228 días al año trabajando para el Estado: el brutal esfuerzo fiscal que impone el Gobierno de Pedro Sánchez
Los españoles dedican el 62% de sus días de trabajo al año a pagar impuestos, según la Fundación Civismo. En otras palabras, más de ocho meses de trabajo son para el Estado y no para el contribuyente
España amanece cada año con un nuevo récord fiscal bajo el Gobierno de Pedro Sánchez. En 2025, según el informe publicado por la Fundación Civismo, los ciudadanos trabajarán 228 días del año exclusivamente para pagar impuestos, es decir, el 62% del calendario laboral anual. Esta cifra representa 16 días más que en 2024, cuando el llamado “Día de la Liberación Fiscal” cayó el 30 de julio. Este año, se retrasará hasta mediados de agosto. En otras palabras, más de ocho meses de trabajo son para el Estado y no para el contribuyente.
Se trata de un incremento del 7,5 % en apenas un año en términos de esfuerzo fiscal, un dato que debería alarmar no solo a los contribuyentes, sino a cualquier economista mínimamente sensato. Mientras que otros países desarrollados tienden a reducir su carga fiscal para dinamizar el consumo, atraer inversión y estimular la creación de empleo, el Ejecutivo socialista opta por lo contrario: exprimir aún más al contribuyente medio, sin que ello se traduzca en mejoras tangibles de los servicios públicos.
Una presión fiscal sin precedentes: más del 54,5% de la renta disponible
La Fundación Civismo no se limita a calcular los días que se trabaja para pagar impuestos. También analiza la presión fiscal efectiva, es decir, lo que realmente termina pagando el ciudadano medio en relación con su renta disponible. El resultado es aún más demoledor: más del 54,5% de los ingresos netos se destinan al pago de tributos.
Este porcentaje supera con creces la media de la Unión Europea y se sitúa muy por encima de economías comparables como Alemania, Países Bajos o Irlanda. El modelo fiscal español, lejos de estimular la prosperidad, parece penalizarla sistemáticamente.
Este dato cobra aún más gravedad si se considera que España mantiene tasas de desempleo estructural elevadas, una deuda pública por encima del 110% del PIB y una productividad estancada. Pese a todo ello, el Gobierno no ha dudado en incrementar la carga tributaria de familias, pymes y autónomos en plena desaceleración económica.
España, el infierno fiscal del sur de Europa
Mientras que países como Portugal, Grecia o Italia han adoptado políticas fiscales que premian la inversión, reducen impuestos a los emprendedores y buscan atraer talento y capital, España camina en dirección opuesta. El modelo de Sánchez es uno en el que el éxito económico se penaliza con más impuestos, y el ahorro o la inversión se castigan como si fueran privilegios ilegítimos.
España es, de hecho, uno de los pocos países de Europa que mantiene el Impuesto sobre el Patrimonio, reintroducido como "temporal" en 2011 pero que el Gobierno Sánchez ha consolidado y hasta complementado con el nuevo Impuesto a las Grandes Fortunas, una medida tan populista como ineficaz, que ha provocado la salida de grandes patrimonios a Portugal, Andorra o Italia.
Además, comunidades como Cataluña aplican tipos impositivos todavía más agresivos. Un catalán dedica 11 días más al pago de impuestos que un madrileño, una diferencia abismal que refleja la falta de equidad fiscal en el modelo autonómico. Las empresas y personas con capacidad de movimiento lo están haciendo: se están marchando.
¿A dónde va todo este dinero?
El ciudadano español, cada vez más asfixiado, tiene derecho a preguntarse: ¿a dónde va el esfuerzo de estos 228 días de trabajo?
La respuesta no reconforta. España es líder en gasto político, con un Estado sobredimensionado, plagado de duplicidades administrativas y con más de 3.000 entes públicos de escasa o nula utilidad. A eso se suma un gasto social descontrolado, ineficiente y en muchos casos clientelar, que parece estar más al servicio de la reelección que del bienestar general.
Además, el país ha experimentado en los últimos años un aumento del gasto ideológico, con partidas millonarias para observatorios, ministerios sin competencias reales, subvenciones a asociaciones afines y campañas propagandísticas con dinero público.
El deterioro de la sanidad pública, los problemas de acceso a la vivienda, el caos educativo y el colapso del sistema judicial son prueba de que la elevada presión fiscal no se traduce en una mejor calidad de vida. El ciudadano paga más, pero recibe menos.
Consecuencias económicas y sociales
El incremento de la carga fiscal tiene consecuencias claras:
Desincentiva el trabajo y el emprendimiento.
Reduce el consumo interno.
Aumenta la economía sumergida.
Fomenta la deslocalización de empresas y patrimonios.
Castiga a las clases medias, que no pueden eludir ni trasladar su carga fiscal.
La retórica oficial del Gobierno —basada en la justicia social y la redistribución— se derrumba ante la realidad de una política fiscal que expolia al trabajador productivo sin generar progreso ni igualdad real.
¿Hacia dónde va España?
España necesita una reforma fiscal integral que premie la creación de riqueza, elimine trabas al emprendimiento, simplifique el sistema tributario y garantice que el dinero del contribuyente se gestione con rigor, eficiencia y transparencia. Sin embargo, nada de eso parece formar parte de la agenda del actual Ejecutivo.
El modelo de Pedro Sánchez es, en la práctica, un sistema confiscatorio que penaliza el esfuerzo y premia la dependencia del Estado, una tendencia que, de no corregirse, condenará a España al estancamiento económico y la frustración social.
Una fiscalidad que asfixia
En un país en el que el ciudadano medio trabaja más de ocho meses al año para pagar impuestos, no se puede hablar de libertad económica ni de justicia fiscal. El dato de los 228 días de esfuerzo impositivo no es una estadística técnica: es un retrato del modelo de país que está construyendo el Gobierno de Pedro Sánchez. Uno donde el Estado crece a costa del ciudadano. Uno donde la prosperidad se castiga. Uno donde cada vez somos menos libres.
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