'Corruptio optimi pessima'
"Todos los corruptos no son iguales: la corrupción que llegó con Zapatero y se consolidó vergonzosamente con Sánchez no tiene parangón en nuestro país"
Habitualmente se entiende por corrupción que un cargo público aproveche su ventajosa posición para enriquecerse fraudulentamente. En cualquier sociedad ser jefe o incluso simple jefecillo ofrece posibilidades de afanarse lo ajeno, sobre todo en sociedades liberales en las que se confía en gran medida en la responsabilidad de los gobernantes.
Donde hay más libertad hay más posibilidad de abuso y se pueden utilizar los privilegios para beneficiarse uno mismo o los suyos, incluso para perjudicar a los adversarios. Por supuesto, suele y debe haber mecanismos de control para vigilar a quienes no tienen una conciencia suficientemente escrupulosa pero nunca son totalmente fiables.
Por eso, en democracia, desde sus orígenes, siempre se ha valorado un vicio privado, pero que puede funcionar socialmente como virtud pública: la envidia. A veces, donde no llegan las leyes ni alcanzan los reglamentos, la envidia obtiene buenos resultados para reforzar la honradez.
Aunque sea todo menos bonita, la envidia es la virtud democrática por excelencia. Claro que también la vigilancia de la envidia debe a su vez ser vigilada, para que no cause males mayores de los que denuncia por malicioso exceso de celo. Lo importante no es que haya ocasionales abusos entre quienes están situados favorablemente para cometerlos, sino que no sean descubiertos ni castigados.
Llámenme cínico, si quieren, pero estoy convencido de que donde haya libertad habrá mal uso de la libertad. Sólo en el cielo o en el infierno será imposible pecar, pero porque en ninguno de esos parajes mitológicos habrá libertad.
En mayor o menor medida, la corrupción es inevitable: pero lo que, en cambio, es más peligroso y debe ser evitado por todos los medios es la impunidad. ¿Cómo exterminar totalmente la corrupción política, es decir el mal uso de la libertad? Pues no creo que sea posible ni siquiera deseable intentarlo, porque al pretender bloquear los malos usos de la libertad se bloqueará también la libertad misma, lo que representa un mal mucho mayor.
Cualquier persona sensata, y yo en este caso, aunque sea indebidamente, me incluyo entre ellas, habrá de contentarse con extirpar todo lo posible la impunidad de la corrupción, aceptando como necesaria la corrupción misma.
Pero la peor corrupción que se da en las sociedades no siempre consiste en saqueos económicos o favores indebidos a parientes y amigos. Nuestros clásicos ya advirtieron que la peor corrupción es la que afecta a las mejores instituciones del Estado.
Por eso es impropio, o sea injusto, considerar que los muy probables atropellos de Montoro compensan los casos de mangoneo que se atribuyen a Ábalos, Koldo García y Santos Cerdán, como si de tal modo se estableciera un empate deshonesto entre los socialistas y la oposición del PP. De eso, nada. Sin duda ha habido corrupción entre cargos de uno y otro partido y probablemente la seguirá habiendo, pero no todas las corruptelas son iguales.
Las frecuentísimas coimas cobradas por concesión de obras de urbanización se dan a izquierdas y derechas, aunque la afición desvergonzada al puterío a costa el erario público (en su caso digamos más bien erario púbico) es incomparablemente mayor entre socialistas. Pero eso, como ya hemos dicho, con tal de que no quede impune o encubierto no es tan grave.
La corrupción imperdonable y demoledora es la de los partidos separatistas que se aprovechan de las estructuras estatales para conspirar contra la patria de todos. Los que pretenden rebanar partes sustanciales de nuestro país como si ellos fuesen sus únicos propietarios por derecho de gleba o pernada. Y de paso rompen la igualdad entre ciudadanos exigiendo privilegios legales, fiscales o culturales como pago por su escaso y reticente apoyo a la unidad del país.
Pero los separatistas son separatistas y ya los conocemos: nadie puede ser nada políticamente peor en una democracia, aunque empleen medios aparentemente pacíficos para conseguir sus objetivos. Pero desde el punto de vista de la corrupción, aún peores son los partidos de izquierdas que por afán de poder apoyan el separatismo y lo benefician de forma indecente.
El peor cargo público enviciado con los burdeles que le pagamos los demás o el más desvergonzado saqueador de dinero ajeno son pecadores veniales comparados con los gobernantes que amnistían traiciones flagrantes al país, arrinconan la lengua común para someterla a las locales o modifican las leyes a gusto de quienes las violan, todo para ganarse el apoyo de los enemigos de la España constitucional.
No, todos los corruptos no son iguales: la corrupción que llegó con Zapatero y se consolidó vergonzosamente con Sánchez y su cuadrilla no tiene parangón en nuestro país. Esperemos que al menos tengan remedio cuando desaparezcan.
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