
Vuelta atrás, entendido por unos como retroceso y por otros, paso obligado de supervivencia cognitiva para evitar caer aún más en el “abismo” educativo-afectivo
Los cuatro primeros experimentos, ya analizados, son el aumento desorbitado del tamaño del Estado, que ha conducido a una abusiva presión fiscal; un endeudamiento gigantesco, que hipoteca nuestro futuro; un sistema económico-monetario que está minando la capacidad adquisitiva
Opinion 04 de noviembre de 2025 Fernando del Pino Calvo-Sotelo
En artículos recientes he ido desgranando cómo las sociedades occidentales están llevando a cabo cinco experimentos, históricamente muy recientes, que se consideran avances indiscutibles de la civilización y cuyos resultados, por tanto, no están siendo sometidos a un juicio objetivo.
Los cuatro primeros experimentos, ya analizados, son el aumento desorbitado del tamaño del Estado, que ha conducido a una abusiva presión fiscal; un endeudamiento gigantesco, que hipoteca nuestro futuro; un sistema económico-monetario que está minando la capacidad adquisitiva de la población, la cual ve cómo sus padres o abuelos eran capaces de mantener una familia de cuatro hijos con un solo sueldo y ellos no pueden mantener dos hijos con dos sueldos; y la democracia basada en el sufragio universal incondicionado y en el poder ilimitado de la mayoría, que está conduciendo, paradójicamente, a un grave retroceso de las libertades individuales.
El quinto experimento
Por fin llegamos al quinto y último experimento, mucho más profundo y de consecuencias mucho más destructivas. Es el experimento de vivir sin Dios. En efecto, por primera vez en la Historia, los países occidentales viven como si Dios no existiera. Ya no hay un Ser Superior, ni Diez Mandamientos, ni ley natural, ni bien ni mal. No hace falta siquiera negar la existencia de Dios; simplemente se le ignora.
Esta secularización de Occidente tiene a España ―históricamente, país católico por excelencia― como termómetro cualificado. Si en 1978 el 78% de la población se declaraba católica, hoy ese porcentaje ha bajado al 57%; si en 1978, el 40% se declaraba practicante, hoy ese porcentaje ha caído a menos de la mitad. Solo en los últimos 30 años, el porcentaje de matrimonios religiosos en España ha pasado del 80% al 20%[1]:

Eliminar a Dios significa en realidad sustituirlo por otros dioses: el poder, el sexo, el dinero, la popularidad o la madre Tierra, o por una serie de ideologías que ocultan, tras la fachada, una siniestra misantropía. Como advirtió Juan Pablo II de forma ciertamente profética, «el hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre». Si ya no somos hijos de Dios, ¿de dónde provienen nuestros derechos? ¿De lo que decidan otros hombres? Entonces, ¿ya no son inalienables?
Si las normas y los derechos son decididos por otros hombres, sea por una mayoría divinizada que actúa en nombre de la diosa democracia o por una sedicente élite no electa, como ocurre en la UE; si vox populi, vox Dei, ya no existen normas inmutables ni límites infranqueables, pues en una sociedad relativista todo depende de opiniones subjetivas, de la última moda, de los caprichos cambiantes de la mayoría o de las creencias del poderoso.
No olviden que cuando el poder no está sujeto a las restricciones de una norma superior, los que lo detentan se convierten en dioses, pero no en dioses justos y buenos, sino en oscuros tiranos. Y si nuestros semejantes pueden decidir cuáles son nuestros derechos, éstos dejan de serlo, porque un derecho no puede depender del permiso de otros.
Estamos perdiendo nuestra libertad en nombre de un sucedáneo de libertad. Libertad sin responsabilidad, libertad sin verdad, libertad sin bien, libertad sin moral. Y en la búsqueda de esta libertad mal entendida nos hemos convertido en esclavos. Peor aún, nos hemos convertido en esclavos que ignoran su estado de esclavitud.
Europa como paradigma de decadencia
Quizá ninguna región del planeta ejemplifica mejor la decadencia de Occidente y la perniciosa influencia del quinto experimento que Europa. Pero ¿qué es Europa? ¿Un pequeño continente delimitado por los Urales, el Báltico, el Mediterráneo y el Atlántico? Sería muy pobre limitarnos a su descripción geográfica.
Tampoco podemos limitarnos a definir Europa como la heredera de la filosofía griega y del Derecho romano. Sin duda lo es, pero en su momento de mayor expansión en el s. II ―bajo el emperador Trajano, nacido en Hispania―, el Imperio Romano no llegó a cubrir sino la mitad de la Europa de hoy. A contrario sensu, el norte de África y Asia Menor pertenecieron a Roma y obviamente no son europeos.
Finalmente, tampoco parece adecuado definir Europa como el continente de las democracias, pues, como hemos visto, es éste un experimento recientísimo, por lo que en la mayor parte de la historia de Europa la democracia ni estaba ni se le esperaba.
Entonces, ¿qué factor común define mejor la identidad de Europa? El cristianismo. Dicho de otro modo, lo que tienen en común todos los países europeos son las 600 catedrales románicas, góticas, renacentistas, barrocas y neoclásicas que adornan sus ciudades desde hace siglos. De hecho, la capital de la UE debería ser Roma, y no Bruselas.
El cristianismo fue el germen de Europa y su clave de bóveda. Incluso tras la Reforma protestante que dividiría Europa en dos, siguió siéndolo aunque fuera bajo el signo de las guerras de religión, que, con la honrosa excepción de nuestro emperador Carlos, en realidad escondían las muy prosaicas pasiones humanas y ambiciones políticas de sus protagonistas. Esto explica, por ejemplo, que el perjuro rey Francisco I de Francia ―católico― firmara una alianza con el sultán otomano Solimán el Magnífico ―musulmán― para formar un frente común contra el muy católico Imperio español.
Tras la sangrienta Revolución francesa de 1789, que tuvo un marcado (y violento) carácter anticristiano, el rumbo de Europa fue variando. Cierto es que la Revolución fracasó a corto plazo, pues hasta 1870 Francia viviría un largo período de gobierno de reyes y emperadores salpimentado por breves y turbulentos episodios republicanos. De hecho, hubo que esperar al s. XX para que la siniestra semilla plantada por Rousseau ―que junto con Lutero y Descartes conforma la conciencia moderna, en acertada expresión de Maritain― comenzara a germinar.
Europa, secuestrada por la UE
Esta Europa descreída y desesperanzada a causa de su secularización constituye el paradigma perfecto de la decadencia de Occidente, proceso acelerado por su muy reciente secuestro a manos de la UE. En efecto, hoy Europa está dominada por una superestructura denominada Unión Europea. Esta superestructura no es Europa, sino el tirano de Europa. En este sentido, es importante no confundir los términos.
Del mismo modo que los tiranos tienden a confundir a sus países con sus personas y a identificar cualquier crítica a su persona con la alta traición, se ha extendido la falacia de que criticar la UE es criticar Europa. Nada más lejos de la realidad: es precisamente la simpatía que siento por Europa lo que me lleva a desear que se libre del yugo de la UE.
Con cierta nostalgia no exenta de irritación recuerdo aquella atractiva promesa de la libre circulación de personas, mercancías y capitales (el cebo) que fue utilizada como caballo de Troya para tapar la toma de poder de un gobierno burocrático no electo con claras ambiciones totalitarias. Al decir sí a lo primero, creamos, sin saberlo, un monstruo que amenaza con engullirnos.
Las cinco características de la UE
En este sentido, la UE tiene cinco características. La primera es una ideologización de carácter marcadamente anticristiano, a la vez causa y consecuencia del quinto experimento.
Cuando en 1988 san Juan Pablo II acudió al Parlamento Europeo, pocos entendieron la hondura de su análisis sobre las dos visiones opuestas que había en Europa. La primera era la de quienes «consideran que la obediencia a Dios es la fuente de la verdadera libertad, la cual no es nunca libertad arbitraria, sino libertad para la verdad y el bien (…), lo que se traduce en la aceptación de principios que manan de la autoridad de Dios, de las cuales el hombre no puede disponer a su gusto».
La segunda es la actitud de quienes, «habiendo suprimido toda subordinación de la criatura a Dios, o a un orden trascendente de la verdad y del bien, consideran al hombre el principio y el fin de todas las cosas. La ética no tiene entonces otro fundamento que el consenso». Dicho consenso, carente de límites morales, es el que está decidiendo cuándo empieza y termina la vida, por ejemplo, una regresión civilizacional que nos devuelve subrepticiamente a la barbarie de las sociedades paganas de la Antigüedad.
Pues bien, a pesar de que fueron precisamente los principios cristianos los que impulsaron a los Padres de Europa a proponer su unión (como el católico Robert Schuman), hoy la UE está controlada por una burocracia que pertenece claramente al segundo grupo, es decir, que reniega de los principios cristianos y hace lo posible por dañarlos. Como decía un autor recientemente, «el nuevo experimento europeo es una experiencia insólita que pretende no sólo prescindir de la religión, sino hacer de su rechazo fuente esencial de identidad de la nueva civilización».
En otras palabras, la UE no es una burocracia ideológicamente neutral, sino que intenta imponer su propia ideología. Esta es su primera característica. Y cuando algún país se resiste a dicha imposición (como Polonia o Hungría), la UE le acosa de forma inmisericorde con un impudoroso doble rasero. Así, cuando alguno de sus correligionarios ateos (como Sánchez) comete todo tipo de fechorías, miran hacia otro lado.
Fue por esta ideologización por lo que el fallido Tratado de la Constitución Europea omitió cualquier mención a las raíces cristianas de Europa, o por el que el Parlamento Europeo votó recientemente a favor de incluir el aborto como Derecho Fundamental de la UE, o por el que la UE fomenta la siniestra ideología de género, destructora de individuos y familias, o la empobrecedora y fanática agencia verde.
Un intervencionismo enfermizo
La segunda característica de la UE es su carácter intervencionista y liberticida. En efecto, su appáratchik ―copiando el modelo de la URSS― ejerce un control asfixiante en la vida de sus ciudadanos con todo tipo de normas invasivas. De ahí la alucinante prohibición de la venta de coches de combustión a partir de 2035, las sádicas regulaciones impuestas al campo o la grotesca obligación de que los tapones de las botellas estén unidos a la propia botella, caso único en el mundo que no pasará a los anales de la historia de la inteligencia.
La UE siempre está a favor de aumentar el peso del Estado y los impuestos, y mientras el resto del mundo innova, la UE regula. Éste es el número de patentes registradas en el último año[2]:

Europa no inventa y se queda atrás. En efecto, que Europa se dedique a regular en vez de innovar tiene consecuencias. El siguiente gráfico muestra la caída del peso relativo de la economía europea en el mundo desde 1960, particularmente agudo desde la entrada del euro[3]:

La tercera característica de la UE es que gobierna de espaldas a los intereses de sus ciudadanos-súbditos. Recuerden el proyecto de Constitución Europea, cuyo referéndum fue suspendido al ser rechazado por franceses y holandeses, a pesar del apoyo casi unánime de sus respectivas clases políticas.
La UE decidió no arriesgarse a volver a preguntar a los ciudadanos, retiró el proyecto y lo sustituyó por el Tratado de Lisboa, que sólo requería aprobación de los Parlamentos, esto es, de las clases políticas. Más recientemente, tenemos el caso de las elecciones de Rumanía, anuladas por su Tribunal Constitucional con el abierto apoyo de la UE obviamente porque el ganador de la primera vuelta (al que impidieron presentarse) era euroescéptico.
La cuarta característica de la UE es su gran opacidad, que posiblemente haya convertido a Bruselas en una de las capitales mundiales de la corrupción. En este sentido, no hay mejor ejemplo que el contrato que firmó la inefable Von der Leyen con Pfizer para la compra de 1.800 millones de dosis de vacunas covid por importe de 35.000 millones de euros.
Pues bien, la Comisión Europea inicialmente mantuvo el contrato en secreto, y cuando fue obligada a revelarlo, lo hizo tachando párrafos enteros. El Tribunal de Cuentas de la UE pidió repetidas veces transparencia y el Tribunal de Justicia de la UE dictaminó que Von der Leyen debía hacer públicos sus mensajes personales con el presidente de Pfizer, que se negaba a entregar. No lo hará, y no le pasará nada, pues la impunidad es la norma en la UE.
Con su ironía habitual, decía el pensador católico colombiano Nicolás Gómez-Dávila que «cuanto más graves son los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia llama a resolverlos». La quinta y última característica de la UE es la ineptitud. Prueba de ello es la peor negociación de la Historia, que le ha llevado a aceptar un arancel unilateral del 15% impuesto por EEUU a pesar de contar con un equilibrio comercial en bienes y servicios y de que el propio Departamento de Comercio norteamericano reconociera que la UE tenía por lo general unos aranceles bajos.
Y ahora quieren una guerra
La ideologización, el intervencionismo enfermizo, el despotismo, la opacidad y la ineptitud de la UE hacen incompatible su defensa con la defensa de Europa.
Nos han hecho creer que éste es el único modelo que puede haber en Europa. No es verdad. Otra Europa es posible, pero para ello debe recuperar sus raíces cristianas y liberarse del yugo de quien la ha secuestrado.
Ítem más. Observo con gran preocupación la frívola escalada belicista de los líderes europeos, que ahora inventan una inexistente amenaza rusa para tapar la decrepitud del imperio que se derrumba. ¿Para qué demonios querría Rusia atacar Europa? Además, su estulticia parece no captar su contradicción: por un lado, nos dicen que el ejército ruso es un «tigre de papel» que no es capaz de avanzar siquiera en Ucrania, pero, por el otro, es capaz de amenazar simultáneamente Polonia, Alemania, los países nórdicos y las repúblicas bálticas. ¿En qué quedamos?
Los sátrapas de esa colonia de EEUU llamada UE han obedecido servilmente los intereses del amo norteamericano creando de la nada un artificioso enfrentamiento con Rusia, principal y barato proveedor de energía. No les ha bastado con empobrecer a sus ciudadanos. Ahora quieren una guerra.
[1] Instituto de Politica Familiar
[2] WIPO IP Statistics Data Center
[3] PIB (US$ a precios constantes de 2015) | Data
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