¿Debe volver a España el Servicio Militar Obligatorio?
Las encuestas recientemente publicadas en algunos medios muestran que el apoyo a la «mili» ha crecido hasta casi un 40 %
Acaballo de un rearme que no debería ser polémico —después de todo, solo se trata de que nadie, ya sea desde el este, desde el oeste o desde el sur, nos pueda decir que, como le ocurre a la Ucrania de Zelenski, nosotros tampoco tenemos cartas que jugar para defender nuestros intereses— vuelve a España el debate sobre el regreso del Servicio Militar Obligatorio. Un debate que, para que pueda arrojar luz sobre todos los aspectos del problema, no debería pasar por alto cuál fue su controvertido final, en diciembre de 2001.
Aunque ha pasado un cuarto de siglo desde el último llamamiento, no cabe olvidar que, antes de que fuera suspendido por el Gobierno de José María Aznar, el Servicio Militar había sido rechazado masivamente por una juventud que, en proporción creciente, esquivaba el compromiso por la vía de la prórroga reiterada; la objeción, de conciencia o de conveniencia; y, en algunos casos, la insumisión sin tapujos.
¿Ha cambiado de opinión la sociedad española? Las encuestas recientemente publicadas en algunos medios —el CIS, muy ocupado en discernir si preferimos la tortilla de patatas con o sin cebolla, no ha mostrado interés por minucias como esta— muestran que el apoyo a la «mili» ha crecido hasta casi un 40 %. Una cifra estimable pero que, como cabría esperar —después de todo, somos humanos— es mayor entre quienes por su edad ya no tendrían que hacerla.
¿Qué mili queremos?
En una democracia es importante cuantificar el apoyo popular al Servicio Militar. Pero también lo es identificar las dificultades prácticas de su hipotética reimplantación. Dos décadas después de su abrupto final, hay tres problemas que siguen pendientes de resolver: la participación de la mujer; la necesidad de crear una prestación sustitutoria que tenga contenido real y no dé ventaja a los objetores; y, por último, el diseño de un marco jurídico claro que de verdad castigue la insumisión.
Con todo, no se debe empezar las casas por el tejado. Si de verdad queremos plantearnos la vuelta de la «mili» habría que empezar por clarificar cuál sería su propósito. ¿Qué es lo que esperan de ella los españoles que la defienden? ¿Qué es lo que temen los que la rechazan? Porque es muy probable que ni siquiera en eso estemos de acuerdo. ¿Entendemos el Servicio Militar Obligatorio como la materialización de una voluntad colectiva de defender España? ¿Cómo una forma de abaratar el coste de nuestra seguridad?
¿Cómo una herramienta para crear las reservas que puede necesitar un Ejército profesional para cubrir las bajas que se produzcan durante una guerra prolongada? ¿Cómo una escuela de valores para nuestra juventud?
Otros pueblos —luego veremos algunos de ellos— no tendrían dificultad alguna en identificar el papel que juega o debería jugar el reclutamiento forzoso en su sociedad. Los españoles, sin embargo, no lo tenemos tan claro; y, por desgracia, la «mili» añorada por unos y detestada por otros nunca fue un bálsamo de Fierabrás capaz de curar todas nuestras enfermedades. Ni las militares ni las sociales. Permita, pues, el lector que le presente algunas alternativas entre las que tendríamos que elegir qué Servicio Militar es el que querríamos recuperar.
Primera opción: la nación en armas
Israel es, en la actualidad, el país que mantiene un modelo de Servicio Militar más parecido al concepto de nación en armas, creado por la Francia revolucionaria a finales del siglo XVIII. Su modelo no puede considerarse universal —los árabes no están obligados a servir en las fuerzas armadas, el servicio femenino solo se impone a las mujeres judías y existen exenciones por razones religiosas—, pero sí se convoca a la mayor parte de la sociedad.
El tiempo en filas es de alrededor de tres años para los varones y de dos para las mujeres. Unos y otras pasan a la reserva al finalizar su compromiso y, si la nación los necesita, pueden ser llamados de nuevo hasta cumplir los 40 años.
Con ese dilatado tiempo de servicio, los estándares de adiestramiento de los reclutas y reservistas israelíes no difieren mucho de los que alcanzan los profesionales de cualquier país occidental. Igualmente importante, la motivación de la tropa, hoy desgastada por la larga guerra de Gaza, solía estar fuera de toda duda. Sin embargo, el coste social y económico de un servicio tan prolongado solo parece justificado para un pueblo que está y se siente rodeado de enemigos.
Segunda opción: un Ejército de bajo coste
Si el caso israelí es una excepción, son muchos los países del mundo que recurren al servicio militar para dotarse de un Ejército de grandes dimensiones a coste reducido. Ese era el caso de España antes de la profesionalización. ¿Es ese modelo el que queremos recuperar? Los militares españoles —no puedo hablar por todos, pero sí por todos los que conozco— creemos que no.
Es cierto que, todavía hoy, grandes potencias como China y Rusia tienen ejércitos mixtos, parecidos al nuestro de finales del siglo pasado. También lo hacen muchos aspirantes al codiciado estatus de potencia regional en algunas de las zonas más disputadas del planeta, como Irán, Argelia o Marruecos. Pero las limitaciones del modelo —nadie regala nada— se hacen evidentes cuando se enfrenta a un Ejército profesional. Baste recordar la guerra de Irak o, más reveladora por haberse librado con unos medios menos desequilibrados, la de las Malvinas.
Mientras la aviación argentina, profesional, les puso las cosas muy difíciles a los británicos, los reclutas desplegados en las islas, a pesar de su indiscutible motivación, fueron incapaces de hacer valer su sustancial superioridad numérica.
El caso de Rusia también es paradigmático. Antes de la invasión de Ucrania, Putin tenía un Ejército mixto, profesional y de reemplazo. Pero la directiva de no desplegar reclutas en el territorio de la «operación especial» —una lección que todos aprendimos de Vietnam, donde el rechazo a las bajas de los soldados obligados a ir a la guerra resultó ser el eslabón débil del esfuerzo bélico norteamericano— le obligó a reestructurar todas sus unidades inmediatamente antes de la invasión de Ucrania. No fue esta la única razón de su fracaso, pero la necesidad de empezar casi de cero el adiestramiento colectivo contribuye a explicar lo ocurrido durante los primeros meses de la guerra.
Tercera opción: un Ejército profesional con reservas para una guerra de alta intensidad
En muchos países del norte y del este de Europa, donde se ve más de cerca lo que ocurre en Ucrania y donde escasean las vocaciones que serían necesarias para crear y mantener un Ejército profesional de suficientes dimensiones, el Servicio Militar Obligatorio tiene otra función fundamental: la de crear las reservas que serían necesarias para hacer frente a una guerra de larga duración y —esto es importante entenderlo para evitar lo que ocurrió en Vietnam— de naturaleza defensiva.
El tiempo de servicio que haría falta para alcanzar este objetivo es, en principio, inferior al que necesitan los ciudadanos de Israel, Sin embargo, no debería bajar mucho de un año si de verdad se desea disponer de reservas que puedan ser alistadas en un plazo razonablemente breve.
La utilidad de esas reservas —particularmente cuando no se dispone de suficientes voluntarios para cubrir los huecos que se produzcan en las unidades profesionales— se puso de manifiesto cuando el Ejército ruso llamó a filas a 300.000 reservistas en septiembre de 2022. A pesar de que carecían del entrenamiento de refresco que en los ejércitos occidentales se considera imprescindible, estas tropas adicionales consiguieron estabilizar las precarias líneas rusas del primer año de la guerra y, en un tiempo relativamente corto, dar solidez al frente que resistió el contrataque ucraniano de 2023.
Cuarta opción: escuela de valores
Hemos visto algunas razones de naturaleza militar que podrían justificar la vuelta de la «mili». De todas ellas, la que más afecta a España es la escasez de reservas, que supone un auténtico agujero en el casco de nuestra preparación para la guerra. Sin embargo, este problema concreto quizá se podría resolver con un Servicio Militar Voluntario, relativamente corto y bien remunerado.
Con todo, cuando se plantea el regreso del Servicio Militar Obligatorio en nuestra nación —y lo mismo ocurre en Francia, Italia o Portugal— la mayoría de sus defensores no están pensando en la guerra o en la preparación militar que sería necesaria para combatir en ella, sino en el hipotético papel del Ejército como una escuela de valores para la juventud.
Por eso, lo que en España suelen proponer la mayoría de los partidarios de la «mili» es un corto tiempo de servicio —algunos meses, a lo sumo— en el que nuestros jóvenes verían reforzada su conciencia nacional, aumentarían su cultura de defensa y adquirirían por la vía del ejemplo algunos valores que —como es el caso de la disciplina, el espíritu de sacrificio o el respeto a los símbolos de la Patria— parecen cosa del pasado a una parte de nuestra sociedad.
Una receta equivocada
Vaya por delante que comparto la necesidad de reforzar la conciencia nacional de los españoles, víctima cada día de historiadores irresponsables que, con criterios extemporáneos y con el aplauso de nuestros enemigos, se complacen en hacernos pasar por los grandes villanos de la historia de la humanidad. Víctima también de políticos desaprensivos, que promueven la división de sus compatriotas en trincheras geográficas o ideológicas sin otro fin que el de crear nichos de poder que ellos mismos puedan explotar.
Comparto también, cómo no, la necesidad de incrementar nuestra cultura de defensa, que va mucho más allá del cariño a las Fuerzas Armadas o de la capacidad de reconocer la peculiar silueta del Eurofighter. Si queremos ejercer la soberanía que nos reconoce la Constitución, los españoles tenemos que familiarizarnos un poco más con un instrumento —el poder militar— que solo resulta útil a los pueblos que conocen su papel.
Comparto, por último, la añoranza que muchos ciudadanos de a pie sienten por valores universales como los que glosó Calderón de la Barca en los conocidos versos que terminan definiendo a la milicia como «una religión de hombres honrados».
Lo que no comparto es la receta para recuperarlos. Y eso que, por mi edad, he vivido una época en la que los militares españoles todavía contribuíamos a la alfabetización de algunos de nuestros conciudadanos. Pero una cosa es enseñar a leer a quienes no tuvieron la oportunidad de aprender en su niñez y otra bien distinta tratar de educar en unos pocos meses a jóvenes veinteañeros. La conciencia nacional y los valores que se relacionan con ella se adquieren desde la infancia, en casa y en la escuela. Y la cultura de defensa solo es verdadera cultura si está en la calle iluminando la vida ciudadana, y no refugiada en los cuarteles como se conservaron las obras de los clásicos en los monasterios
Pidiendo imposibles
Más allá del debate social, que siempre es sano, me parece a mí que pedir la vuelta de la «mili» es, hoy por hoy, un imposible. Y, puestos a pedir un imposible a nuestra clase política, creo que sería mejor que, en lugar de recuperar el Servicio Militar Obligatorio, quienes creemos en España —seguramente somos mayoría — exigiéramos a quien aspire a gobernarnos, con la fuerza de nuestros votos, que promueva un plan de estudios más respetuoso con nuestra nación. Ya sé, insisto, que parece imposible, pero el objetivo merecería la pena.
Como también merecería la pena exigir un debate público sobre los asuntos de la Defensa Nacional… justo como el que no se está produciendo sobre el rearme.
Con todo, no deberíamos echar la culpa solo a nuestro Gobierno. Puestos a pedir imposibles, también habría que exigir a la sociedad que entendiera que es en las casas y en los colegios donde se debe enseñar valores a nuestros niños cuando están en la mejor edad para asimilarlos. Porque no me parece de recibo que algunos de los que culpan a los profesores cuando se quejan de la mala conducta de sus hijos —algo que, por desgracia, ocurre con creciente frecuencia— defiendan luego la vuelta de la «mili» para que, en unos pocos meses lejos de casa, los militares se los devuelvan bien criados. Eso sí que sería pedir un imposible.
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Además, han afirmado que el artículo 16 de la ley 52/2007, conocida como ley de Memoria Histórica, «sólo impedía expresamente ese tipo de exaltaciones en un espacio de todo del territorio del Estado»