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Sin embargo, esta idealización olvida conscientemente que el PSOE de González también fue el del terrorismo de Estado con los GAL, el de escándalos de corrupción gravísimos como Filesa o el caso Roldán, y el de políticas económicas que en muchos aspectos traicionaron al electorado de izquierdas
Noticias26 de abril de 2025La política española no deja de producir escenas que, en otro contexto, serían difíciles de imaginar. Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, sorprendió en su reciente aparición en el programa Mi casa es la tuya (Telecinco) confesando que en 1982 votó a Felipe González, entonces líder del PSOE.
No solo lo admitió sin tapujos, sino que además aseguró que “lo volvería a hacer”, afirmando que González era “el mejor político” en ese momento y que era “vital” que la izquierda gobernara para consolidar la democracia.
Para algunos, esta confesión podría verse como un acto de honestidad política y madurez democrática. Para otros, sin embargo, no es más que otra pieza más en la calculada estrategia de Feijóo: proyectar una imagen de moderado, alejado de los extremos, y atraer a ese votante centrista desencantado con el rumbo actual de España.
Pero tras esa imagen de aparente sinceridad se esconde una operación política mucho más fría y, sobre todo, más contradictoria de lo que podría parecer a simple vista.
El PSOE que interesa recordar
Feijóo no está reivindicando cualquier PSOE, sino el PSOE que le resulta funcional para su narrativa actual: el PSOE de Felipe González, ese que todavía goza de cierto respeto transversal, incluso entre votantes de derecha moderada. El PSOE de la Transición, el de la modernización, el de la adhesión a Europa, el de la consolidación democrática.
Sin embargo, esta idealización olvida conscientemente que el PSOE de González también fue el del terrorismo de Estado con los GAL, el de escándalos de corrupción gravísimos como Filesa o el caso Roldán, y el de políticas económicas que en muchos aspectos traicionaron al electorado de izquierdas.
Un partido que, como cualquier otro, tuvo luces y sombras, pero que ahora Feijóo blanquea para construir un enemigo cómodo: un PSOE “bueno” en el pasado frente al “monstruo mutado” del presente.
Al dibujar esta caricatura, Feijóo no solo lanza una crítica indirecta a Pedro Sánchez, sino que también intenta apropiarse de la idea de sentido de Estado, sugiriendo que hoy solo su Partido Popular —y no la izquierda actual— representa esa tradición democrática responsable.
Pactos en Bruselas y en Madrid: enemigos de día, socios de noche
Pero el problema para Feijóo no es solo de relato histórico. Es también de coherencia presente.
Porque lo que omite en su discurso es que el PP y el PSOE mantienen una relación mucho más cordial de lo que aparentan, especialmente en los espacios donde el foco mediático es menor o la presión electoral es más débil.
En Bruselas, el Partido Popular Europeo (PPE), al que pertenece el PP de Feijóo, gobierna de la mano del Partido Socialista Europeo. Comparten alianzas, aprueban medidas conjuntas y sostienen las principales instituciones comunitarias con pactos continuos. Allí no hay discursos de ruptura democrática ni acusaciones de ilegítimos: hay acuerdos pragmáticos, silenciosos y sistemáticos.
Y en España, pese a la retórica incendiaria, también se pactan cuestiones fundamentales. En los últimos tiempos, populares y socialistas han cerrado acuerdos sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el control de RTVE, nombramientos clave en órganos institucionales, y han compartido posiciones sobre fondos europeos y otros asuntos de Estado.
Incluso algunas de las grandes decisiones económicas impulsadas por Pedro Sánchez —y vendidas por Feijóo como nefastas en público— han contado, de una manera u otra, con el apoyo explícito o implícito del PP.
La política real se mueve en los despachos y en los pasillos, no solo en los platós de televisión. Y en esos pasillos, PP y PSOE siguen colaborando mucho más de lo que sus respectivas bases querrían admitir.
¿Cómo digerirán los votantes del PP estas confesiones?
Aquí es donde la estrategia de Feijóo entra en terreno resbaladizo. Porque una cosa es modular el discurso para atraer al votante de centro, y otra muy distinta es pedir a una base electoral tradicionalmente hostil al socialismo que acepte, con naturalidad, que su líder simpatizaba (y simpatiza) con el PSOE.
¿Aceptarían sin problema los votantes del PP saber que su partido pacta en Europa con los socialistas a diario? ¿Asumirán con normalidad que, mientras Feijóo critica a Pedro Sánchez en el Congreso, su partido negocia con el PSOE el control de las principales instituciones del Estado?
El votante medio del PP ha sido educado en la oposición total al socialismo, en la idea de que la izquierda pone en riesgo la unidad de España, la estabilidad económica y la seguridad jurídica.
¿Cómo se encaja, entonces, que su propio líder haya votado a un presidente socialista, pacte con el PSOE de hoy y defienda acuerdos que —según su propio discurso público— serían "inaceptables"?
La contradicción no es menor. Y podría hacerse aún más evidente si Feijóo llegara a La Moncloa.
¿Feijóo pactaría antes con el PSOE que con Vox?
La pregunta no es retórica: todo apunta a que si Feijóo gobierna, buscará acuerdos antes con el PSOE que con Vox.
El actual líder popular ha dejado claro en repetidas ocasiones su incomodidad con la formación de Santiago Abascal. Prefiere tender puentes hacia el "sanchismo corregido" antes que construir una alianza estable con una derecha más dura que incomoda a sus propios votantes centristas y, sobre todo, a los burócratas europeos con los que mantiene su buena sintonía.
Paradójicamente, Feijóo estaría dispuesto a pactar con el mismo PSOE que ha sometido al PP a uno de los peores tratos políticos de la democracia reciente.
El mismo Pedro Sánchez que ha acusado al Partido Popular de “antidemocrático”, de “poner en riesgo la convivencia”, de ser “una amenaza para el Estado de derecho”.
El mismo Gobierno que ha utilizado toda su maquinaria mediática e institucional para desprestigiar sistemáticamente a sus rivales conservadores.
Humillaciones, vetos, insultos, aislamiento institucional.
Aun así, Feijóo parece preparado para extender la mano a quienes no han tenido reparos en tratar al PP como un adversario ilegítimo más que como un competidor político legítimo.
¿Será capaz su electorado de digerir también esto?
Nostalgia como coartada política
Finalmente, la invocación permanente a la nostalgia de los ochenta revela otra debilidad de fondo: la falta de un proyecto verdaderamente nuevo.
Feijóo no ofrece una visión de futuro ilusionante. Se limita a reivindicar un pasado que, aunque simbólicamente potente, no responde a los desafíos actuales de una España muy diferente a la de hace cuarenta años.
La política de Feijóo parece anclada en la añoranza: de los grandes consensos, de la "España que funcionaba", de una época donde la política todavía conservaba una pátina de nobleza.
Pero el país ha cambiado: los problemas de hoy —desigualdad, crisis territorial, transformación tecnológica, polarización global— exigen respuestas nuevas, no mitologías del pasado.
Apostar todo a la nostalgia puede ser rentable a corto plazo. A largo plazo, puede acabar siendo una losa.
La confesión de Feijóo no es inocente ni irrelevante. Revela mucho sobre su estrategia, sobre sus límites y sobre las tensiones internas que enfrenta.
Reivindicar al PSOE de González mientras pacta silenciosamente con el PSOE de Sánchez no es más que la manifestación de una vieja práctica política: decir una cosa al electorado mientras se hace otra en los despachos.
La gran incógnita es si los votantes del Partido Popular seguirán aceptándolo sin rebelarse, o si tarde o temprano exigirán algo más que buenas palabras, gestos de moderación y nostalgias prestadas.
Porque al final, la verdadera traición en política no está en cambiar de ideas, sino en fingir que nunca se han cambiado.
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