Noticias Salvador Gimenez 25 de mayo de 2025

La farsa de la izquierda institucional: Ya no existe la izquierda

En muchos casos, los regímenes que se presentaron como socialistas devinieron en burocracias autoritarias, estructuras cerradas y represivas, incapaces de construir una alternativa viable, democrática y justa al orden capitalista

Pedro Sanchez, Ábalos

Durante décadas, la izquierda ha sido identificada con la defensa de los derechos sociales, la justicia económica, el antimilitarismo, la soberanía popular y el combate contra las estructuras de dominación capitalistas. Sin embargo, en las últimas décadas —y especialmente en el contexto europeo—, esta identificación ha dejado de ser más que un ejercicio retórico.

En particular, partidos como el PSOE, que aún pretenden mantener su imagen como representantes del campo progresista, han evidenciado una alarmante desconexión con los principios históricos que definieron a la izquierda. Hoy, más que una fuerza de transformación, la izquierda institucional se ha convertido en una gestora obediente del orden neoliberal.

Retórica de izquierda, políticas de derecha
La contradicción entre el discurso y la práctica se ha convertido en la norma. El PSOE continúa identificándose como un partido de izquierdas, incluso autoproclamándose baluarte del “progreso” frente a la “derecha reaccionaria”. Pero al observar su trayectoria de gobierno, lo que emerge no es la emancipación social ni la redistribución de poder y riqueza, sino una profunda subordinación a las reglas del mercado y a los dictados de instituciones supranacionales.

Entre las medidas más elocuentes de esta traición a los principios históricos de la izquierda encontramos el retraso de la edad de jubilación, las reformas laborales desmovilizadoras, los recortes estructurales en sanidad y educación, y el deterioro paulatino de los servicios públicos. No son errores ni concesiones circunstanciales: son síntomas estructurales de una aceptación sin reservas del paradigma neoliberal.

La defensa del bienestar colectivo ha sido sustituida por la lógica de la competitividad, la eficiencia empresarial y la estabilidad presupuestaria. Mientras tanto, se criminaliza cualquier alternativa que proponga una ruptura con estas coordenadas, tachándola de “irresponsable”, “populista” o “utópica”.

Subordinación geopolítica: el viraje atlantista y el vaciamiento del internacionalismo
Otro aspecto revelador del deslizamiento ideológico del PSOE (y de buena parte de la izquierda europea) es su alineamiento con políticas belicistas y su progresiva renuncia a un verdadero internacionalismo emancipador. Su apoyo acrítico a la OTAN, su complicidad con las agresiones imperialistas disfrazadas de “intervenciones humanitarias” y su falta de una voz propia en política exterior lo sitúan como un actor más en la maquinaria occidental de dominación.

La izquierda institucional ha renunciado incluso a la crítica simbólica del militarismo global. En lugar de cuestionar el papel desestabilizador de la OTAN, legitima sus operaciones; en lugar de promover la desmilitarización del presupuesto, lo incrementa. El internacionalismo ha sido reducido a gestos vacíos mientras se legitiman guerras económicas y armadas que solo benefician a las élites financieras y a la industria armamentística.

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La renuncia a la soberanía popular
Uno de los pilares fundamentales del pensamiento emancipador ha sido siempre la defensa de la soberanía popular. No se trata únicamente de la soberanía estatal frente a poderes externos, sino del control democrático y colectivo sobre los recursos, las decisiones económicas y las instituciones políticas.

Sin embargo, la izquierda mayoritaria ha abandonado completamente esta noción. Ha sustituido la soberanía por la sumisión a los organismos supranacionales, especialmente la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Estas estructuras, lejos de ser espacios democráticos, actúan como garantes del dogma neoliberal, imponiendo restricciones fiscales, recortes sociales y políticas de austeridad con independencia de la voluntad popular.

Esta sumisión ha vaciado de contenido a la democracia. Cuando las decisiones fundamentales no se toman en los parlamentos, sino en despachos de Bruselas o en reuniones opacas de tecnócratas, la soberanía se convierte en una palabra hueca. La izquierda institucional ha abrazado esta lógica, renunciando no solo a la ruptura con el neoliberalismo, sino incluso a la posibilidad de disputarle el poder real.

La fragmentación de la izquierda transformadora y el desafío de la unidad
Frente a este panorama de claudicación ideológica, resulta urgente construir una alternativa real. Pero este proceso no está exento de dificultades. Una de las más importantes es la fragmentación interna del campo transformador.

La izquierda crítica, aquella que no ha renunciado a sus principios, es profundamente heterogénea. Agrupa corrientes marxistas, feministas, ecologistas, independentistas, comunalistas, anarquistas y otras sensibilidades que, aunque comparten una crítica estructural al sistema actual, difieren en sus métodos, prioridades y horizontes estratégicos.

Esta pluralidad es una riqueza, pero también un obstáculo para la acción coordinada. La historia de los Frentes Populares muestra que las alianzas amplias pueden ser efectivas, pero también extremadamente vulnerables. La falta de una estrategia común y la infiltración o cooptación desde dentro han sido los talones de Aquiles de múltiples intentos de unidad.

El deber de organizarse: más allá de la nostalgia, hacia la construcción
La superación de esta realidad desesperante no será espontánea. No bastan las quejas ni la nostalgia por lo que pudo haber sido la izquierda. Es necesaria una superación teórico-práctica del marco ideológico dominante, lo que implica confrontar tanto al neoliberalismo como a sus gestores progresistas.

Esto exige la organización consciente de una fuerza social independiente, capaz de disputar el poder desde abajo, desde las bases populares. Se necesita un nuevo proyecto, no meramente electoral, sino profundamente democrático y orientado a construir poder popular.

Organizarse no es una opción: es una obligación política y moral. No responder a este llamado es aceptar la desaparición práctica de la izquierda, dejar que la rabia popular sea capitalizada por la extrema derecha, y resignarse al eterno retorno del mal menor como única estrategia.

Una izquierda que no se organiza, no existe. Una izquierda que no disputa el poder, se convierte en su cómplice. Y una izquierda que abandona la soberanía, la justicia social y la lucha contra el capitalismo global, no es izquierda: es un decorado funcional del sistema.

 El desafío es inmenso. Pero también lo es la urgencia. La reconstrucción de una izquierda que merezca ese nombre pasa por el rechazo frontal a quienes se han apropiado de su etiqueta para traicionar sus fundamentos. La emancipación social no vendrá de quienes han hecho del oportunismo su ideología. Vendrá de la organización paciente, crítica y comprometida de quienes aún creen que otro mundo es no solo posible, sino necesario.

El fracaso global del socialismo y el avance de la derecha internacional
El proceso de descomposición ideológica y práctica de la izquierda no es exclusivo del contexto español ni europeo. A escala global, el llamado “socialismo realmente existente” ha dejado un legado problemático que ha contribuido, en gran medida, al desprestigio del ideario emancipador.

En muchos casos, los regímenes que se presentaron como socialistas devinieron en burocracias autoritarias, estructuras cerradas y represivas, incapaces de construir una alternativa viable, democrática y justa al orden capitalista. Esto no solo provocó un colapso político, sino también una crisis moral en amplias capas de la población que, tras décadas de promesas incumplidas, comenzaron a asociar el socialismo con el fracaso económico, la represión o el estancamiento.

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Países que alguna vez fueron emblemas de la izquierda internacional, como Cuba, Venezuela, o incluso ciertas etapas del socialismo del siglo XX en Europa del Este, han enfrentado o enfrentan profundas crisis sociales, económicas y políticas. En muchos casos, esas crisis han sido utilizadas por las derechas globales para desacreditar cualquier intento presente o futuro de transformación. La consecuencia es visible: en amplios sectores populares, el descrédito del socialismo ha dejado un vacío político que ha sido ocupado por opciones conservadoras, autoritarias o directamente reaccionarias.

Este viraje hacia la derecha es cada vez más palpable en el panorama internacional. Gobiernos de corte conservador, nacionalista o directamente ultraderechista han llegado al poder —o lo han consolidado— en países tan diversos como Argentina, Italia, Suecia, Hungría, Israel, Estados Unidos, India o Polonia. Incluso en democracias liberales consolidadas, como Alemania o Francia, las opciones de extrema derecha han escalado posiciones, ocupando un espacio que antes pertenecía, al menos simbólicamente, a las izquierdas tradicionales.

Europa no es ajena a este fenómeno. Al contrario, está en su epicentro. La llamada “izquierda europea” ha sido incapaz de ofrecer respuestas coherentes a los desafíos contemporáneos: la precarización laboral, la crisis ecológica, la inflación, el deterioro urbano, la inmigración desregulada o el vaciamiento de la soberanía nacional. En este contexto, el voto popular se desplaza hacia quienes, con discursos simples pero contundentes, prometen orden, identidad y seguridad, aunque sea a costa de derechos civiles y libertades democráticas.

El auge de la derecha no se explica únicamente por su propaganda, sino también por la traición de la izquierda a sus propias bases. Cuando la izquierda institucional defiende tratados de libre comercio, apoya guerras imperialistas, aplica recortes sociales y niega los problemas reales que sufre la clase trabajadora, no solo pierde legitimidad: entrega voluntariamente el terreno a sus enemigos históricos.

Por eso, el ascenso de la derecha no es una anomalía, sino el resultado directo del vaciamiento ideológico de la izquierda. No basta con indignarse ante el auge de la ultraderecha; hay que entender que su crecimiento ha sido posible porque la izquierda dejó de ofrecer un horizonte de transformación creíble.

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