Nacional Fundación para la Educación Económica 09 de noviembre de 2025

La ideología verde de la UE está hundiendo la industria automovilística europea

Es importante recordar que esta industria es uno de los pilares de la economía europea, ya que representa más del 7 % del PIB de la UE y alrededor de 13,8 millones de empleos directos e indirectos

La ideología verde

El Pacto Verde Europeo, lanzado en 2019, es un pacto ecológico que ha sido, sin lugar a dudas, un enemigo de los contribuyentes europeos y de la innovación. Su objetivo declarado es lograr cero emisiones netas para 2050 mediante una densa red de regulaciones que afectan profundamente a todos los sectores de la economía europea. Más que cualquier otro sector, la industria automotriz se ve amenazada por un colapso irreversible.

 Al presionar tanto a las empresas como a los ciudadanos, el pacto promueve la renuncia al capitalismo, un sacrificio inevitable en nombre de las políticas ecológicas. Estos compromisos vinculantes tendrán graves consecuencias económicas para una Unión Europea cada vez más debilitada por sus propias leyes y reglamentos.

En el centro del Pacto, para 2035, se espera que todos los automóviles nuevos vendidos en la Unión Europea sean eléctricos, imponiendo una prohibición total de los vehículos de combustión y motor. El problema es que este objetivo, lejos de ser un triunfo medioambiental, representa una intrusión política profundamente ideológica, un acto de ingeniería social con carácter anticapitalista, disfrazado de progreso ecológico pero alejado de la realidad económica. Las consecuencias son graves para el sector automovilístico europeo.

Es importante recordar que esta industria es uno de los pilares de la economía europea, ya que representa más del 7 % del PIB de la UE y alrededor de 13,8 millones de empleos directos e indirectos.

 Sin embargo, el sector se enfrenta ahora a la perspectiva de despidos masivos, deslocalización de la producción y pérdida de influencia global como consecuencia directa de este acuerdo tan severo.

Países clave de la UE, como Alemania e Italia, ya han expresado su resistencia, advirtiendo de las consecuencias económicas y sociales de una transición forzada que ignora las realidades tecnológicas y energéticas del continente.

El director ejecutivo de Mercedes-Benz, Ola Källenius, afirmó que el plan de la UE de eliminar los motores de combustión para 2035 llevaría al sector «a toda velocidad contra una pared». Sus palabras, aunque contundentes, reflejan la creciente sensación de inquietud entre los principales fabricantes europeos.

La presión es doble. A nivel interno, los márgenes de beneficio se están reduciendo a medida que las empresas desvían miles de millones hacia la electrificación forzada. A nivel externo, se enfrentan a la feroz competencia de China, con marcas como BYD y NIO, respaldadas por una política industrial agresiva, cadenas de suministro consolidadas y dominio tecnológico en baterías. Esta combinación permite a los fabricantes chinos producir a menor costo y a mayor escala.

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 Mientras tanto, las marcas europeas luchan por sobrevivir entre los altos costos de la transición y el dumping de precios asiático, lo que ya ha llevado a Bruselas a imponer aranceles adicionales del 30-40 % a los vehículos eléctricos chinos.

La postura intervencionista de Bruselas sigue sin cambiar, sin comprender que la regulación solo genera más regulación e inevitablemente crea distorsiones en el mercado que perjudican tanto a las empresas como a los consumidores.

Europa está imponiendo un único camino a los fabricantes —los coches eléctricos— mientras que el propio sector automovilístico sostiene que es posible cumplir los objetivos medioambientales mediante múltiples soluciones tecnológicas.

Marcas como Mercedes, Porsche, Ferrari y Stellantis sostienen que la transición puede y debe ser tecnológicamente neutral, permitiendo que los vehículos eléctricos, híbridos, de combustible electrónico e hidrógeno compitan en igualdad de condiciones. El objetivo, dicen, debe ser reducir las emisiones, no eliminar tecnologías por razones ideológicas. En lugar de fomentar la innovación, Bruselas dicta por decreto lo que puede existir y lo que debe desaparecer, ignorando los conocimientos y la experiencia de quienes realmente construyen la industria.

 Los combustibles sintéticos, producidos a partir de hidrógeno verde y CO₂ capturado, son el ejemplo más claro de una alternativa más atractiva: reducen drásticamente las emisiones sin provocar la destrucción de motores, fábricas y puestos de trabajo, lo que demuestra que la verdadera innovación surge de la libertad de elección, no de la imposición política.

Los consumidores también sufrirán las consecuencias si se obliga a los fabricantes a producir exclusivamente vehículos eléctricos. Los costos de producción aumentarán, ya que las baterías siguen siendo componentes caros que dependen de materias primas cuya extracción está dominada por China. Las enormes inversiones necesarias para que las fábricas europeas se conviertan a la producción eléctrica, combinadas con los aranceles cortoplacistas impuestos a los productores chinos, solo conducirán a precios más altos para los consumidores.

Consciente del caos que ha creado, la Comisión Europea anunció en marzo de 2025 un «plan de rescate» para la industria automovilística, asignando 1800 millones de euros (2070 millones de dólares) para materias primas para baterías y 1000 millones de euros (1150 millones de dólares) para 2027 para innovación. Irónicamente, esto significa que los contribuyentes europeos están pagando para reparar el daño causado por las políticas europeas.

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 El mismo pacto que asfixia el mercado con objetivos poco realistas y burocracia se presenta ahora como el salvador de una crisis que tú mismo has provocado. Incluso entre los defensores del Pacto Verde, la incoherencia de la política de la UE es cada vez más evidente. El Paquete Ómnibus de Simplificación, presentado en febrero de 2025, redujo los requisitos medioambientales y de sostenibilidad en nombre de la «competitividad».

Solo unos meses después, la aprobación del acuerdo comercial entre la UE y Mercosur, que podría aumentar la deforestación hasta en un 25 %, confirmó la contradicción de un bloque que predica la virtud ecológica mientras sacrifica la coherencia en nombre del comercio.

El Pacto Verde Europeo refleja hoy las contradicciones de la propia Unión Europea: un proyecto que se presenta como un símbolo de progreso pero que, en la práctica, representa una regresión económica y civilizatoria. Bajo la retórica de la transición verde se esconde un modelo de planificación centralizada que destruye puestos de trabajo, aumenta los costos para los consumidores y debilita la competitividad europea.

La innovación no surge de los decretos o las subvenciones, sino de la libertad de crear, experimentar y competir, precisamente lo que Bruselas ha estado restringiendo en nombre de una virtud ecológica cada vez más dogmática.

Si Europa realmente desea liderar la transición energética, debe abandonar el moralismo político y confiar en la inteligencia y la creatividad de sus empresas y ciudadanos.

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