Noticias AE 09 de noviembre de 2025

La religión de la izquierda fanática: el odio

Durante años, los dirigentes socialistas han enseñado a su base a odiar al que piensa distinto. Han llamado “nazis”, “machistas”, «ultras», «fascistas» o “retrógrados” a quienes defienden ciertos valores

José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Sánchez

La izquierda fanática ha vuelto a reencontrarse con el odio. Parecía haber superado su enfermedad crónica, pero solo dormía. José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez la han reanimado, la han reactivado, devolviéndole su esencia original: el odio como herramienta de poder.

El odio une lo que el fracaso separa. Es el pegamento emocional de una izquierda sin proyecto moral ni horizonte político. Lo vimos durante el zapaterismo, cuando se abrió la fractura social con leyes ideológicas y revisionismo histórico. Hoy, con Sánchez, ese odio se ha amplificado e institucionalizado.

El discurso de odio se ha normalizado en la política española. Los líderes izquierdistas usan una retórica agresiva que divide, polariza, señala y demoniza al adversario. Su estrategia es clara: hacer que el votante odie tanto al enemigo que olvide los engaños, los casos de corrupción y la ruina económica que deja su propio gobierno.

El odio como instrumento de manipulación política
La izquierda fanática ha conseguido algo perverso: desvincular el odio de la razón. Así, el fanático odia sin culpa y sin reflexión. Odiar se convierte en un acto político, casi moral. Quien no odia al “fascista”, al “ultraderechista” o al “reaccionario”, se convierte automáticamente en sospechoso.

Durante años, los partidos de izquierda intentaron criminalizar el discurso de odio, presentándose como guardianes de la moral pública. Sin embargo, ellos mismos lo practican con impunidad. Lo vemos en los medios afines, en la calle y en las redes: quien defiende la familia natural, la vida o la unidad de España es señalado, ridiculizado y censurado.

El objetivo es claro: crear una sociedad polarizada donde la izquierda defina lo que es “bueno” y condene todo lo demás como “odio”. Esa manipulación emocional convierte al ciudadano en un súbdito ideológico.

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La ironía del progresismo: del victimismo al odio institucional
La izquierda fanática ha pasado de fingir tolerancia a promover una nueva forma de censura emocional. En su universo, la libertad de expresión solo vale si coincide con su dogma. Cualquier opinión contraria a la ideología de género, la Agenda 2030 o el feminismo radical se considera peligrosa, censurable y, por tanto, perseguida.

La ironía es aplastante. Los mismos que exigían “tolerancia y diversidad” son los que ahora censuran, insultan y cancelan a quien piense distinto. En su mentalidad sectaria, la razón es reaccionaria y la verdad, una amenaza.

El socialismo español ha perfeccionado esta técnica de manipulación emocional. Zapatero la introdujo con su discurso del “cordón sanitario”. Sánchez la ha elevado a sistema de gobierno: controla los medios, criminaliza a la oposición y convierte cualquier crítica en “odio”.

De esta forma, el odio se institucionaliza. La izquierda no necesita ya ganar argumentos; le basta con descalificar moralmente a su oponente. Así, el adversario político deja de ser un ciudadano libre y se convierte en un enemigo de la democracia.

La UNESCO y la globalización del pensamiento único
El concepto de “discurso de odio” se ha extendido gracias a organismos internacionales globalistas como la UNESCO, que define el término de forma tan amplia que puede incluir desde críticas políticas hasta la negación de narrativas oficiales.

Según la propia UNESCO, el “discurso de odio” abarca cualquier expresión considerada “discriminatoria o peyorativa” hacia una persona o grupo por su identidad, religión, raza, nacionalidad o género. Sin embargo, en la práctica, esta definición sirve para censurar opiniones legítimas.

Los países firmantes están “obligados a prohibir” discursos relacionados con “teorías de la conspiración, desinformación o distorsión histórica”. Bajo esa premisa, cualquier disidente puede ser silenciado. Cuestionar la ideología de género o el relato del cambio climático puede bastar para ser etiquetado como “odiador”.

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La izquierda española ha adoptado esa lógica globalista con entusiasmo. La Agenda 2030, el control de medios y la censura en redes sociales forman parte de un mismo engranaje: eliminar el pensamiento libre.

El placer del odio: cuando el enemigo da sentido a la izquierda
La izquierda fanática necesita enemigos. Sin ellos, no sabría justificar su fracaso político ni su vacío moral. Por eso ha convertido el odio en un proyecto de identidad colectiva.

Durante años, los dirigentes socialistas han enseñado a su base a odiar al que piensa distinto. Han llamado “nazis”, “machistas”, «ultras», «fascistas» o “retrógrados” a quienes defienden ciertos valores. En los mítines y medios afines se fomenta el desprecio hacia la mitad del país que no comulga con su visión ideológica y sectaria.

Ese fanatismo se disfraza de justicia social. Pero en realidad, es una forma moderna de totalitarismo emocional. El odio sirve para anestesiar la conciencia del votante y convertirlo en seguidor ciego. La izquierda no gobierna con ideas; gobierna con emociones desatadas.

El resultado es una España dividida y agotada, donde la convivencia se rompe y el respeto desaparece. Mientras tanto, el poder socialista se consolida entre el miedo, la censura y la mentira.

El odio no construye, solo destruye
La izquierda fanática ha reencontrado la paz a través del odio. Su estrategia política se basa en reabrir heridas, enfrentar a los españoles y criminalizar la verdad. El odio no construye. Solo destruye. Por eso, la verdadera resistencia consiste en defender la verdad, la decencia y el amor a España frente a la demagogia de quienes usan la rabia como bandera política.

La historia enseña que todo régimen basado en el odio acaba devorado por él mismo. España resistirá, como siempre lo ha hecho, con la fuerza de la razón y la convicción de su pueblo libre.

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