
La dictadura mediática de Sánchez convierte RTVE en un instrumento de propaganda que destruye la pluralidad. El Gobierno impone su agenda y controla cada espacio informativo. Es «TeleSánchez»
«Cuando se puso precio a la información, la verdad dejó de ser importante»
Noticias01 de noviembre de 2025
Impacto España Noticias
Poco a poco, el cuarto poder se ha ido transformando en un brazo más del poder político y económico. Aquello que antaño se presentaba como garante de la transparencia y la fiscalización del poder público hoy se sostiene, en gran medida, gracias a las mismas manos que debería vigilar. El periodismo en España atraviesa una crisis profunda: no solo de modelo económico, sino —y sobre todo— de independencia, ética y credibilidad.
Del poder fiscalizador al poder subvencionado
En la última década, los medios de comunicación españoles han visto cómo su supervivencia dependía cada vez más de las subvenciones públicas y de la publicidad institucional. Lo que en su origen debía ser un mecanismo de apoyo puntual para garantizar el pluralismo se ha convertido en una herramienta de control ideológico y una forma de mantener a flote proyectos mediáticos que, de otro modo, serían económicamente inviables.
No hablamos solo de pequeñas ayudas o de campañas informativas del Estado: se trata de una inyección económica estructural que condiciona el discurso. Muchos medios —La Sexta, RTVE, elDiario.es, El Plural o InfoLibre, entre otros— dependen en buena medida de ese flujo constante de dinero público que llega, directa o indirectamente, a través de ministerios, autonomías y empresas públicas. Y cuando la supervivencia depende del poder político, la libertad se convierte en un lujo que pocos pueden permitirse.
La autocensura como norma
El resultado es una prensa que ya no necesita ser censurada, porque ha aprendido a autocensurarse. Las redacciones saben perfectamente qué temas incomodan a los anunciantes institucionales o a los gobiernos que reparten ayudas. Los titulares se ajustan, los enfoques se suavizan y las preguntas incómodas se dejan para otro día… o para otro medio, si es que queda alguno que pueda publicarlas.
El periodismo se convierte así en una industria de la complacencia, en un altavoz de consignas revestidas de información. Se multiplican los tertulianos, los debates prefabricados, las noticias interpretadas según la línea del poder, y desaparecen la investigación rigurosa y la crítica genuina. Los informadores acaban reducidos a repetidores de guion, y el pensamiento crítico —ese que incomoda, que cuestiona, que investiga— se extingue poco a poco.
La propaganda disfrazada de servicio público
El caso de RTVE es paradigmático: un ente que debería representar a todos los ciudadanos ha terminado convertido en un instrumento al servicio del gobierno de turno. Las renovaciones de consejos, las presiones políticas y el reparto de cuotas ideológicas han erosionado hasta el hueso la credibilidad del medio público.
Del mismo modo, cadenas privadas como La Sexta, que nacieron con un aire de contrapeso y denuncia, hoy mantienen su estructura gracias a un modelo de negocio que combina publicidad institucional, acuerdos con grandes corporaciones y un discurso alineado con los intereses políticos dominantes.
En el ámbito digital, medios como elDiario.es, El Plural o InfoLibre se presentan como bastiones del periodismo independiente, pero su financiación revela una dependencia creciente de fondos públicos, colaboraciones institucionales o subvenciones autonómicas. La línea editorial, inevitablemente, se adapta al benefactor: la crítica se modula, el silencio se premia y la fidelidad ideológica garantiza la supervivencia.
Cuando la verdad se cotiza en euros
Como decía Rockefeller: “Cuando se puso precio a la información, la verdad dejó de ser importante.” Esa frase resume el drama actual del periodismo español.
El ciudadano ya no paga por informarse, porque ha aprendido que la información “gratuita” está en todas partes; pero alguien paga para que esa información exista… y casi siempre es el poder. Así se produce la gran paradoja: los medios se presentan como vigilantes de la democracia mientras son sostenidos económicamente por quienes más deberían vigilar.
El resultado es un ecosistema mediático subvencionado, dócil y progresivamente desideologizado, donde la ética se subordina a la nómina y el periodismo de investigación se sustituye por el periodismo de encargo. El informador, antaño incómodo e insobornable, hoy sobrevive en un modelo que le exige complacencia a cambio de estabilidad.
El precio de no estar en venta
Aun así, no todo está perdido. Todavía existen periodistas que se niegan a entrar en ese juego, que trabajan con rigor y que prefieren la precariedad a la servidumbre. Pero son minoría, y su voz se ahoga entre el ruido de los grandes conglomerados.
El futuro del periodismo dependerá de si la sociedad entiende que la libertad informativa cuesta dinero y que un medio independiente no puede sostenerse con subvenciones estatales ni con campañas institucionales diseñadas para comprar silencios.
En tiempos donde la mentira se disfraza de noticia y la propaganda de opinión, recuperar la independencia periodística es un acto de resistencia moral.
Porque, como recordaba un viejo axioma:
“No se puede comprar a quien no está en venta.”
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