La advertencia de un coronel retirado en Reino Unido: «El país está al borde de una guerra civil por la alianza entre islamistas e izquierdistas contra el pueblo»
El Reino Unido está al borde de una guerra civil , enfrenta una crisis de confianza democrática. Si los partidos tradicionales no son capaces de ofrecer un proyecto integrador que reconcilie identidad nacional con pluralidad cultural, el país corre el riesgo de caer en un ciclo prolongado de protestas, radicalización
En los últimos meses, el Reino Unido ha entrado en una espiral de tensión social que amenaza con desgarrar sus cimientos democráticos. Las protestas anti-inmigración, extendidas por decenas de ciudades, han sacado a la luz un malestar profundo en sectores de la población que sienten que su identidad nacional y sus preocupaciones legítimas han sido desatendidas por las élites políticas.
Lejos de actuar como mediador, el espectro político británico ha respondido de manera polarizada: mientras la derecha radical intenta capitalizar el descontento popular en torno a la inmigración, amplios sectores de la izquierda, en lugar de abrir un debate serio sobre integración, seguridad y cohesión nacional, han preferido atrincherarse en un discurso moralizante, alineado en ocasiones con movimientos que relativizan los riesgos de la radicalización religiosa y que rechazan de plano cualquier crítica a los modelos de inmigración masiva.
El error de la izquierda: confundir multiculturalismo con complacencia
El multiculturalismo ha sido durante décadas una bandera progresista en Reino Unido. Pero en los últimos años, el ideal de la diversidad ha derivado en una incapacidad para afrontar los dilemas reales que conlleva la inmigración a gran escala: integración deficiente, tensiones culturales, guetos urbanos y la aparición de discursos religiosos fundamentalistas que chocan con los valores liberales occidentales.
Cuando sectores de la izquierda adoptan una actitud de complicidad pasiva frente a estas dinámicas, no sólo desoyen a los ciudadanos preocupados, sino que alimentan la percepción de que existe una “doble vara” de la política británica: indulgencia con el fundamentalismo y dureza con los críticos del sistema migratorio.
El resultado es previsible: un sector creciente de la población se siente huérfano de representación política, empujado hacia movimientos más extremos que ofrecen respuestas simples y contundentes donde los partidos tradicionales sólo muestran titubeos y discursos abstractos.
La calle habla: banderas, patriotismo y desafección
El fenómeno de Operation Raise the Colours es el mejor ejemplo de este proceso. Lo que comenzó como un gesto deportivo y patriótico –colocar la bandera de San Jorge en ventanas y balcones durante la Eurocopa femenina– se transformó rápidamente en un movimiento de reivindicación identitaria.
La izquierda institucional, en lugar de reconocer la legítima necesidad de símbolos compartidos en un país fragmentado, reaccionó con desconfianza, advirtiendo de la “cooptación” del patriotismo por parte de la extrema derecha. Este reflejo defensivo no hizo sino reforzar la idea de que ciertos sectores progresistas prefieren dejar la identidad nacional en manos de radicales, antes que aceptar que los británicos comunes también tienen derecho a reclamar símbolos propios sin ser estigmatizados.
La paradoja es clara: cuanto más se reprime el patriotismo bajo la sospecha de ser “excluyente”, más combustible se da a quienes buscan apropiárselo con fines políticos.
El riesgo de polarización: dos extremos que se retroalimentan
Hoy, Reino Unido enfrenta un dilema que va más allá de la inmigración. La verdadera amenaza es la polarización política que anula el espacio de debate razonable.
Por un lado, la extrema derecha instrumentaliza la frustración popular para empujar una narrativa de confrontación étnica y cultural.
Por el otro, sectores de la izquierda se refugian en un discurso moralizador, que deslegitima cualquier crítica como “xenófoba” o “racista”.
Ambas posturas se alimentan mutuamente, creando una espiral peligrosa. La consecuencia: ciudadanos que desconfían del Parlamento, instituciones debilitadas y un terreno fértil para el populismo radical.
Lo que está en juego
El Reino Unido está al borde de una guerra civil , enfrenta una crisis de confianza democrática. Si los partidos tradicionales no son capaces de ofrecer un proyecto integrador que reconcilie identidad nacional con pluralidad cultural, el país corre el riesgo de caer en un ciclo prolongado de protestas, radicalización y deterioro institucional.
El debate sobre inmigración no se resuelve ni con consignas patrioteras ni con sermones moralistas. Requiere políticas realistas: control migratorio eficaz, integración firme, defensa de valores democráticos frente a cualquier forma de radicalismo y, al mismo tiempo, garantías de respeto y oportunidades para quienes llegan de fuera.
Negar estos dilemas o despacharlos con etiquetas es irresponsable. El Reino Unido necesita líderes capaces de mirar de frente a sus ciudadanos y ofrecer soluciones, no eslóganes.
El verdadero problema británico no es la diversidad en sí, sino la incapacidad política para gestionarla con firmeza y justicia. Si la izquierda continúa ignorando los temores legítimos de la población, y si la derecha radical sigue explotando esos temores con fines electorales, el resultado será un país dividido, resentido y cada vez más vulnerable a los extremos.
El patriotismo no debería ser monopolio de nadie: ni de los radicales que lo usan como arma, ni de los progresistas que lo miran con recelo. Reino Unido necesita recuperar el sentido común, antes de que la fractura social se vuelva irreversible.
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