TVE presenta ahora como «personal hospitalario» a la sindicalista que simuló ser médica en una entrevista sobre el cribado de cáncer de mama, dejando en ridículo al presentador Javier Ruiz
La entrevistada no era personal médico, ni siquiera sanitaria. Se trataba de una trabajadora administrativa, liberada sindical desde hace años, y ex cocinera del mismo hospital
Javier Ruiz
En la televisión pública, donde la objetividad y el rigor deberían ser pilares inquebrantables, se ha producido un episodio que retrata con crudeza la deriva propagandística que a veces adopta el periodismo cuando se confunden los hechos con el relato.
El programa Mañaneros, presentado por Javier Ruiz, ofreció a su audiencia una entrevista sobre el cribado de cáncer de mama en Andalucía en la que una invitada fue presentada hasta en tres ocasiones como “médica” o “sanitaria del Hospital Virgen del Rocío”. Sin embargo, la realidad es muy distinta: la entrevistada no era personal médico, ni siquiera sanitaria. Se trataba de una trabajadora administrativa, liberada sindical desde hace años, y ex cocinera del mismo hospital.
El detalle podría parecer menor si no fuera porque el contexto de la entrevista era marcadamente político. Con tono indignado y desde una supuesta autoridad profesional, la invitada arremetió contra el Gobierno andaluz y el presidente Juanma Moreno por las medidas de gestión sanitaria, lanzando afirmaciones que, de haber procedido de una profesional en ejercicio de la medicina, habrían tenido un peso informativo completamente distinto.
Pero no era el caso. Lo que se presentó como un testimonio técnico resultó ser un discurso sindical, cuidadosamente enmarcado en una puesta en escena que incluía una bata blanca —símbolo inequívoco de autoridad sanitaria— y una rotulación que reforzaba la impostura.
El error que no fue un error
El presentador Javier Ruiz calificó lo sucedido como un “error personal”, tratando de desmarcarse del escándalo cuando la falsedad de la presentación se hizo evidente. Pero los hechos muestran que el supuesto error no fue casual. Durante la entrevista, la invitada fue presentada reiteradamente como médica sin que nadie —ni ella ni el equipo del programa— hiciera esfuerzo alguno por aclararlo. Es decir, no fue una confusión espontánea, sino un encuadre deliberado que sirvió para dotar de credibilidad a un mensaje político en un medio público.
Más tarde, al destaparse la verdadera identidad y trayectoria laboral de la entrevistada, el presentador no rectificó con transparencia. Al contrario: buscó justificar la situación rebautizándola como “personal hospitalario”, una fórmula ambigua con la que intentó mantener la legitimidad de la voz invitada sin asumir la manipulación.
El uso partidista del espacio público
El problema trasciende la anécdota. Lo ocurrido refleja una utilización inaceptable de la televisión pública como herramienta de combate político. No se trata de un simple fallo de verificación, sino de una estrategia comunicativa que erosiona la confianza de los ciudadanos en la información. Presentar a una liberada sindical como médica para reforzar un discurso contra un gobierno autonómico es un ejercicio de manipulación, y hacerlo desde un medio financiado con dinero público agrava aún más la falta ética.
El periodismo tiene derecho —y deber— de fiscalizar al poder, sea del color que sea. Pero esa fiscalización pierde todo valor cuando se construye sobre falsedades o disfraces ideológicos. Cuando la crítica política se camufla de entrevista sanitaria, el periodismo deja de ser un servicio público para convertirse en propaganda.
Una sociedad que merece verdad
El daño no recae solo sobre el programa ni sobre el periodista, sino sobre el propio concepto de servicio público. Cada vez que la televisión pública se presta a representar una ficción ideológica, se debilita la credibilidad de todos los profesionales que trabajan honestamente por ofrecer información veraz. Se mancilla, además, la imagen de quienes sí pertenecen al personal sanitario, aquellos que han sostenido el sistema de salud con esfuerzo y sacrificio real, no con pancartas ni micrófonos.
El caso de la “falsa médica” no es solo un desliz, sino un espejo incómodo de cómo la narrativa política puede infiltrarse en la información cuando se pierde el compromiso con la verdad. No basta con pedir disculpas a medias o maquillar el engaño con nuevas etiquetas. La televisión pública debe ser ejemplo de transparencia, no de manipulación.
El periodismo no puede ser militante
Quienes ocupan espacios informativos tienen una responsabilidad mayor que la de cualquier tertuliano o activista. La audiencia confía en que los periodistas contrasten, verifiquen y contextualicen, no en que reproduzcan discursos prefabricados. Cuando un presentador opta por la militancia disfrazada de periodismo, traiciona su oficio y su audiencia.
El episodio vivido en Mañaneros debería servir como advertencia: la credibilidad no se recupera con excusas, sino con rigor. La televisión pública no puede ser altavoz de intereses sindicales ni escaparate de manipulaciones ideológicas. Si la información se subordina a la narrativa política, la democracia pierde su principal defensa: la verdad.
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