“RAPSODIA DE SILENCIO” II
“Somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos”
Advierte la máxima ancestral: “Somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos”. Además, en el principio fue el verbo; seguido de una misa de difuntos. Nada se puede comparar al control de la pausa, sin hojarasca. La palabra es confidente, reveladora del chispazo ecléctico, camaleónico, de aquella mente enroscada sobre sí misma; pulsión inquilina e intención solapada, entreverada en el susurro, carente del silencio que claramente la delatara…
Coexistimos en el triángulo obsolescente de nosotros mismos. No somos aquello que pensamos, ni lo que representamos, ni siquiera lo que creemos. Eso menos que cualquier otra cosa. Somos una fosa llena de palabras sin sentido que tratan de confundir al contrario, al adversario, en este campo de batalla donde claramente todos habremos de perder. El exterior degrada y agrada al interior; así consolamos al niño que un día descubrió que no puede escapar de su piel.
La palabra, al igual que la túnica, es engañosa, manipuladora, sentenciosa, alevosa, noctámbula, y premeditadamente tramposa. “Somos una sombra parlante en el espeso lago de la simulación”. Aquello que nunca miramos, ni contamos, ni a nosotros mismos. Apartamos el silencio que nos humilla, la frustración de ser lo que callamos; además del verbo oculto y la ictericia que nos provoca su viscosa presencia. Es la maquinaria de un reloj liberado de nuestra voluntad, desencadenado del deseo, mancebo del bazar de los paréntesis.
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“Quien no comprende una mirada, o la pausa, jamás comprenderá una larga explicación”. Hemos perdido la facultad de la elipsis. La genialidad de comunicar y aprender sin motivo: oír el dulzor de esa sinfonía de quietudes donde liba el universo. La palabra ha mutado en ruido, rumor de intención, veleidad y comedia burlesque para alimentar la carencia interior.
Menú de h@mbres en el enjambre, y comida rápida que tan pronta se pudrirá. El armisticio lo dice casi todo. Basta guardar silencio. Pero nadie calla, y todos pretenden asilar la palabra de la sinrazón. “Verbocracia” de los necios: cantares del fin del tiempo a la limón. Amen… y amén.
“El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Según y cómo. Según y cuándo. Según y quiénes decidan ‘asaltarlo’. Según el corral de comedias donde sea representado. El cielo no existe, está claro, y viceversa. Tenorios van sobrando. También esa cándida estatua (Convidado de piedra) en la noche de algunos muertos.
Mazurca para dos cuervos; aunque ambos sean espectro. Entre tanto, baja el telón de la pausa y la voz toma la palabra para decir que no habla, para acallar este réquiem por un creyente velado. El silencio viene relleno de voces añosas, de vino sin rosa, de intramuros violados por un niño harto ya de morir entre-actos. Dicen que somos tontos, casi tantos crédulos, casi todos del único ensueño.
Unos menos que otros: la indigencia íntima, recoleta, secreta, se agudiza con la tragicómica desvergüenza. De eso saben mucho los amos y sus ‘espiritistas’ infiltrados; siniestros, diestros del estéril griterío, ¡palafreneros!
“Rapsodia para el Silencio: ¡La palabra ha muerto!” (de momento). Nada mejor que un salmo ausente para enterrar su gloria, su eco… eco… eco: “shhhssss” (Insístase hasta la extrema audición).
“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” (Galeano)
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