La DANA que arrasó la Comunitat Valenciana en octubre de 2024 no solo dejó barrios devastados, campos anegados y vidas rotas.

Dejó también al descubierto una realidad política cruda: cuando más lo necesitaban los valencianos, el Gobierno de Pedro Sánchez no solo les dio la espalda, sino que aprovechó la tragedia para intentar sacar rédito político. Esa es la verdadera catástrofe. La natural se llevó bienes; la política se está llevando la dignidad.

Según denunció la propia Generalitat Valenciana, dos de cada tres solicitudes de ayuda fueron rechazadas por el Ejecutivo central. ¿Los motivos? Silencios.

Excusas. Burocracia. Y una larga lista de tecnicismos diseñados para encubrir lo que en el fondo es una decisión política: castigar a un gobierno autonómico incómodo para Moncloa y sembrar el caos para preparar el terreno electoral.

Una ayuda que no llega... o llega con intereses
La vicepresidenta del Consell, Susana Camarero, ha sido tajante: “La ayuda del Gobierno es insuficiente y llega en forma de deuda.” Sí, deuda. Préstamos con intereses para los afectados por una catástrofe natural. Como si los agricultores, autónomos y familias que lo perdieron todo pudieran ahora pagar una letra mensual al Ministerio de Hacienda. La ayuda directa, urgente y solidaria brilla por su ausencia.

¿Y mientras tanto? Cataluña sigue recibiendo fondos sin condiciones, sin barreras, sin letra pequeña. ¿Por qué esa diferencia de trato? ¿Acaso el agua de la DANA distingue entre comunidades? ¿O es que el sufrimiento solo importa cuando sirve a una causa política afín?

Otra cuestión de enorme trascendencia es la negativa del Gobierno de España a conceder ayudas a fondo perdido a la propia Generalitat Valenciana para costear la reconstrucción. El Ejecutivo de Sánchez las condicionó a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Y, con ello, el Gobierno valenciano se ha visto obligado a endeudarse en cerca de 4.000 millones de euros adicionales.

Mazón lo dice claro: Moncloa no mueve un dedo
El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, ha acusado directamente al Gobierno de no actuar. Los barrancos siguen sin limpiarse, las zonas afectadas siguen sin planes de prevención, y las familias siguen esperando respuestas.

Ni una sola visita institucional seria, ni un plan de reconstrucción firme, ni un gesto de humanidad. Solo titulares vacíos y promesas para las cámaras.

Mientras tanto, desde Valencia se multiplican los esfuerzos por movilizar recursos propios, reorganizar presupuestos y atender con medios autonómicos lo que el Gobierno central debería haber resuelto sin excusas. La Generalitat ha hecho su parte. El Gobierno, simplemente, ha desaparecido.

El uso político del sufrimiento: la estrategia inmoral de Sánchez
Y aquí es donde la crítica deja de ser meramente administrativa para convertirse en una acusación moral: Pedro Sánchez está utilizando el sufrimiento de los valencianos como arma electoral. Así de claro. Así de grave.

Se acusa directamente al presidente del Gobierno de estar calculando cada movimiento en clave de estrategia política, dejando pudrir la situación con la esperanza de desgastar al actual Consell. No es solo dejadez: es cálculo. No es olvido: es uso partidista del dolor.

Las muertes, los destrozos, la angustia de quienes lo han perdido todo, se convierten en cifras para alimentar una narrativa. Sánchez no quiere ayudar, quiere erosionar. Y lo hace jugando con fuego: el fuego de la rabia ciudadana, de la impotencia, de la desesperación.

El juego sucio de la Moncloa
Esto no va de ideologías. No va de ser de izquierdas o de derechas. Va de humanidad. Va de vergüenza. Y el Gobierno central, a estas alturas, ha demostrado que no le queda ni una ni otra.

El mensaje es claro: si no gobiernas como yo quiero, no te ayudo. Si votas diferente, te dejo solo. Si no te doblegas, te ignoro. Es una forma de chantaje institucional que dinamita la convivencia territorial y pisotea los principios más básicos de solidaridad.

Pedro Sánchez debería recordar que no se es presidente solo de quienes le votan. Se es presidente de todos. Y que, en una catástrofe, no se hace política: se salvan vidas, se reconstruyen pueblos, se extiende la mano.

Pero ya es tarde para eso. Porque mientras los valencianos siguen limpiando barro, en Moncloa ya se afilan las encuestas.

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