Nacional Alfredo Urdaci 18 de septiembre de 2025

El espejismo del Congreso sobre la trata: ideología, datos incómodos y la sombra de Letizia

La proximidad a un Psoe que necesita recuperar el voto femenino, perdido por las confidencias de Ábalos y Koldo, y los burdeles de la familia política del presidente

Prostitución

En el CaixaForum de Madrid se ha celebrado el III Congreso Internacional sobre la Trata de Seres Humanos. Un evento que, visto desde la prensa oficial, parece el summum del compromiso social: la reina Letizia en primera fila, la ministra de Igualdad como protagonista, expertos de aquí y de allá alertando sobre la pornografía, las redes sociales, la prostitución y la trata.

El problema es que, una vez rascamos la superficie, el congreso parece menos un foro científico y más un púlpito ideológico. Se han lanzado afirmaciones que ignoran los datos oficiales, se ha confundido la explotación sexual con la laboral y se ha convertido el debate sobre la prostitución en un catecismo abolicionista. Y lo más inquietante: la jefatura del Estado, que se supone neutral, se sienta en la primera fila de un mitin encubierto.

Pornografía, prostitución y el eterno enemigo de siempre
El congreso arrancó con un mantra repetido hasta la saciedad: la pornografía es la antesala de la prostitución, y esta es la puerta giratoria hacia la trata. La concatenación suena rotunda, pero carece de evidencia empírica.

Los estudios disponibles en España y Europa no avalan esa cadena causal. La pornografía puede tener múltiples efectos —desde reforzar estereotipos hasta servir como material de educación sexual defectuosa—, pero no existen datos que vinculen su consumo con el inicio de una carrera en la prostitución. Lo que sí muestran las encuestas del CIS y del Eurobarómetro es que el consumo de porno es masivo (la mitad de los jóvenes españoles reconoce verlo con frecuencia), mientras que la prostitución es una práctica minoritaria.

Si la tesis fuera cierta, tendríamos millones de prostitutas en las calles, y no los entre 8.000 y 10.000 casos identificados por las fuerzas de seguridad, o los cien mil que manejan sociólogos y antropólogos.

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El discurso del doctor José Luis García, que equiparó pornografía con violencia erótica y anticipó un futuro apocalíptico para la sexualidad juvenil, se acerca más a una homilía moral que a un análisis científico. Que haya pornografía violenta no implica que todo el porno sea violencia, como tampoco significa que todo espectador se convierta en agresor. Lo mismo que nadie concluye que los videojuegos de disparos generen asesinos en serie en masa.

Trata y prostitución: cuando los números incomodan
La segunda gran confusión del congreso fue equiparar prostitución y trata. Un error recurrente en la narrativa abolicionista.

El CITCO, el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado del Ministerio del Interior, publica cada año cifras oficiales. Según sus datos, en España hay más casos de trata con fines de explotación laboral que con fines de explotación sexual. En 2023, por ejemplo, se identificaron alrededor de 500 víctimas de explotación laboral frente a unas 300 de explotación sexual. Pero en el discurso del congreso, la trata aparece monopolizada por la prostitución.

La consecuencia de este sesgo es evidente: se invisibiliza a las víctimas de talleres textiles clandestinos, de campos agrícolas donde se explota a temporeros migrantes, o de domicilios donde trabajadoras internas viven en régimen de semiesclavitud. La trata laboral es más frecuente y menos glamurosa, quizá porque no encaja en el relato feminista hegemónico, pero existe y debería ser el foco de un congreso que dice luchar contra todas las formas de esclavitud moderna.

El papel de la reina: ¿neutralidad o militancia?
Lo más llamativo de este congreso no fue la retórica de los expertos, sino la foto oficial: la reina Letizia sentada junto a la ministra de Igualdad, avalando con su presencia una agenda política partidista.

En un país donde no existe consenso sobre la abolición de la prostitución —ni en el Congreso de los Diputados ni en la sociedad civil—, la monarquía debería mantener distancia. La prostitución es hoy un tema divisivo: el PSOE la quiere abolir, Unidas Podemos se fracturó con posiciones regulacionistas, el PP evita pronunciarse, y los colectivos de mujeres están divididos entre abolicionistas y pro-derechos. Que la reina se alinee con una de esas corrientes no solo erosiona la neutralidad de la institución, sino que la coloca en el centro de una batalla ideológica.

La pregunta es incómoda pero inevitable: ¿es apropiado que la jefatura del Estado se preste a legitimar la estrategia política de un ministerio y de un partido concreto? El papel de la reina debería ser el de patrona de consensos, no el de madrina de cruzadas partidistas. Conocemos su actitud: con la misma vehemencia que defendió en 2023 el decrecimiento económico como solución para el planeta, abroncó hace un par de años a una antropóloga que se acercó a su majestad para entregarle su trabajo de campo en algunos burdeles de España.

De la ciencia al dogma
El congreso repitió un esquema ya conocido:

Se presenta la prostitución como un mal absoluto.
Se asocia con trata, pornografía y redes sociales sin matices.
Se pide una “ley abolicionista integral” que penalice la demanda, persiga a proxenetas y prometa reparar a las víctimas.
Lo que no se aborda son las consecuencias no deseadas de esa agenda:

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En países como Suecia o Francia, donde se han adoptado leyes similares, las mujeres en situación de prostitución han denunciado mayor precariedad, mayor clandestinidad y menor acceso a derechos básicos. Francia registra dos datos preocupantes: la multiplicación por cinco de los casos de violencia contra mujeres que se prostituyen y un aumento alarmante de la prostitución entre menores.

Las políticas abolicionistas no reducen la prostitución, solo la empujan a la sombra, con más control de mafias y menos protección.

Ignorar la voz de las propias trabajadoras sexuales —que piden regulación laboral y sanitaria, no criminalización de sus clientes— es reproducir la lógica paternalista de hablar en nombre de quienes no han sido invitadas a la mesa.
En el congreso brillaron por su ausencia los testimonios de mujeres que ejercen la prostitución de manera autónoma o organizada en colectivos. Su silencio no es casual: cuando no encajan en el guion abolicionista, se las silencia.

La confusión de conceptos y el precio de la propaganda
El Congreso Internacional sobre la Trata terminó siendo una caja de resonancia de un discurso político disfrazado de consenso científico. Y sin embargo, las contradicciones estaban ahí:

Se habla de pornografía como semillero de violencia sin pruebas sólidas.
Se asocia prostitución con trata cuando los datos oficiales muestran otra realidad.
Se invisibilizan las formas de explotación laboral que afectan a miles de migrantes.
Se implica a la reina en una agenda partidista, comprometiendo la neutralidad institucional.

El problema de este tipo de eventos no es solo que desinformen, sino que condicionan políticas públicas. Si la trata se asocia únicamente con prostitución, se diseñarán leyes parciales que descuidan a la mayoría de las víctimas. Si la prostitución se criminaliza sin alternativas reales, se agravará la marginalidad. Y si la monarquía se convierte en altavoz de consignas partidistas, se erosiona la confianza en las instituciones.

Conclusión: volver a los datos, no a los dogmas
La trata es un problema real, complejo y urgente. La prostitución es una realidad social con múltiples aristas: económica, cultural, jurídica y de derechos humanos. La pornografía forma parte del ecosistema digital de los jóvenes y merece un debate serio sobre educación sexual y consumo crítico.

Pero mezclarlo todo en un cóctel ideológico para servirlo como dogma no ayuda a nadie.
La lucha contra la explotación requiere datos, no consignas; escucha a las víctimas, no monopolio discursivo; y políticas basadas en evidencias, no en campañas electorales.

España necesita un debate adulto sobre prostitución, trata y pornografía. Lo que ofrece este tipo de congresos, en cambio, es una versión catequética donde las preguntas incómodas se borran del guion. Y quizá por eso la foto de la reina en primera fila resulta tan perturbadora: porque simboliza la renuncia al matiz en favor del aplauso fácil, el abrazo de la frivolidad de las buenas intenciones, y la proximidad a un Psoe que necesita recuperar el voto femenino, perdido por las confidencias de Ábalos y Koldo, y los burdeles de la familia política del presidente.

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