Bulea, bulea, que algo queda

La opinión pública, claro está, no podía soportar eso. En teoría se nos había querido despojar de nuestra democracia —aunque ya sabemos, como he demos­trado en artículos anteriores, que jamás hubo democracia en España

Opinion 23 de marzo de 2025 Jesús de las Heras
23f-1981
Antonio Tejero Molina

EL 23 de febrero de 1981 hubo una invasión del Congreso de Diputados de España por parte de 200 guardias civiles comandados por el Teniente Coronel don Antonio Tejero Molina.

Como supongo que todos los españoles, yo seguí aquel evento minuto a minuto, pues una de las cámaras de Televisión Española se quedó funcionando cuando los guardias echaron a los operarios que las manejaban.

Así pudimos ver en directo el intento de golpe. Lo habría sido si la trama civil y militar se hubiera empleado a fondo, pero solo el General don Jaime Miláns del Bosch sacó las tropas a la calle en Valencia.

El General don Alfonso Armada Comyn visitó a los invasores y tras un diálogo bastante acre, cuyo contenido se ignora hasta el momento —intoxicaciones interesadas aparte—, horas después el Rey don Juan Carlos ordenó a las tropas de Valencia que regresaran a sus cuarteles, dando por concluido el supuesto golpe que nunca tuvo lugar, pues se trató de una mera asonada de doscientos guardias civiles.

Luego hubo un juicio en el que se condenó al Teniente Coronel a 30 años de cárcel, y la expulsión del cuerpo de la Guardia Civil, cuyo lema no en vano es Todo por la patria. También hubo otros condenados, como los generales Armada y Milans y algunos mandos subalternos, pero…,

¿Qué ocurrió con los 200 números comandados por el Teniente Coronel Tejero en el asalto al Congreso? Pues según la prensa de entonces —que aún no estaba subvencionada ni ideologizada— nada, absolutamente nada, ya que según la legislación entonces vigente el militar —y la Guardia Civil es un cuerpo militar— no podía desobedecer la orden de un superior, y el Teniente Coronel lo era.

La opinión pública, claro está, no podía soportar eso. En teoría se nos había querido despojar de nuestra democracia —aunque ya sabemos, como he demos­trado en artículos anteriores, que jamás hubo democracia en España—, y por lo tanto algo había que hacer. Y vaya que sí se hizo.

Gobiernos posteriores en los años 80 modificaron esa cláusula del Código de Justicia Militar, en lo tocante a la obediencia debida, de modo que un subordinado es responsable de las acciones que realice aunque sean ordenadas por un superior. Porque el respeto a la ley y a la conciencia personal han de prevalecer sobre las órdenes recibidas, sobre todo si violan nuestras leyes y la más elemental decencia.

Y luego, tanto en un caso como en el otro, será responsable ante la justicia, como el resto de los españoles, claro. ¿Y qué más da que lo que digamos contra el disidente de lo políticamente correcto sea verdad o no? Al fin y al cabo ya dijo uno de los héroes intemporales de la izquierda, Lenin, aquello de que la mentira repetida un millón de veces se convierte en verdad.

Vivimos en una sociedad en que lo que importa no es hacer las cosas bien, sino quedar bien, ahorrar dinero, o apropiárselo si se puede, y en tercer lugar imponer la ideología propia, porque las demás son una cosa horrible, un crimen que hay que erradicar, y ya que no nos deja la corrección política recurrir a la violencia —todavía—, se cancela a todo aquel que no defienda la ideología imperante en los términos que crean los adalides de la hegemonía cultural, que son los que deciden quién es facha y quién no lo es, dónde está la fachosfera, y dónde la gente progresista. Y, por supuesto, qué son bulos y qué es la verdad.

O al menos, su verdad. El hecho de que la verdad es una e independiente de quien la diga no es demasiado importante, porque casi nadie la descubre en toda su vida. Ya los filósofos la empezaron a buscar hace por lo menos 25 siglos, y hasta ahora ninguno de ellos nos ha convencido de haberla encontrado, fuera de Jesucristo, que nos dijo aquello tan enigmático de Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Pero, claro, para ver esa verdad hay que tener fe, que es esa cosa de la que estamos tan faltos hoy en día porque no es políticamente correcto tener fe. En nada. Por eso los medios de desinformación masivos nos pueden convencer de todo. Porque no tenemos fe en nada, en nadie, ni nos queremos meter en política. Por eso nos lo hacen creer todo. En pocas palabras: somos carne de bulo.

En internet circulan las noticias falsas, que conocemos como bulos, sí, a cientos. De vez en cuando alguien toma la relación de un suceso algo antiguo para que la gente ya no se acuerde, le añade un par de datos ciertos, y se inventa una historia con el objeto de que se haga viral, y así el bulero disfrute de unos momentos de gloria, que pueden llegar a ser días, o meses…

Luego, cuando uno se da cuenta del engaño y reacciona, su mentís llega tarde y los espabilados lo desmienten con aire de suficiencia. Porque, al fin y al cabo, si eso fuera cierto, habrían llevado a juicio al bulero.

la-soledad-mataLA SOLEDAD MATA, PEDRO

Esos lumbreras, por lo visto, jamás han pisado un juzgado. Saliéndole a uno las cosas bien, la broma le puede salir por un par de miles de euros, porque si te llevan a ese lugar, quieres salir con bien, y procuras llevar un buen abogado, aunque el juicio sea de faltas y no se te exija. Y procurador.

Y luego puede que haya otros gastos, si hay que meter por medio a un perito. Por lo tanto, lo mejor es dejar las cosas como están, pues hay lugares, donde al igual que a los quirófanos, no hay que ir a no ser que sea un caso de vida o muerte.

¿Qué hacer, pues? Yo mismo he sido víctima de un bulo recientemente. Me llegó una información sobre una acción bélica de un grupo de legionarios españoles en la antigua Yugoslavia, y aquello —la verdad— me encendió un poco, y excitado emocional y mentalmente, produje un artículo bastante mejorable, que ahora actualizo con este por lo que allí intentaba demostrar: que la conciencia esté por encima de la obediencia debida. Porque no hay nada superior a tu propia conciencia.

La que te dice lo que está bien y lo que está mal. Y es justo reconocer al teniente que mandaba aquel grupo de legionarios españoles el enorme mérito de haber negociado con unos facinerosos esclavos del odio, de tal modo que consiguió, tras 12 intensas horas, salvar la vida de 170 civiles —no 200, como dice el bulo— aunque no la de los 10 soldados cróatas que los habían conseguido sacar de la aldea mientras los fanáticos musulmanes la estaban destruyendo y asesinando a aquellos de sus habitantes que no habían conseguido salir corriendo a tiempo. Ancianos, niños, enfermos…, supongo.

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