Acerca del constitucionalismo catalán y vasco
"Todo un envenenado legado de Sánchez y Zapatero"
Asistí a la presentación en Barcelona del Manifiesto «Por un voto constitucionalista, sin engaños», el pasado martes 7 de mayo. Un manifiesto valiente firmado por cinco primeras espadas del maltrecho constitucionalismo español. Sí, maltrecho por obra y gracia de los nacionalismos y por el maquiavélico e irresponsable proceder de los presidentes socialistas del Gobierno de España, Rodríguez Zapatero y Sánchez Castejón.
No puedo omitir citar a los documentados y aguerridos autores del Manifiesto constitucionalista: Teresa Freixes, Nicolás Redondo, Miriam Tey, Sergio Fidalgo y Joaquín Villanueva.
Al llegar a la estación Barcelona–Sants me topé con una formidable pancarta electoral con el eslogan «Cataluña necesita liderazgo», con la fotografía de Puigdemont, como cabeza de lista de Barcelona para los recientes comicios autonómicos de 2024.
Pensamos –corríjanme si me equivoco– que nuestra capacidad de sorprendernos de tamaños disparates ha tocado techo –o fondo, según se mire-, pues no.
Un prófugo de la Justicia, con voluntad explícita de reincidir, con delitos pendientes de ser juzgados, que huyó en un maletero y que, a pesar de los denodados esfuerzos del presidente Sánchez y de su camarilla judicial, política y mediática, no ha logrado que la ley de Amnistía sea por el momento aplicable ni aplicable para él, –ni para nadie–, se le permite encabezar la lista de una elecciones como líder de su partido.
Puigdemont de presentarse en España debería ser arrestado y encarcelado, sin embargo asegura que asistirá a la Investidura. En resumen, la impunidad campa a sus anchas por España. Por el impacto del encuentro con esta publicidad electoral, me paré a considerar qué había pasado con los líderes del constitucionalismo vasco y catalán.
Con respecto al vasco, recordamos con frecuencia la habitual estrategia del nacionalismo encaminada a eliminar a su adversario político, a las bravas con el tiro en la nuca o el coche bomba o con el vaporoso «boca a boca» de la injuria, la difamación o la calumnia que no son sinónimos, promovidas desde los batzokis del llamado nacionalismo «moderado».
El ejemplo para la memoria democrática lo representa el exterminio, a manos de ETA, de todos los miembros de Unión de Centro Democrático (UCD), indiscutible protagonista de la Transición a la democracia. Un ejemplo más cercano lo representan la alternativa ganadora que apuntaba al tándem Fernando Buesa–Goyo Ordoñez, ambos asesinados por ETA.
Más recientemente, ha bastado con la vergonzosa claudicación de los socialistas vascos, que defenestraron a Nico Redondo tras la apuesta constitucionalista con Jaime Mayor y lo peor es que lo sustituyeron por Patxi López que se involucró sin reparo –lo suyo no es el discernimiento– en la estrategia de blanquear a ETA, llamada «Proceso de Paz», de Zapatero.
Luego vino el desprestigio del PP de la «era Rajoy» que dilapidó la heroica herencia de sus predecesores para pactar con Zapatero la continuidad de los acuerdos con ETA, gobernara quien gobernara y, de ahí, el abominable Plan Nanclares 2 por el que los presos etarras salían de la cárcel «con trabajo» en un contexto nacional de seis millones de parados.
Y, de aquellos polvos estos lodos, … nos encontramos con el PNV y Bildu arrasando en las pasadas elecciones (con 54 escaños frente a los 21 de todos los demás que incluyen los 12 del PSOE-PSE que nadie osa en considerarlo un voto constitucionalista). Es decir, en 2024 el constitucionalismo está reducido a pavesas (8 escaños de un total de 75), pero todo se andará, con coherencia y la fortaleza necesaria para esta labor de titanes.
En cuanto al liderazgo constitucionalista, en el caso de Cataluña la trayectoria ha sido diferente. La inmadurez de la joven democracia española con un insuficiente «sentido de Estado» que la realidad de nuestra nación necesita, por la precaria preparación de los políticos, con honrosas excepciones, y por consiguiente la tendencia de los dos grandes partidos a cuidar más de sus propios objetivos que del interés nacional lleva a un enfrentamiento en lugar de una deseable complicidad.
Por eso los imprescindibles «pactos de Estado» brillan por su ausencia. Hecha esta primera aproximación, la causa de fondo en Cataluña la propició una ley electoral, con una malformación congénita, que ha facilitado el recurso de los dos partidos mayoritarios a las minorías nacionalistas, supuestamente moderadas, para poder aprobar los presupuestos.
Es lo que ocurrió en 1996, cuando el presidente Aznar ganó las elecciones sin mayoría y para aprobar los presupuestos recurrió al CiU de Jordi Pujol que exigió la cabeza de Alejo Vidal – Quadras que le fue concedida. Desde entonces, el PP no ha levantado cabeza aunque en estos comicios del 2024 ha pasado de 3 a 15 escaños, mientras Vox se mantiene con los 11 que tenía. Algo es algo.
Otra oportunidad perdida fue la penosa gestión del éxito de Ciudadanos, que lograron, abordando de frente las miserias del nacionalismo al uso, un voto constitucionalista mayoritario (1.109.732 votos, con 30 escaños). Pero, quizá, por esa asfixiante atmósfera de las tierras sojuzgadas por los nacionalistas, los principales representantes de C´s se desplazaron a Madrid y sus votantes catalanes acusaron la orfandad, cayendo a 6 escaños primero y desapareciendo en estas recientes elecciones de 2024.
Pero ahí está el rescoldo de la rebelión ciudadana que reclama liderazgo. Concluyamos con el Manifiesto constitucionalista de Freixes y Redondo que ha provocado estas reflexiones:
«Ahora, con los indultos, la supresión quirúrgica del tipo de sedición y la banalización del de malversación, unido a una ley de amnistía que hace trizas el principio de igualdad entre los ciudadanos españoles, (el nacionalismo catalán) ha conseguido que sus males sean los de todos, que sus errores los compartamos, que su quebranto social se extienda por toda la nación.
Hoy son más poderosos, dominan con mano de hierro la política catalana y tienen secuestrada a la española». Todo un envenenado legado de Sánchez y Zapatero.
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