando, entre otras medidas, la ampliación de la plantilla de profesores de religión islámica en centros públicos y privados, la aceptación del uso del hiyab —y otras prendas que cubran el cabello— por motivos confesionales o de salud, así como la implementación de menús halal en los comedores escolares.

Estas peticiones han reavivado un debate que trasciende lo estrictamente religioso y se adentra en terrenos sensibles como la laicidad del Estado, la integración cultural y el uso de fondos públicos.

Desde su creación en 1992, la CIE actúa como interlocutor entre el Estado y la comunidad musulmana, en cumplimiento del acuerdo de cooperación firmado con el Gobierno español. No obstante, su papel ha cobrado mayor visibilidad en los últimos años, en parte gracias a un creciente respaldo institucional.

Según datos del Sistema Nacional de Publicidad de Subvenciones y Ayudas Públicas, la Comisión ha recibido más de 1,7 millones de euros en subvenciones desde 2021. Esta financiación —canalizada bajo el mandato de Pedro Sánchez y a través del Ministerio del Interior— se ha otorgado sin contraprestación clara, lo que ha generado críticas y sospechas sobre su legitimidad y oportunidad.

Lo que resulta particularmente paradójico es que este mismo Ejecutivo ha promovido la retirada de símbolos cristianos de los centros escolares, ha cuestionado la presencia de la asignatura de religión en el currículo y ha apostado por un enfoque de laicidad que, en la práctica, se ha traducido en una reducción del espacio visible para el cristianismo en la vida pública.

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Ante este contexto, cabe preguntarse: si el Gobierno busca reducir la presencia del cristianismo en las aulas en nombre de la neutralidad, ¿cómo se justifica que al mismo tiempo se financien y respalden demandas confesionales islámicas?

¿Es coherente promover una supuesta neutralidad religiosa eliminando la influencia cristiana —mayoritaria en la historia cultural del país—, mientras se refuerzan las expresiones institucionales del islam mediante subvenciones y reformas educativas a medida? ¿Acaso la neutralidad del Estado consiste en sustituir una religión por otra en lugar de mantener una distancia equitativa frente a todas?

Lo que algunos interpretan como una apuesta por la inclusión, otros lo ven como una estrategia de cálculo político. El islamismo —como corriente ideológica con ambiciones sociales y políticas— sigue ganando terreno en España, y lo hace con el respaldo directo o indirecto de un Gobierno que no oculta su interés por captar y fidelizar el voto de comunidades musulmanas.

En lugar de una integración real basada en valores compartidos, se corre el riesgo de alimentar una forma de clientelismo confesional, en la que determinadas concesiones culturales y económicas sirvan como moneda de cambio electoral.

Permitir prendas como el hiyab puede considerarse una expresión de libertad individual; sin embargo, su aceptación institucional en las escuelas, junto con la implementación de menús religiosos específicos, plantea dudas profundas sobre los límites entre diversidad e imposición cultural. Lejos de integrar, estas medidas pueden favorecer la fragmentación del espacio educativo y convertir a la escuela pública en un escenario de tensiones confesionales en lugar de un lugar común para todos los ciudadanos.

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La educación pública debe aspirar a ser un terreno de encuentro, no de segmentación. Si se eliminan los signos cristianos para proteger la laicidad, no tiene sentido introducir otros signos religiosos institucionalmente. El Estado debe proteger la libertad individual de creencia, pero también preservar el carácter común, laico y neutral de sus instituciones. De lo contrario, corre el riesgo de fomentar desigualdades bajo la apariencia de inclusión.

En definitiva, el informe de la Comisión Islámica de España, y la respuesta institucional que ha recibido, abren un debate necesario sobre el papel de la religión en la educación. Pero ese debate no puede estar guiado por favoritismos políticos ni contradicciones ideológicas: debe centrarse en el principio de igualdad ante la ley y en la defensa de un espacio público verdaderamente neutral y plural. La laicidad no debe convertirse en una herramienta de sustitución religiosa, sino en una garantía de convivencia real.

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