
“El único elemento de la filosofía de Jesús que fue revolucionario es el perdón, y la única acción que realiza es hablar, arriesgándose a morir por ello” Hannah Arendt, La condición humana
A diferencia de la Fe, la religión no es un sentimiento, sino saber lo que la sociedad que nos rodea considera bueno o malo. Es algo como hablar o pensar, una de esas cosas necesarias que se transmiten de padres a hijos, en esa educación que se nos queda grabada
Opinion 17 de junio de 2025 Juan Mariano Pérez AbadHablar de religiones siempre es muy polémico y confuso, porque enseguida las confundimos e identificamos con la “Fe” que podamos profesar. Sin embargo, aunque ambas puedan ir cogidas de la mano, son dos cosas bien diferenciadas, pues si la Fe hace alusión a nuestra creencia en lo sobrenatural, la religión es el código moral común que identifica a los miembros de cada cultura y lo que permite su convivencia.
A diferencia de la Fe, la religión no es un sentimiento, sino saber lo que la sociedad que nos rodea considera bueno o malo. Es algo como hablar o pensar, una de esas cosas necesarias que se transmiten de padres a hijos, en esa educación que se nos queda grabada para siempre desde la más tierna infancia.
Aunque puedan inspirarse en la Fe en una misma divinidad o en otras muchas diferentes, las religiones ponen el nombre que identifica a las civilizaciones que pueblan el mundo: cristiana (occidental y oriental o rusa) musulmana (suní o chií)judía, hinduista…, incluyendo en el mismo saco tanto a sus ciudadanos creyentes como a los ateos. A veces, ni siquiera se apoyan en ninguna divinidad, sino en entes como el Partido Comunista Chino. Y aquí vamos a hablar de esa religión cultural que, a menudo, nada tiene que ver con la Fe, sino con el código moral con el que se educa a los integrantes de cada “tribu”.
Cuando nos describen las diferentes culturas, siempre nos hablan sobre sus reyes y sus guerras, pero no nos dicen nada de cómo vive la gente de a pie. Para que el vulgar ser humano pueda obtener algo de felicidad, no solo necesita pan, sino también libertad, justicia, dignidad y seguridad, para él y para su familia. A cada cual, la cultura que le dio su impronta de cuna le puede parecer la mejor, pero visto desde afuera, resulta evidente que hay unas mejores que otras.
Hoy por hoy, cuando hablamos de países o culturas “socialmente avanzados”, consideramos que son los mejores para vivir y les sobreentendemos cualidades como “Democracia”, “Estado de Derecho”, “Derechos Humanos” y “Constitución” ¿Pero, de dónde ha salido todo eso?
Dicen que la Democracia se originó en la Grecia Clásica, esa que fue absorbida por Roma antes del año que ahora tenemos por “cero”. Aquello consistía en que la voluntad de la mayoría pesara más que la del mismísimo emperador. Aunque fue un gran avance, era una sociedad esclavista, donde las normas cambiaban según a quién se le aplicaban y el capricho de quien gobernara, lo que deja a aquella Grecia bien lejos de lo que hoy consideramos óptimo.
Lo del Estado de Derecho lo inventó la citada Roma, aquella del “Patriarcado” y madre de la Cultura Cristiana. Aunque no fuese igualitaria, la Ley que inventaron quedaba escrita y no cambiaba a cada momento a capricho del mandamás. Saber a qué atenerse debió dar mucha tranquilidad, lo que propició la prosperidad legendaria del Imperio Romano. Y es que la gente satisfecha arrima más el hombro y, si todos aportamos, se llega más allá. Pero aquello aún no era ni de lejos un estado socialmente avanzado.
Con el tiempo, Roma cristianizó su cultura y abandonó los sacrificios humanos, partiéndose más tarde en Oriente y Occidente. Occidente se arruinó y casi desaparece, pero renació tras aliarse con los Bárbaros Germanos, dando origen a la actual cultura de “OCCIDENTE”, definida por su propio código moral, la Religión Cristiana Occidental (hoy el conjunto de ellas) ya separada de la de Oriente.
El tiempo pasó y, al igual que todas las religiones y culturas, ésta también tuvo su historia negra y sus episodios monstruosos. Sin embargo, fue dentro de ella donde surgió la “Revolución del Pueblo”, que implantó una escala de valores (de seguro inspirada en la Fe de Jesucristo) resumida en el grito “libertad, igualdad, fraternidad”.
Allá por el Siglo XVIII, a menudo a sangre y fuego, aparecieron los conceptos de “Derechos Humanos” y la “División de Poderes”, que invertían la relación entre súbditos y gobernantes, pasando estos últimos de amos a servidores. Poco a poco, se fue abriendo paso un nuevo código moral completo: el abolicionismo de la esclavitud y, después, los “derechos civiles”; el feminismo auténtico; el sufragio universal, incluyendo el femenino…
La Cultura Occidental, dueña ya del mundo, expandió esa “religión” por todo el territorio que había conquistado, a pesar de que eso provocara que los súbditos de sus colonias, al sentirse ciudadanos libres, se les independizaran. Pudo haber sido mejor, haber llegado a más gente, pero a pesar de sus periodos de sombra, jamás en la Historia de la Humanidad la dignidad del ser humano alcanzó tan altas cotas. Tanto prestigio alcanzó que, aún hoy, después de su desaparición, muchos gobiernos del mundo, para dárselas de dignos, todavía se disfrazan con su toga.
Como era natural, los ciudadanos que disfrutaban de aquellos logros arrimaban más el hombro, viendo que su esfuerzo era para todos y no solo para el amo. Tanto les cundió que alcanzaron un desarrollo industrial y tecnológico que pareció Ciencia Ficción.
Aquel resultado dejó bien claro que aquella maravillosa reforma del código moral (religión) de Occidente la había proclamado como “la mejor” de todos los tiempos, tanto en su desarrollo social como en el económico.
Pero tanto éxito tuvo que de éxito murió. Aquella escala de valores generó tanta prosperidad que nos trajo la “Sociedad del Bienestar” y la gente se quedó “enganchada”. La comodidad envenenó a los valores, que sucumbieron arrodillados ante el dios pagano “Dinero”.
Ya nadie quiere revoluciones en las que defender la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad con la vida. A veces, ni siquiera somos capaces de arriesgar nuestro bienestar por sus padres, cónyuges, hermanos e hijos. Ya nadie mueve un dedo si no se lo pagan con dinero. Ya nadie arrima el hombro, sino que ahora todos piden. Piden las feministas porque dicen que el Patriarcado Romano oprimió a su bisabuela, piden los de etnias diferentes por su tatarabuelo perseguido o esclavo. Todos quieren ser tullidos o discapacitados y vivir de una deuda que nos llevará a la quiebra y será la perdición.
Hemos perdido lo que nos alzó y ahora nos toca caer como a Roma. Esperemos que esta caída no sea definitiva ni se llame Armagedón. Pero si la superamos y, llegado el día, queremos recobrar la dignidad y la libertad, habrá que resucitar la religión que nos llevó a la gloria y vacunarla contra la codicia y la corrupción, aunque sea a sangre y fuego.
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