La periodista de El País Inma Carretero se confunde y lee en directo en la Cadena SER sus mensajes con María Jesús Montero pidiéndole el informe sobre Santos Cerdán

En una escena que pasará a los anales del periodismo español como un bochorno sin precedentes, la periodista Inma Carretero, jefa de Nacional en El País y colaboradora habitual de la Cadena SER, leyó accidentalmente en directo mensajes privados con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. El contenido: una solicitud directa de la ministra para que Carretero “le pasara el informe” sobre Santos Cerdán, mano derecha de Pedro Sánchez y pieza clave en la arquitectura del poder socialista.

La imagen fue casi cómica de no ser trágica: Carretero, confiada, comienza a leer un mensaje que evidentemente no era para la audiencia, sino para Montero. La SER, por un segundo, mostró su trastienda. La naturalidad con la que la periodista hablaba de pasar informes a una ministra del Gobierno evidenció no sólo la cercanía entre medios y poder, sino una degradación alarmante de los estándares mínimos de independencia periodística.

 Más que un lapsus: radiografía de un sistema viciado
Lo ocurrido no es un simple error. Es el síntoma más visible de una enfermedad sistémica: la connivencia entre ciertos medios de comunicación y el poder político. La Cadena SER, otrora referencia progresista de pluralidad y crítica, lleva años transitando una peligrosa senda de afinidad casi orgánica con el Gobierno del PSOE.

Que una periodista de su talla —redactora jefa de Nacional en El País, nada menos— esté en contacto directo y frecuente con una ministra puede entenderse como parte del engranaje informativo de una fuente habitual. Pero que sea la ministra quien pida el informe —y que la periodista se preste a enviarlo— nos lleva a un terreno completamente distinto: el del colaboracionismo editorial.

¿Desde cuándo los periodistas trabajan para los ministros? ¿Desde cuándo los informes de redacción circulan entre despachos del poder antes siquiera de publicarse? ¿Qué papel juega ahí la dirección de la SER, de PRISA, y por ende, de El País?

 El informe sobre Santos Cerdán: el eje de una trama de lealtades
El personaje en el centro del escándalo no es menor. Santos Cerdán es el secretario de organización del PSOE, el "fontanero" de Pedro Sánchez, el hombre clave para las negociaciones con Junts y el andamiaje del PSOE en tiempos convulsos. Que exista un “informe” sobre él —y que una ministra lo quiera leer antes o al margen de su publicación— sugiere dos posibilidades igualmente inquietantes: o el Gobierno teme su contenido, o el contenido fue “cocinado” con participación política previa.

Este tipo de prácticas recuerda más al control informativo de regímenes donde el periodismo sirve como brazo del poder, que al funcionamiento de una democracia liberal madura.

 La servidumbre voluntaria del periodismo de corte
El episodio ha reavivado el debate sobre la independencia de los grandes medios en España. Mientras periodistas valientes en medios pequeños o plataformas independientes enfrentan presiones, demandas y censura, las grandes cabeceras como El País y cadenas como la SER parecen haber optado por una relación de simbiosis con el poder: favores por favores, exclusivas a cambio de buena prensa, columnas a medida, silencio cómplice ante escándalos.

El propio Pedro Sánchez ha normalizado esta dinámica. Desde sus cartas semanales a la nación hasta sus apariciones controladas en medios afines, ha sabido rodearse de una burbuja mediática segura. Pero lo de Carretero no fue una entrevista amable. Fue un acto reflejo de una dinámica podrida: la periodista, sin pudor, actúa como facilitadora de información a la propia ministra.

 Consecuencias, silencio y blanqueo
Desde que ocurrió el incidente, el silencio ha sido ensordecedor. Ni PRISA, ni la Cadena SER, ni el propio Gobierno han emitido explicaciones convincentes. No se ha abierto investigación interna, no ha habido rectificación. La propia Carretero ha optado por el perfil bajo, como si no hubiera ocurrido nada. Tampoco se ha producido reacción de entidades deontológicas o del Colegio de Periodistas, salvo algunas críticas en redes.

Esto solo refuerza la percepción de que existe una zona de impunidad para ciertos periodistas y medios que juegan a dos bandas: la de la información y la de la propaganda.

 ¿Y ahora qué?
La prensa es, o debería ser, el contrapoder esencial en cualquier democracia. Cuando se convierte en su cómplice, se transforma en otra cosa: un decorado del régimen, un escaparate vacío de credibilidad.

El caso Carretero-Montero no es una anécdota, es una advertencia. Si el periodismo se convierte en una prolongación de los gabinetes ministeriales, si se permite que las noticias pasen por la censura blanda del poder antes de publicarse, si las y los periodistas abandonan su papel fiscalizador, entonces el periodismo muere, sustituido por una farsa de tertulias, columnas domesticadas y favores cruzados.

Quizás no haya consecuencias inmediatas. Pero cada micrófono indiscreto, cada filtración accidental, cada error como este, es una grieta más en la fachada de un sistema que ya hace aguas.

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