La reversión

Con el enigmático término de reversión me refiero al arduo trabajo, esfuerzo y tarea política a desarrollar para restituir a su estado primigenio (anterior a 2018) nuestro sistema jurídico-político (la democracia liberal), nuestra forma de gobierno (la Monarquía parlamentaria) y nuestro Ordenamiento constitucional (el de un Estado democrático de derecho) de los daños inferidos durante las Legislaturas comandadas por el señor presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

En efecto, para ocupar la sede del Gobierno de España y durar en ella cuanto su ‘ego’ demanda, que es mucho, el tal Sánchez ha empeñado, frívolamente, el futuro del patrimonio político de los españoles. Para permanecer encabezando el Consejo de Ministros –se trata de eso– ha hipotecado el sujeto político llamado España, gravando el caudal de potencialidades del Estado con el botín que sus reprobables socios y aliados le consiguen con presiones y bravatas.

La presencia en La Moncloa de individuo tan pródigo como Sánchez puede considerarse una rara avis en la historia contemporánea de nuestra nación desde los tiempos de Fernando VII, almoneda que los enemigos de España aprovechan.

Sánchez es prisionero de una singular personalidad y de una perversa ecuación política. Por lo que se refiere a ésta, nunca ha alcanzado el número de votos necesario para aplicar autónomamente un programa de gobierno propio. No votándole el pueblo lo suficiente para ello, en su lugar decide comprar los votos de otras formaciones políticas para, sumando lo peor del ruedo celtibérico, conseguir los 176 diputados requeridos para la investidura.

Pedro Sánchez dirige su impulso político implementando una sórdida y opaca operación de desmantelamiento de la democracia liberal y de transformación del Estado de las Autonomías territoriales en una Confederación. Algunos venimos denunciando hace tiempo tales designios del actual PSOE, iniciados por Rodríguez Zapatero, su áulico mentor. Por ello hemos sido anatematizados, calificados de fascistas, epíteto que condena a las tinieblas políticas en contraste con el creyente en el cuento del ‘paraíso progresista’.

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Las legislaturas sanchistas duran ya demasiado. Siete años de inconcebibles piruetas y deshonestos escándalos –sin principios– que erosionan sin descanso la democracia española, moldeable como plastilina en manos de políticos inmorales, corruptos. Pedro sólo tiene el único norte de resistir en el sillón presidencial al precio que le pidan. Y lo paga. Sin el menor reparo, va desmantelando –y deja desmantelar– la arquitectura del Estado democrático de derecho.

Sánchez, cabeza del Poder Ejecutivo, ha invadido y mediatizado competencias de numerosas instituciones del Estado, públicas o privadas. Ha reducido el papel del Parlamento, institución esencial en democracia, llegando al extremo de clausurarlo alegando motivaciones sanitarias, cuando ninguna Ley autoriza a la suspensión de su actividad ni siquiera en tiempo de guerra. Ha colonizado cuantos órganos de contrapoder le han convenido:

Fiscalía, Abogacía, Tribunal de Cuentas, Consejo de Estado, Banco de España… Y lo más grave: ha conquistado el TC, y su presidencia, ahora proclive a sus proyectos. Puede afirmarse que el árbitro constitucional bendice hoy sus propósitos políticos.

Dirige inconcebibles ataques a los jueces, en particular a los que tienen encausados a sus familiares y conmilitones. Su ineptitud para atender el interés general en materia de vivienda ha provocado «de facto» la confiscación –sin indemnización– del derecho de propiedad urbana. En cambio, su desgobierno dedica cuantiosos fondos públicos a sostener 'chiringuitos' ideológicos.

La cohesión e integridad territorial del Estado de las Autonomías, la solidaridad interterritorial y la estricta distribución legal de las competencias entre el Estado y las comunidades autónomas (esencial en nuestro modelo de Estado) se han esfumado por mor de los desgobiernos de Sánchez, al dictado de sus particulares componendas de gobernabilidad.

El profundo y amplio deterioro que la acción gubernamental sanchista, impredecible y nociva, está operando contra el Ordenamiento jurídico democrático y sus instituciones, obligará mañana –a quien constituya alternativa– a emprender una gigantesca tarea de reconstrucción, de reversión al estado original, pues una larga onda destructiva ha sacudido los cimientos del Estado democrático de derecho, descabalándolo.

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Nuestro Ordenamiento constitucional y sus instituciones democráticas -surgidas del histórico y ejemplar pacto político que, por fortuna, se alcanzó en 1978- han sido manipulados, manoseados, corrompidos por los desgobiernos sanchistas.

No conservan el mismo estado ni condición de cuando Sánchez descabalgó de la jefatura del Gobierno –mediante una moción de censura imprudente y aventurera, no constructiva– al presidente Rajoy con el concurso de partidos políticos disolventes.

El daño inferido a la ‘res publica’ española por la acción u omisión sanchista (ayudado de sus desaconsejables compinches) exige una reparación, una reconstrucción, una reversión a los parámetros del Estado de derecho fundacional. Urge recuperar la filosofía de su gran arquitecto, Hans Kelsen. Necesitamos recuperar el modelo maltrecho por Sánchez y alejarnos del patrón iliberal, autocrático, nada aconsejable en términos políticos.

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