Aquel juez que atendía por Marlaska

Muchos recordamos a aquel apuesto juez de la Audiencia Nacional por su riguroso e incansable trabajo para aplicar la Ley contra el terrorismo, probablemente consciente – como todo buen jurista– del papel educativo de la ley justa. Fernando Grande Marlaska sufrió las amenazas de ETA: de hecho, era un objetivo del Comando Vizcaya, estando la banda terrorista en pleno auge por su capacidad de recursos económicos, la invariable protección del PNV y su presencia más o menos camuflada en todo el entramado social y empresarial del País Vasco.

 En aquellos tiempos, nuestro admirado juez bilbaíno abordaba a las claras el manido tema del terrorismo. «Para los que vivíamos en el País Vasco, el terrorismo formaba parte del paisaje desde que tenías uso de razón. Lo vivías (…) como algo aberrante, como una patología social, pero era un fenómeno que (…) les tocaba siempre a los demás: en este caso, policías, militares y guardias civiles.

Y esa actitud de la sociedad civil que miraba para otro lado cuando se estaba produciendo toda aquella infamia nos hacía a todos un poco cómplices de lo que ocurría», así reflexionaba en «Ni pena ni miedo», texto del tatuaje que lleva en su muñeca derecha, quizá en un intento de plasmar su entonces inamovible posición.

 Es sabido que con Rajoy, Marlaska transmitió a la cúpula del Ministerio de Justicia su interés por algún cargo de responsabilidad. En concreto, su nombre se barajó para Defensor del Pueblo en julio de 2017 y en noviembre para la Fiscalía General tras el inesperado fallecimiento de José Manuel Maza.

El juez que quiso ser Fiscal General del Estado con el PP acabó como Ministro de Interior con el PSOE de Sánchez tras declararse «progresista» años después de haber llegado al CGPJ con el apoyo del PP, siendo entonces presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional.

 Algunos aseguraban que nunca se quitaría la toga porque «la tiene tatuada». Sin embargo, desde aquel 7 de junio de 2018, en el que prometió su cargo como Ministro de Interior, algo cambió radicalmente. Con palabras de Joaquín Abati y Díaz en su ingeniosa obra «El Conde Sisebuto»:

«Es difícil describir la oscuridad (…). Era una noche de invierno, noche cruda y tenebrosa, noche sombría, espantosa, noche atroz, noche de infierno», el juez se convertía en un político sectario, mentiroso, con reflejos de «déspota», hábil para la trampa y desprovisto de referencias éticas. Hasta su expresión corporal –ese delatador lenguaje del cuerpo– ponía de manifiesto algo siniestro, amenazador, lúgubre e incluso perverso.

 Se fueron sucediendo lamentables episodios de los que el Diario de Sesiones del Congreso dará buena cuenta, por los que a sus admiradores de antaño se «nos caían los palos del sombrajo». Recuerdo una conversación con amigos del Foro Ermua en Vitoria, allá por 2012, en la que comentábamos «apenados» la merecida inhabilitación del juez Baltasar Garzón, cuando alguien levantó la copa y, parafraseando a Humphrey Bogart dirigiéndose a Ingrid Bergman en la célebre película «Casablanca», dijo con cierta solemnidad, no carente de gracejo: «Arriba los corazones: ¡Siempre nos quedará … Marlaska!».

 En su trayectoria como Ministro destaca su manifiesta animadversión hacia la Guardia Civil, aunque varias iniciativas, afortunadamente, no prosperaron como la defenestración del honorable coronel Pérez de los Cobos en mayo de 2020; o la petición por escrito en julio de 2019 a los directores generales de la Guardia Civil y de la Policía Nacional para que una veintena de agentes de ambos Cuerpos desfilasen uniformados el día del orgullo gay en Madrid; o la salida de la Guardia Civil del Tráfico de Navarra.

 Probablemente lo más grave de su gestión –por acción y/u omisión– está en el control de las fronteras con el resultado de una desmedida inmigración ilegal y en la ausencia de persecución del narcotráfico. Aunque en «esta proliferación de ministerios a lo Sánchez» –las competencias se duplican quizá para diluir responsabilidades– también el Ministerio de Inclusión y Migraciones tiene competencias, así como el de Justicia para regalar nacionalidades a cambio de votos.

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 Marlaska desmanteló, incomprensiblemente y sin previo aviso, la unidad de élite de la Guardia Civil, OCON-SUR, a pesar de su probada eficacia: en cuatro años, detuvieron a más de 10.000 narcotraficantes e incautaron más de un millón de kilos de droga. Así, dejó «sin capa y sin manteo» a los agentes que luchan en absoluta desigualdad de condiciones contra las narco-lanchas, que «campan a sus anchas» por el litoral andaluz y levantino.

El espacio apremia, pero no puedo omitir esta pregunta a mi admirado juez de antaño: ¿cuál es el origen de los 4 millones de euros transferidos a una cuenta de un paraíso fiscal de su íntimo amigo? 

 Aquel chaval que vivió la Transición con un ejemplar entusiasmo. Aquel mismo que en noviembre de 2001 cargó –con su toga de presidente de la Sección Sexta de la Audiencia de Vizcaya– el féretro del juez Lidón, asesinado a tiros por ETA. Aquel aguerrido juez antes recordado,… ahora chapotea en los barrizales que Sánchez propicia a diestro y siniestro, hasta corromperlo todo.
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