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Todo el mundo reconoce aquella famosa frase –“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”- como uno de los mejores ejemplos de la legendaria sabiduría política de Winston Churchill
Opinion 28 de junio de 2025 Juan Mariano Pérez AbadTodo el mundo reconoce aquella famosa frase –“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”- como uno de los mejores ejemplos de la legendaria sabiduría política de Winston Churchill. De hecho, todos coincidimos en confirmar esa teoría al buscar esa paja en el ojo de los países a los que nos gusta calificar de bananeros.
El problema está en que, al repasar objetivamente los gobiernos de la España Democrática según la doctrina Churchill, tendríamos que sacar la conclusión de que el Español es un Pueblo absolutamente bananero. Pongamos solo un pequeño ejemplo por turno de cada gobierno, empezando por los GAL de Felipe González, pasando por la destrucción de pruebas de los trenes de Atocha de Aznar, los atracos de Bankia en la Bolsa de Zapatero, el delito fiscal indultado de los sobres de Bárcenas para Rajoy, hasta llegar a la corrupta vergüenza internacional del actual gobierno de Pedro Sánchez.
No hemos tenido ningún gobierno resignado a la mediocridad en corrupción, sino que todos han querido competir por el primer puesto del podio.
Sin embargo, aunque todos nos vemos forzados a aceptar que nuestros gobiernos siempre han dado vergüenza, la autopercepción mayoritaria del Pueblo Español sobre sí mismo es muy positiva. Solemos vernos en la vanguardia de los avances sociales, “un cohete” económico en los puestos de cabeza de ese club de élite que es la Unión Europea.
Nuestro espejo nos muestra un país con gente de carácter bueno, majo y alegre que, año tras año, bate sus propios récords de donaciones de sangre y órganos para trasplantes, de donaciones económicas para catástrofes naturales en cualquier lugar del mundo, de acogida de inmigrantes…
Pero pocos son capaces de dar un paso más allá, hasta hacer una autocrítica colectiva seria: también batimos récords de consumo de ansiolíticos y antidepresivos, que nuestra deuda púbica no podrán pagarla ni los hijos de nuestros nietos y que todos nuestros emblemáticos actos de caridad llevan adosados enormes subvenciones administradas con opacidad por esas grandes tramas de corrupción que también nos caracterizan.
Desgraciadamente, solo caben dos opciones para resolver esta contradicción: o bien recalificamos a Churchill como fraude y pedimos perdón a todos los bananeros del mundo o bien reconocemos, por mucho que nos pese, que el Pueblo Español no somos tan buenos como creemos, sino tan bananeros como ellos.
La gran mayoría de nosotros piensa firmemente que la culpa no es de nuestro Pueblo, que la tienen sin duda los políticos, esa raza maldita que se ha apropiado de nuestro país gracias a los votos de sus ejércitos de fanáticos descerebrados, sus perro-flautas mantenidos, sus redes clientelares y los pellizcados mediante fraudes electorales. El problema es que, con fraude o sin él, esos votantes son mayoría. De hecho, los políticos que nos dirigen salen del Pueblo y llegan a nuestro Gobierno tras varios procesos selectivos de votación, por lo que resulta muy difícil quitarle la razón a Churchill y salvarnos a nosotros mismos de la banana política.
Pero el Pueblo no es más que la suma de todos sus ciudadanos, así que aún nos queda un paso más en esta reflexión que solo unos pocos llegan dar. Aunque hayamos llegado a admitir que nuestro Pueblo ha merecido sus gobiernos, podemos echarle la culpa a “la gente”, esa masa tonta y amorfa para salvar nuestra propia responsabilidad personal. Se trata de intentar responderse honestamente cada uno a sí mismo esa gran pregunta incómoda: ¿Y YO QUÉ?
En esta última reflexión se trata de hacer una auténtica autocrítica y no de proyectar nuestro análisis sobre un avatar que represente al ciudadano anónimo. Por eso, van a tener que disculparme por tener que personalizarla en mí mismo, a pesar de no ser un buen ejemplo de ciudadano típico de nuestro Pueblo.
Como médico, he terminado abandonando mi plaza en propiedad en el Sistema Nacional de Salud, entre otras cosas, para no tener que sentirme su cómplice. A pesar de que ser tan “escrupuloso” me hizo ser desde bien temprano la oveja negra del rebaño, he de confesar que, en sus tiempos, yo también fui a más de uno de esos congresos de lujo pagados por los laboratorios farmacéuticos. Como trabajador público, también “flexibilizaba” a mi gusto el horario laboral. Incluso colaboré en alguno de esos “estudios” que falsean sus resultados y utilizan sin su permiso a pacientes incautos como cobayas, pidiéndoles pruebas o poniéndoles tratamientos que, aunque no iban a perjudicarles, no necesitaban para nada.
Pero por muy crítico que fuera desde bien jovencito, tan solo vine a darme cuenta de que yo mismo, como todos a mi alrededor, habíamos normalizado un montón de conductas delictivas porque, llegado el momento, también me tocó ser víctima de la corrupción del Sistema. El tiempo me ha hecho terminar agradeciéndole al Sistema que me destrozara la vida, porque ahora veo que lo importante era despertar, aunque fuera a bofetones.
Yo pude reconstruir mi vida ¿Podrá mi pueblo, si no despierta a tiempo, reconstruirla después del bofetón que le espera?
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