Una política migratoria suicida: el coste del buenismo de Sánchez desangra las arcas publicas
Las comunidades autónomas, muchas ya al límite, se ven obligadas a asumir la acogida sin medios, mientras los barrios obreros sufren el impacto directo del descontrol: inseguridad, saturación de servicios, tensión vecinal y pérdida de calidad de vida
El debate sobre los MENAs (menores extranjeros no acompañados) y la inmigración irregular ha dejado de ser una cuestión humanitaria para convertirse en uno de los fracasos más evidentes del Gobierno de Pedro Sánchez.
Años de improvisación, propaganda y buenismo ideológico han desembocado en una situación insostenible, donde España paga el precio de unas políticas migratorias completamente alejadas de la realidad social, cultural y económica del país.
Sánchez: ideología por encima del interés nacional
El Ejecutivo ha convertido la inmigración ilegal en una bandera ideológica, ignorando sus consecuencias sociales y de convivencia.
Bajo la excusa del humanitarismo, se ha fomentado un sistema sin control, sin evaluación, sin filtros ni exigencias. Y lo más grave: se ha cedido el control del debate a la corrección política, dejando sin respuesta las preocupaciones legítimas de millones de ciudadanos.
Las comunidades autónomas, muchas ya al límite, se ven obligadas a asumir la acogida sin medios, mientras los barrios obreros sufren el impacto directo del descontrol: inseguridad, saturación de servicios, tensión vecinal y pérdida de calidad de vida.
España no puede más: ni económica ni culturalmente
España no está en condiciones —ni económicas ni sociales— de absorber migración sin control. Pero además del colapso de recursos, hay un factor que el Gobierno ignora deliberadamente: el choque cultural.
La integración real no se logra con subvenciones ni discursos vacíos. Y lo cierto es que una parte importante de los recién llegados, especialmente de países musulmanes, no se integran porque no quieren integrarse. Porque sus valores, costumbres y normas entran en conflicto directo con los principios fundamentales de nuestra sociedad, empezando por la igualdad entre hombres y mujeres.
El trato a la mujer en ciertos colectivos es abiertamente machista, incluso hostil, y eso genera un profundo rechazo en la ciudadanía. No se trata de racismo, sino de defender los derechos que tanto costó conquistar: libertad, respeto, igualdad y convivencia. Y nadie debería vivir en España mientras desprecia o desafía sus principios democráticos.
Europa reacciona, España se entrega
Frente a esta realidad, la mayoría de países europeos han comenzado a cerrar filas. Dinamarca, Francia, Países Bajos, Austria y Alemania han endurecido sus leyes de inmigración, han restringido nacionalizaciones y retiran la ciudadanía a inmigrantes que delinquen o no se integran. Europa reacciona, protege su modelo social y exige respeto a sus normas.
¿Y España? España se convierte en refugio de impunidad, en territorio sin exigencias, donde delinquir no tiene consecuencias y donde se subvenciona a quienes rechazan integrarse.
El precio: inseguridad, polarización y desconfianza
Los efectos son visibles: aumento de la criminalidad juvenil en algunas zonas, actitudes agresivas hacia mujeres en espacios públicos, bandas organizadas, robos violentos. La ciudadanía lo ve, lo sufre, y no encuentra respuestas ni en el Estado ni en los medios.
Esa desconexión alimenta el malestar, el miedo y la desconfianza. Y mientras tanto, el Gobierno sigue señalando como “intolerantes” o “xenófobos” a quienes simplemente reclaman orden, seguridad y respeto por la cultura española.
España necesita realismo, no dogmas
El fracaso de Pedro Sánchez en política migratoria no es solo un error de gestión: es una amenaza real para la convivencia y la cohesión nacional. No hay futuro si se niega la realidad: España tiene límites, no solo presupuestarios, sino culturales, sociales y legales.
Integrarse no es una opción: es una obligación. Y quien no respete los valores del país que lo acoge, no debería permanecer en él.
Lo que necesitamos no es más tolerancia ciega, sino leyes firmes, fronteras seguras, exigencia real de integración y expulsión inmediata de quienes abusan del sistema.
Lo que Sánchez ha hecho no es gobernar: es rendirse.
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