Incendios, fotovoltaicas y abandono rural: la tormenta perfecta
La gestión forestal tradicional se ha ido desmontando. Bajo la premisa de “proteger la naturaleza”, se han prohibido o restringido prácticas como el desbroce, la recogida de leña, el aprovechamiento de biomasa o el pastoreo extensivo. Lo que antes era mantenimiento natural del monte, hoy es ilegal
En los últimos años, España ha visto cómo el mapa de incendios forestales se superpone, en demasiados casos, con zonas donde se han proyectado o construido grandes infraestructuras energéticas “verdes”. Desde plantas fotovoltaicas de cientos de hectáreas hasta sistemas de almacenamiento eléctrico, varios de los fuegos más devastadores han tenido su origen o su epicentro en áreas vinculadas a este nuevo modelo energético.
En localidades como Tres Cantos, en Madrid, o Palmosilla, en Tarifa, los incendios han coincidido con proyectos de gran escala para generación y almacenamiento solar. En Cáceres, un fuego de gran magnitud arrancó dentro del perímetro de una planta fotovoltaica, extendiéndose a zonas agrícolas y forestales. Estos episodios no son casos aislados: revelan una pauta inquietante.
Política energética sin gestión territorial
El despliegue acelerado de energías renovables en España, en teoría positivo para la transición energética, se está ejecutando sin integrar la planificación forestal y rural. El resultado es que muchas instalaciones se levantan en entornos de alto valor ecológico o en áreas con carga de combustible vegetal sin control, lo que multiplica el riesgo de incendio.
El mantenimiento de las zonas donde se instalan estas plantas es deficiente: la vegetación crece libre bajo y alrededor de los paneles, y la combinación de calor, viento y materiales inflamables convierte cualquier chispa en una amenaza descomunal. El problema no es la energía solar en sí, sino la falta de criterios de seguridad y la desconexión total entre política energética y gestión del territorio.
El abandono regulado del monte
Paralelamente, la gestión forestal tradicional se ha ido desmontando. Bajo la premisa de “proteger la naturaleza”, se han prohibido o restringido prácticas como el desbroce, la recogida de leña, el aprovechamiento de biomasa o el pastoreo extensivo. Lo que antes era mantenimiento natural del monte, hoy es ilegal o extremadamente burocrático.
El resultado es previsible: montes abandonados, con capas de matorral y combustible seco acumulado durante años. Esta “protección pasiva” no preserva la naturaleza, la condena. El fuego, cuando llega, no encuentra resistencia.
El ganadero, nuestro bombero olvidado
El sector ganadero, especialmente la ganadería extensiva, ha sido durante siglos un aliado natural contra los incendios. Las ovejas y cabras limpian de pasto y matorral grandes extensiones de terreno, reduciendo el riesgo de que el fuego se propague.
Sin embargo, las políticas actuales han asfixiado a este sector: costes crecientes, restricciones normativas y ausencia de incentivos han reducido drásticamente el número de explotaciones. Cada ganadero que abandona su actividad es un cortafuegos que desaparece.
El fuego como catalizador de cambio forzado
En este contexto, los incendios no solo destruyen ecosistemas, sino que abren la puerta a transformaciones irreversibles en el uso del suelo. Terrenos arrasados por las llamas, antes fértiles o boscosos, pueden acabar recalificados o convertidos en plataformas para macroproyectos energéticos. Es la tormenta perfecta: el abandono rural y la sobreprotección burocrática crean un polvorín; el fuego lo enciende; y el nuevo modelo económico lo ocupa.
Menos prevención, más reacción
La respuesta institucional ante los incendios sigue siendo reactiva: medios aéreos, despliegues de emergencia, ruedas de prensa. Pero la prevención, la parte menos vistosa, recibe presupuestos y atención muy inferiores. El coste económico y ambiental de un incendio siempre es mayor que el de prevenirlo, pero el ciclo se repite año tras año.
La lucha contra el fuego no se gana solo con helicópteros y brigadas, sino con monte limpio, ganaderos activos, cortafuegos mantenidos y comunidades rurales vivas.
Soberanía alimentaria y dependencia energética
El avance de macroproyectos solares en zonas rurales no solo impacta el paisaje o la biodiversidad; también reduce la superficie destinada a cultivos y pastos. Esto debilita la soberanía alimentaria de un país que ya importa buena parte de sus alimentos y materias primas. Paradójicamente, en nombre de la sostenibilidad, se sustituye producción local de comida por generación eléctrica que, en muchos casos, se exporta.
La combinación de abandono rural, políticas energéticas desconectadas del territorio, criminalización del sector primario y ausencia de prevención eficaz está dibujando un escenario donde los incendios no son solo una tragedia ambiental, sino una oportunidad para redibujar el mapa económico y social de España.
Si no se recupera la gestión activa de los montes, se apoya a los ganaderos y se integra la seguridad forestal en el diseño de la transición energética, seguiremos viendo cómo las llamas allanan el terreno… para otros intereses.
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