Opinion FAES 26 de octubre de 2024

La superioridad venal de la izquierda

Si el marxismo fue una religión secularizada y falsa, el socialismo woke de la izquierda de hoy apenas es una tabarra moralista

La superioridad venal de la izquierda

Si el marxismo fue una religión secularizada y falsa, el socialismo woke de la izquierda de hoy apenas es una tabarra moralista; ya en su día un liberal español, el catalán Laureano Figuerola, decía que los socialistas eran «los frailes del siglo XIX».

Dos siglos dando la paliza con latiguillos maniqueos, oponiendo la ética al interés y todo eso para, al final, quedarte sin “sujeto revolucionario” –se fue de compras– y con la dirigencia sufriendo al cierre de los mítines cuando, al llegar a lo de “en pie, famélica legión”, la peña contrasta la épica de La Internacional con el prosaico tamaño de las barrigas cantantes encaramadas al escenario.

 Entre la vieja y la nueva izquierda, una constante: la hipocresía. No solo en la anécdota de los comportamientos individuales: la “persona” y el “personaje”, que diría Errejón. No, entre el discurso y la acción política. Es bastante insostenible pasarte la vida denunciando que en la sociedad burguesa cualquier vínculo humano está mediado por la dominación y luego lloriquear por haberte quedado “sin chófer ni secretaria” (Ábalos).

Es bochornoso llamar “indecente” a un rival político, armar una moción de censura invocando la regeneración y acabar siendo incapaz de responder a la pregunta de si “uno” se ha reunido o no con Víctor Aldama.

 Si se repasan las vergüenzas de la coalición escandalosa que nos gobierna, es difícil no cuestionar los baremos éticos de la mayoría parlamentaria que la sustenta, sin dejar por eso de admirar el tamaño de sus tragaderas. Claro que la izquierda siempre tiene a punto el endoso de toda responsabilidad a las “estructuras” sociales.

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La “violencia estructural” de Galtung es como el Soy rebelde de Jeanette: “porque el mundo me ha hecho así”. Es lo que sugiere el comunicado de dimisión de Íñigo Errejón –tanto discurso alambicado para acabar con semejante pieza póstuma–: que la culpa es del patriarcado, y que, ya se sabe, el ambiente neoliberal te acaba descarriando.

 “He sido muy malo, muy neoliberal”. Felicidades por tu autocrítica, camarada. Al paisaje de un Gobierno en desbandada, envuelto en un clima mefítico de corrupción y agitación convulsiva le faltaba esta nota de pedante hipocresía que remata el cuadro. Decididamente, esto se descompone por momentos.

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