Sánchez no es Biden
"Nada hay más saludable al sistema democrático que los gobernantes no se eternicen en los cargos ni los alcancen a todo trance, mediante pactos nocivos para la convivencia. Nada hay más provechoso que los ciudadanos, por conductas como la de Biden, mantengan su confianza en sus autoridades y representantes"
Los importantes sucesos acaecidos en lo que va de verano desmienten aquello de que esta estación sea un tiempo muerto para la información y la vida de los humanos. Cada año, en la época en que climáticamente se suda y profesionalmente se trata de imprimir un ritmo más pausado a la febril actividad que venimos desarrollando, acrece la sensación de que acontecen hechos y noticias, de toda clase, de primera magnitud.
Un aletargado Gobierno —al que el líder le impone la consigna temporal de callar y no dar señales de vida— conspira en la sombra, proyecta nuevos escándalos y teje, con los enemigos internos de España, nuevas operaciones de deconstrucción constitucional. Mientras, en manga corta y abanico en mano, procura poner sordina a las escasas críticas y acusaciones de una endeble e indolente oposición.
Por eso es de agradecer —y destacar— que nos encontremos en estos momentos con unos Estados Unidos de Norteamérica plenamente inmersos en la carrera presidencial, en la lucha entre republicanos y demócratas, batalla que ha tomado, en las últimas semanas, un giro inesperado: la renuncia de Joe Biden a ser nuevamente candidato y el ascenso de la vicepresidente Kamala Harris para discutir tan importante cargo al excéntrico Donald Trump.
Siendo esto así a grandes rasgos, me gustaría reflexionar sobre —y subrayar— el gesto de honradez y generosidad que ha tenido Biden de descartarse y permitir que su segunda en el escalafón del Estado pase por delante y sea ella quien discuta la presidencia a su oponente de cabellera rubia, alborotada y de enormes corbatas.
Esto, que describo con tanta simpleza y alabanza, la renuncia o dimisión de cargos públicos, sin embargo, en la vieja y convulsa nación hispana es una rara fruta que, actualmente, por ministerio de nuestra mejorable clase política, no se conoce: en los últimos tiempos no nos consta una decisión del alcance y valor de la que ha tomado el veterano político estadounidense, Joe Biden.
Empero, además, es inusual en nuestros pagos el grado de honradez y ética en el servicio público con el que se ha conducido el todavía presidente Biden. En España ni se da ni se le espera, lamentablemente. Tal vez, con perspectiva histórica y cierta analogía, ha de recordarse la inesperada y sonada renuncia que adoptó un presidente español honesto, brillante, eficiente y cumplidor de su palabra, Adolfo Suárez González.
Este pudo forzar situaciones y posibilidades. Empero optó por la salida más honesta y natural en democracia: dimitió en la creencia de que tal decisión era la mejor, no para él, sino para su país. Ese sacrificio es el que hoy ha adoptado el demócrata Biden en parecida tesitura a la de nuestro presidente de la Transición.
Biden ha asumido que empecinarse en el ejercicio del cargo presidencial puede que le reporte a él unos meses de satisfacción personal, pero ha sido consciente de que el desempeño de un cargo público debe regirse por determinadas reglas y notas de probidad, altruismo y servicio a los demás, y no por oscuras y egoístas apetencias personales o partidistas.
Tenemos que agradecerle a Biden la soberbia lección que ha dado a muchos líderes mundiales y, particularmente, a la clase política española, en concreto, a la que ocupa cargos públicos de responsabilidad.
Por mucho que se hable del grado de descomposición o fragilidad de la actual democracia estadounidense (por todos, «Cómo mueren las democracias», Levitsky y Ziblatt, 2018), el gesto de Biden, además de honrarle personalmente, ha fortalecido el gobierno democrático de su país.
Nada hay más saludable al sistema democrático que los gobernantes no se eternicen en los cargos ni los alcancen a todo trance, mediante pactos nocivos para la convivencia. Nada hay más provechoso que los ciudadanos, por conductas como la de Biden, mantengan su confianza en sus autoridades y representantes.
La decisión de Biden deja en mal lugar la obstinación de políticos españoles que siguen ocupando cargos y dignidades contra viento y marea, aunque hayan surgido circunstancias y causas justificadas para la dimisión o el cese.
Pero, insisto, en España, por lo menos en los últimos años coincidentes con el nefasto fenómeno político del sanchismo, no se da el caso de renunciar al cargo que se viene desempeñando.
Claramente, apunto a la presidencia del Gobierno que, a trancas y barrancas, contra todo pronóstico, y con el apoyo aberrante de grupos y políticos que han expresado públicamente su objetivo de acabar con la nación española y la Constitución liberal de 1978, persiste en esa demolición de la democracia parlamentaria y avisa con continuar ilimitadamente, como en las dictaduras. Bien podría Sánchez tener presente la frase de Biden: «Amo mi puesto, pero amo más a mi país».
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