Por: Impacto España Noticias03 de mayo de 2025

El Gobierno admitió que las renovables comprometían el suministro si no se "flexibilizaba el sistema"

La declaración, contenida en un documento del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, afirmaba que con vistas al año 2030 —cuando se espera que el 81% de la generación eléctrica provenga de fuentes renovables— será "fundamental disponer de elementos que doten de flexibilidad al sistema

Pedro Sanchez

El pasado 30 de abril de 2024, el Gobierno español, en una respuesta escrita al Partido Popular, reconoció un hecho que hasta ahora se había tratado con excesiva tibieza en el discurso oficial: el sistema eléctrico español, pese al notable incremento de energías renovables, no está preparado para gestionar de forma segura y eficiente un mix eléctrico cada vez más verde.

La declaración, contenida en un documento del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, afirmaba que con vistas al año 2030 —cuando se espera que el 81% de la generación eléctrica provenga de fuentes renovables— será "fundamental disponer de elementos que doten de flexibilidad al sistema, contribuyendo a la calidad y seguridad del suministro".

Esta afirmación, si bien técnicamente correcta, encierra una grave omisión de planificación y una peligrosa falta de transparencia en el diseño de la política energética nacional.

 Mucho sol y viento... pero sin red que lo aguante
España ha sido una referencia internacional en el despliegue de energías renovables, en particular la solar fotovoltaica y la eólica. No obstante, el Gobierno ha confundido megavatios instalados con seguridad del suministro. La generación renovable, por su naturaleza intermitente y no gestionable, requiere un ecosistema de tecnologías complementarias: almacenamiento, redes inteligentes, gestión de la demanda, interconexiones internacionales y generación de respaldo flexible. Ninguna de estas piezas críticas ha avanzado al ritmo necesario.

La realidad es que la política energética se ha centrado obsesivamente en las cifras de capacidad renovable, que lucen bien en los informes internacionales, pero ha descuidado la infraestructura que garantiza que esa electricidad llegue de forma continua y fiable a los hogares y las empresas. El sistema eléctrico español carece de la resiliencia necesaria para afrontar, por ejemplo, una semana sin viento o una ola de calor con exceso de demanda en horario nocturno cuando no hay sol.

 Flexibilidad: la gran ausente del PNIEC
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), cuya actualización sigue en proceso, plantea metas ambiciosas: 81% de generación renovable en 2030 y un sistema 100% renovable en 2050. Sin embargo, el propio Gobierno admite ahora que estas metas no pueden alcanzarse sin dotar al sistema de flexibilidad, una condición que hasta ahora ha sido relegada a un segundo plano en la planificación pública.

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¿Dónde están los proyectos masivos de almacenamiento energético? ¿Dónde están los incentivos reales para el despliegue de baterías, tanto a escala residencial como industrial? ¿Por qué las interconexiones con Francia y Portugal siguen estancadas en trámites interminables? ¿Qué estrategias se han aplicado para digitalizar la red de distribución, uno de los eslabones más vulnerables del sistema?

La respuesta es clara: las medidas estructurales no han llegado, o lo han hecho a cuentagotas. El Ejecutivo ha apostado más por la imagen verde que por la ingeniería sólida. Y ahora, enfrentado a sus propios compromisos climáticos, empieza a reconocer los errores de omisión.

 El espejismo de las cifras récord
Durante los últimos años, España ha batido repetidamente récords de generación renovable. Pero estos titulares esconden un problema sistémico: la sobreproducción puntual y el vertido de energía excedente por incapacidad de absorberla. En días con alta radiación solar y viento, el sistema tiene que cortar la generación porque no hay suficiente almacenamiento o capacidad de evacuación. Es decir, estamos generando energía limpia... para tirarla a la basura.

Esto no solo es un despilfarro técnico, sino un sinsentido económico: cada instalación renovable subvencionada o incentivada genera costes que el consumidor final paga, aunque la energía generada no se aproveche. Además, sin mecanismos de flexibilidad, los precios del mercado eléctrico se distorsionan, y las empresas afrontan mayor incertidumbre.

 Una transición energética sin músculo industrial
España ha apostado por un modelo de transición energética dependiente de la importación tecnológica. Las baterías se fabrican fuera. Los paneles solares también. Los sistemas de gestión de redes son mayoritariamente desarrollados por grandes multinacionales extranjeras. El país no ha aprovechado el impulso renovable para desarrollar una industria propia robusta, como han hecho otros países europeos.

Además, la estrategia energética sigue sin articularse con una visión industrial. No se ha promovido la creación de cadenas de valor completas, ni se han implementado verdaderos planes de capacitación técnica para los trabajadores de sectores en reconversión. La transición se ha enfocado como un asunto climático, no como una oportunidad económica integral.

 ¿Y ahora qué? La urgencia de un plan B
La admisión del Ministerio para la Transición Ecológica no puede quedarse en un apunte técnico en un documento parlamentario. Es una señal de alarma que debe activar una revisión inmediata y profunda de la estrategia energética nacional. Algunos pasos urgentes son:

Diseñar un Plan Nacional de Flexibilidad del Sistema Eléctrico, con objetivos concretos, presupuesto, calendario y control ciudadano.

Acelerar el despliegue de almacenamiento energético: baterías a gran escala, bombeo hidráulico, hidrógeno verde.

Reformar el sistema de precios del mercado eléctrico para reflejar adecuadamente la necesidad de servicios de capacidad y flexibilidad.

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Impulsar la digitalización de redes de distribución, para permitir una gestión inteligente, dinámica y descentralizada de la demanda.

Fortalecer las interconexiones internacionales, especialmente con Francia, cuya escasa capacidad actual limita enormemente nuestra flexibilidad.

Desarrollar una industria nacional de tecnologías energéticas como política de Estado, más allá de los intereses del IBEX 35.
 
El cambio no es solo verde, es estructural
La transición energética no puede reducirse a instalar placas solares y molinos de viento. Requiere una reingeniería completa del sistema eléctrico, del marco regulatorio, de la infraestructura y del modelo industrial del país. El reconocimiento tardío del Gobierno sobre la falta de flexibilidad del sistema eléctrico no solo es técnicamente preocupante; es políticamente revelador.

España no puede permitirse repetir los errores de la burbuja solar de 2008: mucho titular, poca planificación. Si queremos un sistema 100% renovable en 2050, debemos empezar hoy —de verdad— a construir la base que lo sostenga. Porque no hay transición energética sin red, sin gestión y sin verdad.

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