El extravagante fichaje de Jéssica por Tragsatec: "Asistencia técnica millonaria para expedientes y presupuesto en ADIF"

Este caso se suma a una serie de episodios que han rodeado la figura del exministro Ábalos, cuya trayectoria política en el gobierno de Pedro Sánchez ha estado marcada por múltiples controversias. Desde los vuelos del "Delcygate" hasta las contrataciones opacas en su etapa ministerial

Corrupción25 de abril de 2025 LD
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Jéssica Rodríguez, José Luis Ábalos

En un escenario político marcado por la desconfianza ciudadana hacia las élites, los casos de presunto nepotismo y opacidad administrativa se convierten no solo en escándalos mediáticos, sino en auténticas fracturas en la legitimidad del sistema democrático.

El reciente caso de Jéssica Rodríguez, vinculada sentimentalmente al exministro de Transportes José Luis Ábalos, y su cuestionada contratación por la empresa pública Tragsatec, es un episodio que exige un análisis más allá del sensacionalismo.

El contrato bajo la lupa
Según ha desvelado LD, Jéssica Rodríguez fue contratada por Tragsatec —empresa pública adscrita al Grupo Tragsa y, por tanto, al Ministerio de Hacienda— para desarrollar tareas en el marco de un proyecto con ADIF Alta Velocidad entre 2019 y 2021. La naturaleza del contrato, firmado el 16 de mayo de 2019, es ya de por sí llamativa: “asistencia para el apoyo a la gestión presupuestaria, control sistemático de expedientes administrativos y soporte técnico”, todo ello con un presupuesto asignado de 1.194.344,02 euros, sin incluir IVA, y con un plazo de ejecución de 24 meses.

La aprobación del proyecto por parte de la presidenta de ADIF, Isabel Pardo de Vera, se produjo apenas una semana antes, el 8 de mayo, tras la presentación de la propuesta por Tragsatec. En este contexto, resulta inevitable preguntarse: ¿cómo una persona sin formación técnica conocida ni experiencia acreditada en gestión presupuestaria accede a un contrato de estas características?

El marco institucional: ¿contratación pública o enchufismo estructural?
Tragsatec, como filial del Grupo Tragsa, forma parte de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), una entidad pública empresarial que, en teoría, debe actuar con criterios de eficiencia, transparencia y mérito. Sin embargo, el caso de Rodríguez destapa una práctica ampliamente extendida en el aparato del Estado: el uso de las empresas públicas como plataformas de colocación política.

La opacidad que caracteriza los contratos a través de empresas como Tragsatec permite bordear los exigentes controles de la contratación pública tradicional. En muchos casos, estas entidades actúan como subcontratas del propio Estado, operando en una zona gris jurídica y política. El resultado es un sistema paralelo donde la rendición de cuentas se diluye y los procesos de selección quedan bajo sospecha.

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José Luis Ábalos y las sombras de su gestión
Este caso se suma a una serie de episodios que han rodeado la figura del exministro Ábalos, cuya trayectoria política en el gobierno de Pedro Sánchez ha estado marcada por múltiples controversias. Desde los vuelos del "Delcygate" hasta las contrataciones opacas en su etapa ministerial, la imagen del dirigente socialista se ha erosionado considerablemente.

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La vinculación personal entre Ábalos y Rodríguez agrava la percepción de que hubo tráfico de influencias o, al menos, una utilización ilegítima del poder para favorecer intereses privados. Aunque no haya una condena judicial (ni siquiera una imputación por el momento), el daño ya está hecho a nivel ético y reputacional.

Un contrato “delirante” y mal redactado
La crítica no se limita al hecho de que se realizara, sino a la forma: la redacción genérica, los términos ambiguos, la falta de concreción técnica, y sobre todo, la desproporción entre el presupuesto y el valor tangible de las tareas contratadas, hacen pensar que el documento podría haber sido una formalidad para justificar una situación preexistente.

Si bien se argumenta que el contrato era parte de una licitación mayor presentada por Tragsatec, los detalles sobre la intervención específica de Rodríguez no se han hecho públicos, lo que deja una peligrosa sensación de arbitrariedad.

La responsabilidad institucional
Aquí no sólo está en juego la ética de un exministro o la idoneidad de una trabajadora. Este caso interpela directamente a organismos como la SEPI, el Ministerio de Hacienda dirigido por María Jesús Montero, y por supuesto, a la propia ADIF, que aprobó el proyecto. La cadena de responsabilidades administrativas debería ser objeto de una investigación seria y, si corresponde, de una auditoría independiente.

La percepción ciudadana y el desprestigio de lo público
En un país donde las listas de espera sanitarias crecen, los jóvenes se enfrentan a condiciones laborales precarias, y los pensionistas denuncian pérdidas de poder adquisitivo, conocer que más de un millón de euros públicos fueron asignados a un contrato bajo sospecha no puede sino provocar indignación.

Este tipo de episodios alimenta la desafección hacia las instituciones, refuerza discursos populistas que denuncian a las “élites corruptas” y debilita la confianza en el mérito como principio rector del sector público.

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¿Y ahora qué?
Más allá de la cobertura mediática, lo fundamental ahora es exigir transparencia. Sería deseable que el Gobierno explicara:

¿Qué criterios se siguieron para la contratación de Rodríguez?
¿Qué funciones concretas desempeñó?
¿Quién supervisó su desempeño durante esos 24 meses?
¿Cuál fue el impacto de su trabajo en el resultado final del proyecto?
Sin estas respuestas, el escándalo no sólo quedará impune, sino que se normalizará, generando un precedente peligrosamente útil para futuras contrataciones oscuras.

 El caso Jéssica Rodríguez no es simplemente un escándalo puntual, sino un reflejo de una estructura clientelar que aún persiste en muchas capas del Estado. El problema no es que una persona concreta acceda a un puesto; el verdadero problema es que nadie sabe exactamente por qué, cómo ni para qué.

Mientras no se reformen los sistemas de contratación en las empresas públicas, y no se establezcan mecanismos reales de rendición de cuentas, estos casos seguirán ocurriendo. Y lo que es peor: seguirán minando la legitimidad de nuestras instituciones democráticas.

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