NO ERA ESO, NO ERA ESO
Y la Segunda República nunca fue traída por un referéndum en que cada español votase libremente si quería monarquía o república, sino que fue por la torticera interpretación de unas elecciones municipales
Todos los años leo en nuestros periódicos diversos artículos laudatorios sobre la Segunda República Española firmados por gente de la cuerda de los que —curiosamente— se encargaron de demolerla concienzudamente.
No sé si es por malicia, pero yo quiero creer que es por ignorancia. Supina ignorancia de nuestra historia reciente. Culpa sin duda de los planes de estudio que —desde que comenzó esta cosa que se llama injustificadamente Democracia— intenta suplantar la educación por la mera instrucción ideológica y partidista, plagada de inexactitudes, por no decir mentiras.
Ignorancia disculpable hasta cierto punto en las víctimas de dichos planes de educación, pero imperdonable en nuestros políticos, que son los que los perpetran.
Antes de entrar en materia, he de confesar que yo soy la persona más republicana que conozco, y además soy repúblico. La diferencia entre las dos palabras es que un republicano es el que vive en una república, o es partidario de ese sistema de gobierno.
El repúblico es el que además de desearlo, trabaja por ello. Si ustedes han seguido los artículos que publico de vez en cuando en este y otros medios, habrán visto que mi sed de república es continua y constante. No es que esté en contra de la monarquía, ni educada ni agriamente, porque creo que esta ha servido al pueblo español durante más de mil años, con sus defectos y virtudes, pero creo que la república es mucho más ventajosa para nosotros por varias razones.
En primer lugar, recordemos que la palabra república procede de dos vocablos latinos: res, que significa cosa, y publica, que significa de todos. O sea, que República es la cosa de todos. Sin embargo, ninguno de los dos regímenes políticos que han ostentado el nombre de república en nuestro país lo han sido.
La primera fue un cachondeo en que los políticos, en lugar de dedicarse a resolver los problemas de los españoles, se dedicaron a sus neuras varias, como regionalismos y discusiones bizantinas, mientras se desatendía el invento revolucionario —el submarino— que hubiera preservado al Imperio Español contra los codiciosos yanquis, que se lo acabaron quedando.
Y la Segunda República nunca fue traída por un referéndum en que cada español votase libremente si quería monarquía o república, sino que fue por la torticera interpretación de unas elecciones municipales. Durante los cinco años que duró no se respetaron los derechos de parte de la población española, cuyas tradiciones y raíces se quisieron prohibir por medio de la violencia, y a tal efecto las checas y algaradas callejeras —nunca perseguidas por el gobierno— eliminaban hasta físicamente a los ciudadanos en función de sus ideas.
Los que luego durante el Franquismo se quejaban que se les había perseguido por sus ideas habían sido los que habían hecho eso justo antes y durante la Guerra Civil Española.
Por eso no fueron tales repúblicas, puesto que no era la cosa de todos, sino de los dueños de las pistolas, que no eran todo el pueblo. Yo abogo por la república, sí, pero de la de verdad, de la república en que quepan todas las ideas, todas las opciones políticas, y en la que sea delito castigable y castigado por la ley y la justicia querer imponer las ideas propias por medio de la violencia, como sucedió desde 1931 hasta casi el final de la guerra; ya que la quema de iglesias empezó casi a la vez que la Segunda República Española.
En ese sentido, el 14 de abril no hay nada que celebrar, excepto la idea de la república, tan discutida y deseada por los intelectuales españoles, como Blasco Ibáñez, Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu, entre muchos otros, y desactivada y arruinada por la parte más ignorante y sectaria del pueblo español.
El director del golpe de estado en 1936 fue el general don Emilio Mola Vidal, nacido en Placetas, Cuba, y el Jefe del mismo fue don Miguel Cabanellas Ferrer, oriundo de Cartagena, Murcia.
El golpe fracasó por no haberse podido ocupar con la suficiente rapidez todo el territorio español, y en 1938 los generales decidieron otorgar el mando supremo del ejército al más joven de ellos, don Francisco Franco Bahamonde, natural de Ferrol, La Coruña, que era el único de ellos que tenía experiencia de guerra, adquirida en África.
Pero no les voy a hablar del Golpe de Estado del 36 ni de la Guerra Civil que acabó el 1 de abril de 1939. Les voy a hablar de la República Española.
La república nunca fue cosa de todos los españoles. Como el Jefe del Partido Republicano, don Manuel Azaña Díaz, gustaba decir, España era una república para todos, pero quienes tienen que regirla son los republicanos.
Por lo tanto, no era la cosa de todos, sino de los republicanos, y eso era una contradicción y una tomadura de pelo. No se respetaba, pues, la voluntad de la mayoría, sino de la mayoría republicana, si bien eso pronto tampoco se dio, pues ya desde 1931 comenzó la quema de iglesias, porque no se podía consentir, al parecer, que hubiera gente que opinase que Dios existe, y que hay que ser buenos para ir al Cielo.
Un eslogan muy utilizado entonces, y que ahora tristemente corean algunos jóvenes es el de que La única iglesia que ilumina es la que arde, que aún todavía es el título de un artículo en cierta publicación olvidable y olvidada.
Pero a lo largo de aquel quinquenio, la república fue derivando hacia la izquierda, que acabó adueñándose de lo que era de todos, hasta el punto de que las diferentes facciones de izquierda se hicieron la guerra las unas a las otras, venciendo finalmente los comunistas y socialistas del PCE y PSOE respectivamente, que formaron el gobierno del Frente Popular, que excluyeron a todos los que no pensaban como ellos. Por eso aquello no fue una república.
Las autodenominadas repúblicas españolas duraron, entre las dos, 6 años escasos. La monarquía ha durado más de mil, con algunos paréntesis gobernados por dictaduras y dichas repúblicas. Además de las dos mencionadas, están las dos dictaduras, las de los generales don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, de 1923 a 1930 (aunque nominalmente seguía gobernando el Rey Alfonso XIII) y la de don Francisco Franco Bahamonde, de 1939 hasta 1975, en la que él mismo ejerció de rey, aunque oficialmente nunca tuvo ese título.
Teniendo en cuenta ese tiempo, es objetivo comprender que la monarquía es más fiable que la república en España, pues mil años es mayor garantía que seis. Pero ¿significa eso que hemos de tirar la toalla y renunciar a la república en nuestro país?
Yo diría que no. Pero, si bien es posible tener una monarquía sin monárquicos, por la fuerza de las armas, la historia, la tradición y lo que ustedes quieran argüir, dado que aunque en ningún país se ha instaurado nunca la monarquía mediante plebiscito, en algunos ha funcionado bien, como en el Reino Unido o Dinamarca.
Por el contrario, la república siempre ha surgido de una élite republicana que luego se ha sometido a la aprobación del resto del pueblo, como ha ocurrido en Estados Unidos y Francia. Es innegable que en otros países diversos golpes de estado han impuesto un régimen político que llaman república, pero no lo son porque el pueblo no ha tenido arte ni parte en su instauración. Por eso afirmo que no hay república sin republicanos.
No hay república sin libertad, y no hay república sin repúblicos, esto es, sin gente que trabaje por instaurarla y mantenerla después.
Porque si no se la consigue mantener día a día, la república se nos va de las manos, y se puede convertir en una dictadura, en una oligarquía, o en un sistema demagógico, como ya nos avisó Platón en su obra cumbre, La república, y luego nos ha advertido una larga tradición de pensadores que culminan en don Antonio García-Trevijano Forte, en su obra Teoría pura de la república.
Por todo ello, el español de hoy debería reflexionar si le es importante implicarse en lo que es de todos, en controlar a nuestros políticos, en asumir sus derechos y poderes de ciudadano, y posibilitarnos a todos nosotros, uno a uno, el derecho y el poder de poner y quitar a los políticos que no son de nuestra utilidad y servicio.
Es una larga y difícil tarea, pero si no la asumimos todos, seguiremos con la corrupción política actual, que es la madre y creadora de las diferentes corrupciones económicas y de otros tipos que padecemos y denunciamos por diferentes medios, como la lechera que se quejaba de que se le ha roto el cántaro de leche y se ha quedado sin ella porque no tuvo cuidado.
No olviden ustedes lo que dijo aquel sabio, don José Ortega y Gasset, sobre la república, tan soñada y esperada por él, cuando por fin llegó y la sufrió: No es esto, no es esto, se quejó ya desde el exilio. Dato curioso es que se fue de la España de la República, y volvió a España de la Dictadura, pero no se implicó nunca en nada de este régimen.
Y, parafraseando su célebre dicho, al pensar en la democracia y en este régimen de 1978, hemos de concluir lo mismo: No es esto, no es esto. En España habrá democracia cuando haya demócratas. En España habrá república cuando haya repúblicos.
Es más, cuando los repúblicos seamos, al menos, la mayoría; siendo deseable que lo seamos todos, claro. De diferentes tendencias políticas, por supuesto y definición, pero sin permitir que ninguna de ellas se arrogue la posesión de lo que es de todos, la república. Por eso ni la Primera ni la Segunda fueron repúblicas, y la que aún está por venir no será la Tercera, sino la Primera.
Mientras tanto, que ustedes se quejen bien como niños de lo que no defienden como adultos. Sigan soñando, pero ni el Ratón Pérez ni los Reyes Magos les van a traer la República.
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