
La urna en disputa: cuando votar no implica cambio alguno
"Una de las penas por rehusarse a participar en política es que terminarás siendo gobernado por tus inferiores." Platón, La República, Libro I
"Los límites son inamovibles, aunque él esté adiestrado en burlarlos, sean éticos, jurídicos o de cualquier índole. Pero antes o después llega el momento de toparse con ellos: es decir con la tozuda realidad"
Opinion 19 de diciembre de 2023 Inma Castilla de Cortázar LarreaCorría el año 2008, Zapatero había consumado su propósito de blanquear a ETA y los etarras habían vuelto a las instituciones tras una chapuza legal con la inefable e infame ayuda del entonces Fiscal General de Estado, Conde Pumpido.
Además, el presidente del Gobierno había pactado con Rajoy la continuidad del «Proceso de Paz», gobernara quien gobernara en España. Es sobrecogedor recordar que tras los atentados del 11-M, que propiciaron la llegada de Zapatero a Moncloa (2004), ETA reconocía explícitamente: «la acción armada del 11-M en Madrid ha abierto impensables expectativas a la izquierda abertzale».
En aquellos tiempos, quedamos en franca minoría los que defendíamos que a ETA no se la había derrotado sino resucitado tras su agónica situación por la ilegalización de sus brazos políticos y el hecho de que «dejaran las armas» respondía a la expectativa de que sus fines de siempre se hacían ahora asequibles. En resumen, sus pretendidas tres A, Amnistía, Autodeterminación y Anexión de Navarra, sería el premio por no matar: ¡menuda bicoca!
Se generalizó en los medios, y a la postre en la percepción de los ciudadanos, la ingenua euforia del fin de ETA. Era un reto defender que las pretensiones independentistas y expansionistas del nacionalismo habían logrado un avance sin precedentes porque el «cambio» de los terroristas era estratégico.
En este contexto, recibí (era la presidenta del Foro Ermua) una llamada desde San Sebastián invitándome a un coloquio de vascos de diferentes sensibilidades. El entusiasmo y el candor que transmitía mi interlocutora logró que accediera. Me recogieron en el aeropuerto de Bilbao y gentilmente me trasladaron al estudio del que disponían, un piso en una barriada a las afueras de Donosti.
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Allí reconocí a un miembro de la «banda», sujeto sin grandes dotes de liderazgo, pero hábil y pertinaz en denunciar las torturas que había sufrido en la cárcel. Recuerdo que le manifesté mi solidaridad si esos abusos –nunca concretados, por cierto– se hubieran producido, mientras recordaba la «humillante relajación de esfínteres» que se producía frecuentemente en los terroristas al ser arrestados.
Finalizado el coloquio y después de compartir con las dos jóvenes periodistas algunas reflexiones indiscutibles, tras comprobar su desconocimiento de la brutal actividad de ETA en democracia, no acerté con el modo de evitar el almuerzo al que éramos invitados. Encontrándonos todos compartiendo mantel, buen vino y los consabidos manjares de mi tierra, me lancé («de perdidos al río» –pensé–) a levantar mi copa y decir que proponía un brindis, iniciativa que fue inmediatamente secundada por todos los presentes.
«Os propongo –les dije– que brindemos por el bien común». Bruscamente, el mencionado etarra, bajó su copa y espetó: «¡Yo, por eso no brindo!» A lo que contesté: «si es así, me temo que no tenemos nada por lo que brindar». Éste fue el brindis fallido: el brindis por el bien común.
Esta anécdota aflora a mi memoria tras el insólito espectáculo que nos brinda ese «titiritero», «acróbata de la política» que desafortunadamente reside en la Moncloa, especializado en proponer «Brindis al Sol». Si hay que brindar con Bildu, se hace, con los comunistas también y se blanquea a «Podemos» con un «Sumar», que suena mejor, liderado por una de las cuatro vicepresidentas a la que descaradamente ha aupado.
Tampoco esquiva un brindis con el prófugo de la Justicia, aunque haya que perdonar a Cataluña la deuda de 73.110 millones de euros, o haya que improvisar una inaceptable ley de Amnistía. Sánchez exhibe, con obsceno desparpajo, un permanente atentado a la sensatez y al respeto debido a las personas y a las instituciones. Su querencia a la mentira, la osadía, la vileza, el sectarismo, la ruindad, a los atajos facilones o al fraude es justificada porque todo es asumible para lograr sus propósitos aunque genere descrédito, desprestigio, indignación o flagrante injusticia.
Sin embargo, los límites son inamovibles, aunque él esté adiestrado en burlarlos, sean éticos, jurídicos o de cualquier índole. Pero antes o después llega el momento de toparse con ellos: es decir con la tozuda realidad.
En las últimas semanas se han sucedido «sopapos de realidad», con la rebelión de la legalidad: el TS anula el nombramiento de la presidenta del Consejo de Estado y el CJPG recusa al Fiscal General propuesto por el Gobierno de Sánchez.
Tampoco han faltado los varapalos en las relaciones internacionales: Israel retira a su embajadora en Madrid, tras unas frívolas declaraciones sobre el terrorismo de Hamás y la respuesta de Israel. Sánchez alcanza así un récord diplomático como presidente del Gobierno, nunca logrado por sus predecesores: tres países, Marruecos, Argelia e Israel, retiran a sus embajadores.
Tampoco estuvo mal la réplica del Ministro de Exteriores italiano, al insulto de Sánchez al afirmar que Italia estaba gobernada por la ultraderecha. Por si fuera poco, la masiva rebelión ciudadana por los inasumibles costes de tantos «brindis» requeridos para su investidura ha trascendido al ámbito internacional y ha resonado en la Eurocámara y en USA con particular intensidad.
Zapatero ha terminado en el Grupo de Puebla y haciendo la campaña electoral al dictador venezolano Nicolás Maduro. Sánchez terminará haciéndosela a su amigo colombiano Gustavo Petro. Es lo que pasa cuando no se afronta el brindis por el bien común.
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