
Los que votan al PSOE justifican su voto con frases como “nos han subido la pensión 20 euros”, “al menos no gobierna la derecha” o «es que son los nuestros». Los del PP dicen “al menos no es Sánchez” o «el PP es menos corrupto que el PSOE»
La paradoja no puede ser más evidente: Pedro Sánchez llegó al poder denunciando la corrupción, el control mediático y el uso partidista de las instituciones. Hoy, ha hecho de esas prácticas el eje de su supervivencia. Y si el Sánchez de 2018 viera al Sánchez de 2025, no dudaría en presentar una moción de censura contra sí mismo.
Noticias31 de mayo de 2025 Salvador GimenezEl 31 de mayo de 2018, Pedro Sánchez protagonizó uno de los episodios más decisivos de la historia política reciente de España: consiguió, sin ser diputado y al frente del PSOE, hacerse con la presidencia del Gobierno gracias a una moción de censura que tumbó al Ejecutivo de Mariano Rajoy.
Aquella jornada, que hoy cumple siete años, fue vendida como un acto de dignidad institucional y regeneración democrática. Sin embargo, con la perspectiva que da el tiempo, se ha convertido en el símbolo fundacional de lo que muchos ya califican como un proyecto político basado en la contradicción, el oportunismo y la mentira.
El discurso de 2018: moralina y promesas
Pedro Sánchez subió entonces a la tribuna del Congreso con una pose de estadista. Justificó la moción en la necesidad de restaurar la ética pública tras la sentencia del caso Gürtel, y acusó a Mariano Rajoy de “ponerse de perfil” ante la corrupción. "La sentencia de la Audiencia Nacional [...] no admitiría –como he dicho antes– más salida que la dimisión inmediata del Presidente del Gobierno en cualquier democracia equiparable a la nuestra", afirmó con contundencia.
Además, pidió ejemplaridad:
"¿Va a dimitir, señor Rajoy, o va a continuar aferrado al cargo debilitando la democracia y devaluando la calidad institucional de la presidencia del Gobierno?"
Un Sánchez envalentonado presentó al PSOE como el salvador de la institucionalidad. “Esta moción de censura es la respuesta constitucional a una emergencia institucional”, dijo, apelando a la ciudadanía “independientemente de cómo piense o cómo vote”. Era el discurso del regenerador. Del hombre que llegaba para dignificar la democracia. Del que aseguraba “creer en el valor de la palabra”. Nada más lejos de lo que vendría después.
De defensor de las instituciones... a su colonizador
Sánchez no tardó en traicionar aquellas nobles palabras. La misma RTVE que prometió liberar de la manipulación partidista ha sido objeto de un colonialismo informativo sin precedentes. El propio presidente había afirmado:
“La manipulación, señor Rajoy, también es corrupción, y en un medio público representa una amenaza que nuestra democracia no puede tolerar.”
Sin embargo, su Gobierno modificó la legislación para controlar la cúpula de RTVE, y ha llenado los informativos de perfiles afines. El ente público hoy es acusado por amplios sectores —incluso por profesionales dentro de la casa— de actuar como altavoz del Gobierno más que como medio de servicio público.
Las cloacas, ayer ensalzadas, hoy atacadas
Durante aquel discurso de 2018, Sánchez se refirió con admiración a los servidores públicos encargados de investigar la corrupción, incluyendo a la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil:
“Un pequeño gran ejército de hombres y mujeres honestos que no se dejan intimidar [...] que consagran su labor al servicio público desde la Judicatura, desde el Ministerio Fiscal o también desde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.”
Pero hoy, ese mismo cuerpo se ha convertido en objetivo de una presunta operación de fontanería política promovida desde sectores del PSOE. Las denuncias recientes apuntan a intentos de desestabilizar a la UCO, precisamente por su papel en causas judiciales que afectan al entorno del Gobierno. Así, quienes en 2018 eran héroes del Estado de derecho, en 2025 son un estorbo a desactivar.
El “valor de la palabra” en tiempo de promesas rotas
Pedro Sánchez llegó a la Moncloa bajo la bandera de la “ejemplaridad”. Y aseguró que creía “en el valor de la palabra”. No obstante, su historial posterior muestra una sucesión de giros de opinión y promesas rotas:
Dijo que nunca pactaría con Bildu: hoy esos votos son fundamentales para su estabilidad parlamentaria.
Afirmó que no indultaría a los condenados por el procés: luego lo hizo, y más tarde fue más allá con la ley de amnistía.
Prometió no gobernar con Podemos: lo acabó haciendo, y además creó un Gobierno de coalición que él mismo había considerado “inviable”.
Dijo que la reforma del CGPJ debía ser consensuada con el PP: su propuesta terminó siendo una reforma unilateral.
Todo ello se resume en su propia autodefinición involuntaria como alguien que “cambia de opinión”, un eufemismo que ya no sirve para justificar las innumerables contradicciones.
Frankenstein como método de gobierno
Aquel Ejecutivo de apoyos dispares —que sus adversarios bautizaron como “Gobierno Frankenstein”— no fue un accidente puntual, sino el modelo base del sanchismo: apoyos oportunistas, alianzas contradictorias, cesiones a nacionalistas e independentistas, y una actitud constante de confrontación con el adversario político, al que se deslegitima como si fuera enemigo.
Sánchez no ha gobernado para todos, como prometió, sino para mantener la suma que lo sostiene. Su supervivencia política se ha basado más en la negociación bajo la mesa que en la coherencia de un proyecto nacional.
Siete años después: de salvador a símbolo de desgaste
En este séptimo aniversario de la moción de censura que lo catapultó a la Moncloa, Pedro Sánchez no puede celebrar lo que prometió: ni la regeneración, ni la ejemplaridad, ni la institucionalidad. Lo que sí ha conseguido es cimentar su figura como el presidente más contradictorio de la democracia española.
Aquel joven político que hablaba de ética institucional se ha convertido en un líder que enfrenta acusaciones de control mediático, presiones institucionales, y una preocupante normalización del tacticismo político como única guía.
La paradoja no puede ser más evidente: Pedro Sánchez llegó al poder denunciando la corrupción, el control mediático y el uso partidista de las instituciones. Hoy, ha hecho de esas prácticas el eje de su supervivencia. Su discurso de 2018 no es hoy más que una pieza irónica en la hemeroteca, el espejo roto de un político que ya no se reconoce en sus propias palabras.
El 31 de mayo de 2018, Pedro Sánchez se alzó con la presidencia del Gobierno tras una moción de censura contra Mariano Rajoy, a quien acusó de inacción ante la corrupción del PP. Lo hizo apelando a la ética, la justicia, el respeto institucional y la necesidad de ejemplaridad política. Siete años después, el Pedro Sánchez que hoy ocupa la Moncloa se ha convertido en el vivo retrato de aquello que entonces prometió erradicar.
Con una acumulación creciente de escándalos de corrupción que afectan al PSOE, un control férreo de los medios públicos, ataques al poder judicial y pactos con fuerzas antisistema, Pedro Sánchez ha consolidado un régimen político que recuerda, por método y forma, al chavismo venezolano. Y si el Sánchez de 2018 viera al Sánchez de 2025, no dudaría en presentar una moción de censura contra sí mismo.
El discurso que se volvió contra su autor
Aquel 31 de mayo, Sánchez denunció:
“La sentencia de la Audiencia Nacional [...] no admitiría más salida que la dimisión inmediata del Presidente del Gobierno en cualquier democracia equiparable a la nuestra.”
Y lanzó una pregunta que hoy le iría como un guante:
“¿Va a dimitir, señor Rajoy, o va a continuar aferrado al cargo debilitando la democracia y devaluando la calidad institucional?”
Desde entonces, el deterioro institucional en España no ha disminuido; se ha agravado. Y Sánchez ha sido el principal arquitecto de ese desgaste, escudado en una mayoría parlamentaria construida a base de cesiones constantes a nacionalistas, independentistas y partidos radicales.
La corrupción del PSOE desde 2018: el escándalo permanente
Sánchez llegó al poder acusando al PP de corrupción. Sin embargo, desde que gobierna, el PSOE ha acumulado una larga lista de escándalos que involucran a sus altos cargos, gobiernos autonómicos y estructuras de partido. Aquí algunos de los más destacados:
🔴 Caso Tito Berni (Caso Mediador)
Implicado: Juan Bernardo Fuentes Curbelo, exdiputado del PSOE.
Trama de sobornos, fiestas con drogas y prostitución a cambio de favores empresariales.
La corrupción alcanzaba al Congreso, donde se organizaban encuentros con empresarios en el marco de la red.
🔴 Caso Koldo
Implicado: Koldo García, asesor y hombre de confianza del exministro socialista José Luis Ábalos.
Se investiga el cobro de comisiones ilegales en la compra de mascarillas durante la pandemia.
La trama apunta a contratos por valor de decenas de millones con sobrecostes.
🔴 Caso ERE (sentencia firme en 2019)
Aunque anterior a Sánchez, la sentencia histórica llegó en 2019, ya con él en el poder.
Condenó a los expresidentes socialistas de Andalucía Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
Se trata del mayor caso de corrupción de la democracia española, con más de 680 millones de euros defraudados.
🔴 Fraude de cursos de formación
Diversas piezas separadas en Andalucía.
Desvío de fondos públicos destinados a desempleados hacia entidades vinculadas al PSOE o afines.
🔴 Compra de votos en Melilla y Mojácar (2023)
Implicación directa de militantes y cargos locales del PSOE en tramas de compra de votos por correo durante elecciones municipales
.Caso subvenciones fraudulentas a UGT
Investigación por desvío masivo de subvenciones públicas concedidas a sindicatos afines, como UGT Andalucía.
Estos casos muestran que el PSOE bajo Pedro Sánchez no ha sido un ejemplo de regeneración democrática, sino un actor reincidente en la corrupción, con redes que alcanzan desde altos despachos ministeriales hasta gobiernos autonómicos y ayuntamientos.
RTVE, la judicatura y la UCO: de héroes a enemigos del régimen
Sánchez dijo en 2018 que “la manipulación también es corrupción”. Hoy, RTVE está bajo control directo del Gobierno, tras reformas legales diseñadas para colocar a sus afines.
También elogió la labor de jueces y fuerzas de seguridad:
“Un pequeño gran ejército de hombres y mujeres honestos que consagran su labor al servicio público [...].”
En cambio, su Gobierno ha intentado desestabilizar a la UCO, que investiga casos que afectan al Ejecutivo. Jueces y fiscales que no se alinean con la narrativa oficial son señalados como “lawfare”, y se promueve la idea de una “justicia politizada”... siempre que no resuelva a favor del PSOE.
El Pedro Sánchez de 2018 censuraría al de 2025
El contraste entre ambos perfiles no puede ser más flagrante. El Pedro Sánchez de 2018 habría condenado sin duda al Pedro Sánchez de 2025 por lo siguiente:
Pactar con Bildu y los independentistas que en 2018 acusaba de “fracturar el país”.
Indultar a los condenados por el procés y tramitar una ley de amnistía a su medida.
Controlar los medios públicos y reformar el Código Penal para beneficiar a sus socios.
Perseguir judicialmente a la oposición con leyes como la del “solo sí es sí”, que fue corregida por presión social.
Utilizar decretos-ley como vía habitual para gobernar, saltándose el Parlamento.
Sánchez y el modelo chavista: paralelismos inquietantes
Pedro Sánchez ha sido acusado en múltiples foros internacionales de reproducir el modelo institucional de Hugo Chávez en Venezuela, aunque con una apariencia democrática más refinada. Las similitudes son evidentes:
Elemento Chávez- Sánchez
Captura del poder judicial- Reformó el TSJ
Bloqueo CGPJ y presión sobre jueces- Control mediático
Nacionalización y censura- Colonización de RTVE y medios afines
Dependencia de pactos clientelares- Compró apoyos políticos con subsidios
Pactos con partidos nacionalistas e indultos- Confrontación con opositores
Criminalizó la disidencia- Acusa a la oposición de golpismo, lawfare
Concentración de poder- Reformas constitucionales a medida
Uso sistemático del decreto-ley
España no es Venezuela, pero el sanchismo ha importado con éxito la lógica populista de control total, fragmentación del adversario, y destrucción del equilibrio institucional.
El engaño de la regeneración
La llegada de Pedro Sánchez al poder fue vendida como una cruzada contra la corrupción y en defensa de la ética pública. Siete años después, su legado está manchado por una política de supervivencia sin principios, basada en la mentira sistemática, la manipulación institucional y la traición a todas sus promesas.
El Pedro Sánchez de 2018 fue un gran orador. El Pedro Sánchez de 2025 es el político que ha hecho lo contrario de todo lo que dijo entonces. No hay mejor definición de impostura democrática. Y, paradójicamente, no hay mejor candidato para una moción de censura que el propio Sánchez que la promovió hace siete años.
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