La gran estafa del coche eléctrico: desplome comercial, abandono institucional y alarmas por incendios
Los incendios en coches eléctricos, como los del Morning Midas, el Felicity Ace (2022) y el Fremantle Highway (2023), han puesto de relieve la peligrosidad de estas baterías. La reacción térmica en cadena —conocida como “thermal runaway”
La naviera estadounidense Matson ha decidido dejar de transportar vehículos eléctricos e híbridos enchufables en sus buques. La medida, efectiva de forma inmediata, responde al riesgo de incendios provocado por las baterías de ion-litio, un peligro cada vez más reconocido en el sector. La decisión se produce tras el hundimiento del carguero Morning Midas en junio, después de que un incendio originado en la popa —presumiblemente por uno de estos vehículos— se propagara sin control.
Los incendios en coches eléctricos, como los del Morning Midas, el Felicity Ace (2022) y el Fremantle Highway (2023), han puesto de relieve la peligrosidad de estas baterías. La reacción térmica en cadena —conocida como “thermal runaway”— genera fuegos intensos, difíciles de apagar y con riesgo de reactivarse días o semanas después. La situación ha llevado a varias ciudades alemanas a vetar estos vehículos en aparcamientos subterráneos, y a una naviera noruega a prohibirlos.
La decisión de Matson es un símbolo de una tendencia más amplia: el entusiasmo global por los vehículos eléctricos ha empezado a desinflarse. Fabricantes como Ford, General Motors, Volkswagen o Mercedes han paralizado inversiones, retrasado lanzamientos y vuelven a apostar por híbridos o incluso motores de combustión. A ello se suma la eliminación de las ayudas públicas por parte del presidente Trump, que ha suprimido los subsidios y créditos fiscales aprobados durante las Administraciones anteriores.
Las promesas que rodeaban al coche eléctrico —cero emisiones, mantenimiento barato, autonomía suficiente— han chocado con una realidad mucho más compleja. Los problemas van desde el elevado precio de compra hasta la escasa red de puntos de recarga, pasando por una depreciación acelerada en el mercado de segunda mano. Además, los incendios, las dudas sobre la durabilidad de las baterías y los crecientes costes del seguro han hecho mella en la confianza del consumidor.
China sigue liderando las ventas globales de eléctricos, pero incluso allí las alertas crecen. La existencia de “cementerios” de vehículos sin matricular y las prácticas opacas en el recuento de ventas han generado escepticismo. Mientras tanto, en Europa y Estados Unidos, los datos reflejan una caída significativa en las ventas desde diciembre de 2024.
El argumento ecológico, piedra angular de la narrativa eléctrica, también empieza a cuestionarse. La fabricación de baterías implica minería intensiva de litio, cobalto o níquel, muchas veces en países sin estándares ambientales ni laborales. La huella de carbono de estos procesos, junto al origen fósil de la electricidad en muchas regiones, pone en duda los supuestos beneficios medioambientales del vehículo eléctrico.
Además, los coches eléctricos, por su peso, desgastan más las carreteras y estructuras como puentes o aparcamientos. Estudios recientes señalan que también emiten más partículas por el desgaste de los neumáticos, algunas de las cuales tienen efectos tóxicos sobre la salud.
El viraje del sector automovilístico hacia posturas más pragmáticas sugiere un frenazo en seco de la llamada “revolución eléctrica”. Los híbridos ganan terreno, Toyota se consolida como excepción estratégica, y marcas como Tesla empiezan a sentir presión en sus márgenes.
La retirada de Matson es sólo un síntoma más del desencanto. El futuro de la automoción parece alejarse de la imposición ideológica y volver hacia soluciones prácticas, realistas y sostenibles tanto para consumidores como para la economía.
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